Hay veces que me pregunto si las cosas tendrían que haber terminado así. ¿Realmente valió la pena intentarlo?¿Valió la pena tanto sufrimiento por un par de minutos de felicidad?¿Valió la pena arriesgarse aún sabiendo el resultado?¿Valió la pena dejar de ser yo misma sólo para complacerlo? Juro que me pregunto esto todos los días y siempre obtengo la misma respuesta: No. Definitivamente no valió la pena. Entonces surgen nuevas preguntas. ¿Por qué lo hice?¿Por qué me quedé más tiempo del debido?¿Por qué le permití cambiarme? Y la respuesta llega sola. Porque al fin y al cabo quería ser amada, quería sentirme amada, inclusive cuando ni yo misma sabía lo que eso implicaba o como se tendría que sentir. Simplemente quería eso que veía en los demás. Quería poder decir: Yo también tengo pareja y me ama como a nadie en el mundo. Pero caí tarde en la cuenta de que lo que me estaba dando no era amor. Sólo pretendía adueñarse de mi y controlarme en absolutamente todo. Quería que fuera algo así como una mascota, a la cual no le importa cuantas veces la maltrates, siempre vuelve buscando su amor.
Saben, hay veces que pienso "¿Por qué sigo pensando en esto? Debería dejarlo, ya es pasado" pero no puedo evitar recordar todos esos momentos porque ahora más que nunca sé exactamente lo que es el amor y lo que no. Ahora más que nunca sé que no voy a volver a eso, ni con él ni con nadie. Ahora más que nunca estoy segura de esto, así como también estoy segura de que sin nombrar a absolutamente nadie a ti se te pasó alguien por la mente. Porque la vida es así. Todos, absolutamente todos, tuvimos a alguien que en vez de amarnos se quiso adueñar de nosotros.