Thalassia Eterna

Thalassia Eterna y su princesa

La luna es sencillamente exquisita, contemplarla me infunde una serenidad extraordinaria, es simplemente cautivadora. Su resplandor me atrae como si fuese un diminuto pececillo cautivado por un pez mayor que lo atrae para luego devorarlo.

Descansando en mi lecho mientras contemplo la luna es una de mis actividades preferidas. Mi rutina diaria se centra en visitar la biblioteca para leer. Al regresar a mi aposento, continúo leyendo mientras observo el fulgor lunar y en las primeras horas de la mañana, salgo a entrenar con la espada.

Mi nombre es Rhiannon Blitshwik y ostento el título de primogénita y única heredera del reino inmarcesible de Thalassia Eterna. A pesar de que nuestro continente alberga varios dominios, el más ilustre es aquel en el que habito, mientras que el segundo es Noctis Obscuritas, conocidos comúnmente como "El reino de la luz " y "El reino de la oscuridad".

Nuestro universo alberga una variedad de criaturas, como seres feéricos, elfos, espíritus de los árboles, vampiros y licántropos. Nuestro reino, reconocido como la morada de los mortales, es cuna de la mayoría de los magos, hechiceros y nigromantes. Nos distingue especialmente nuestro dominio en el arte de las pócimas, la magia y la herboristería.

Mi progenitora falleció cuando apenas contaba con tres años de edad. No guardo recuerdos de su persona, tan solo soy capaz de recrear su imagen a través de los retratos que adornan los salones del castillo. Según lo que se relata, mi padre y ella contrajeron nupcias mediante un enlace concertado, sin embargo, el afecto que se profesaron fue profundo, al menos así lo reitera siempre mi progenitor. Él ejerce como un paternal rey, aunque sus deberes monárquicos limitan su presencia a mi lado. En mi infancia, la separación me pesaba ligeramente, mas me acostumbré a su falta con el tiempo. Mi crianza fue encomendada a Nana Merlen, quien ha dedicado toda una vida al servicio del castillo y, pese a sus 50 años, irradia una vitalidad que desafía incluso a la mía.

Cuando aún no dominaba el arte de la lectura, ella solía deleitarme con relatos de las ancestrales guerras, aquellas que segaron la vida de innumerables seres. Fue únicamente tras la consolidación del pacto de paz que nuestra existencia halló la senda de la armonía. Si bien se conoce la presencia de estas criaturas, jamás he tenido el privilegio de presenciar una, salvo aquellas que comparten nuestra morada. A pesar de sus obligaciones que lo mantienen alejado, mi padre dispone la custodia de varios guardias para mi protección y nunca ha permitido que traspase las murallas del castillo. La prematura partida de mi madre, cuyas circunstancias desconozco por completo, se reduce a una lacónica afirmación: "Vuestra madre falleció cuando contabais tres años de edad". Ni mi padre ni Nana Merlen han manifestado disposición para abordar este tema, otorgando a su muerte un velo de misterio aún más denso. Aunque podría presuponerse que su ausencia me afectara, la inexistencia de recuerdos de ella me impide hacer afirmaciones al respecto. Se me ha asegurado que me amaba, no obstante, carezco de evidencias de tal afecto.

Mi padre es un renombrado hechicero y los rumores sugieren que mi madre era una maga de gran poderío. A pesar de ello, mis propios dones permanecen latentes, algunos murmullos insinúan que tal vez sea resultado de una infidelidad de mi madre. No obstante, mi semblante guarda un franco parecido con el de mi padre. He intentado desesperadamente desencadenar mis posibles dotes mágicas, sin embargo, hasta el momento, la magia se ha negado a manifestarse, dejándome sumida en la desilusión. Aunque el manejo de la espada se me brinda con facilidad, esta afición despierta la desaprobación de mi padre, quien considera inapropiado para una dama. A pesar de ello, sigo mi propio camino.

—Princesa, es hora de la comida— percibo la llamada desde el otro lado de mi puerta.

—De inmediato voy— cierro mi libro con serenidad y me pongo de pie para dirigirme hacia la puerta de mi habitación.

Al abrir la puerta, me encuentro con Jacob. Él es uno de mis protectores, con una diferencia de aproximadamente 5 años respecto a mi edad. Nuestra relación se caracteriza por una sólida amistad; es él quien me guía en mis prácticas matutinas.

— Buen día, sir Jacob. ¿Halla ya mi padre en el salón? —inquiero mientras inicio mi marcha, notando su presencia a mi zaga.

— Ciertamente, princesa. Su majestad aguarda en el comedor para su encuentro — percibo sus pasos acompañando los míos a mi costado.

— Comprendido — expreso con sobriedad, de soslayo observo su perfil.

Él ostenta una melena rubia, mide 1,80 metros de altura, realzada por miradas marrón oscuro. Su apacible sonrisa, acompañada de una barba incipiente, acentúa su complexión atlética, fruto de sus ejercicios diarios.

Al arribar al elegante comedor, me vuelvo y encuentro su mirada desde mi estatura de 1,65 metros.

— Agradezco su compañía, sir Jacob. — esbozo una sonrisa discreta, apenas curvando mis labios.

Y de esta manera entro al magnífico salón, con una leve sonrisa en los labios. Lo que desconocía por completo era que mi progenitor me revelaría algo que me dejaría asombrada en gran medida.




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