El salón estaba en ruinas.
Las antorchas humeaban, las paredes aún temblaban por la batalla, y en el centro, Ashar estaba de rodillas, con las manos apoyadas en el suelo, los dientes apretados.
Su sombra se extendía a su alrededor como un pozo vivo que se retorcía con rabia.
Gareth se paseaba por la habitación, con la espada aún desenvainada, haciendo crujir los nudillos y con un gesto tan sombrío que ni siquiera intentó disimular su frustración.
—Ya van dos malditos días —espetó Gareth, con una risa hueca y amarga—. Dos. Y ni una pista. Ni una.
—Entonces deja de quejarte y muévete —gruñó Ashar sin levantar la vista—. Cada segundo que pierdes hablando… es un segundo más que él la tiene.
—Oh, claro. Porque a ti te está yendo de maravilla —replicó Gareth con sarcasmo, inclinándose para mirarlo—. ¿Qué es eso que haces? ¿Fruncir el ceño tan fuerte que el universo se compadezca?
Ashar levantó la cabeza con una media sonrisa torcida y peligrosa. —Funciona más que tu caminata inútil.
El ambiente se volvió más denso, casi eléctrico, mientras ambos se miraban con esa mezcla de odio y desesperación que solo alguien que ama igual puede sentir.
Pero antes de que se abalanzaran uno sobre el otro, una nueva voz se alzó en el salón:
—Si han terminado de marcar territorio como perros rabiosos, tal vez quieran escuchar.
Era una mujer envuelta en un manto carmesí, con un báculo en la mano y un ojo cubierto por un vendaje bordado con runas.
La llamaban Thyara, la vidente de las grietas.
Y nadie la invitó. Pero nadie se atrevía a echarla tampoco.
—¿Qué sabes? —preguntó Ashar al instante, su voz afilada.
Thyara sonrió con un deje de crueldad.
—Lo suficiente para no haber muerto en el intento de buscarla, cosa que ustedes dos lograrán si siguen así.
Detrás de ella apareció otro hombre, esta vez un gigante de piel plateada y cuernos retorcidos, llamado Kael, guerrero de la frontera de Hievra.
Apoyó una enorme lanza en el suelo y asintió.
—Ella me pidió que viniera. —Su voz era grave, resonante—. Porque donde ella está… solo hay muerte y locura.
Gareth cruzó los brazos, impaciente. —Si ya terminaron de hacer esto dramático, ¿dónde está?
Thyara arqueó una ceja. —Para saber dónde está, hay que invocar lo que él dejó atrás. Su esencia aún mancha este salón.
Ashar se incorporó al fin y giró hacia ella, sus sombras ya moviéndose como si supieran lo que iba a hacer. —Entonces hazlo.
—Claro —dijo Thyara, divertida—. Pero cuando lo invoque, no se quejen si se quedan sordos, ciegos… o peor.
Kael se rió con un sonido profundo y apagado. —Ella siempre tan optimista.
Gareth rodó los ojos. —Invócalo ya, maldita sea.
Thyara se arrodilló en el centro de la estancia y comenzó a trazar símbolos en el polvo y la sangre seca del suelo, mientras el aire se cargaba de un frío sobrenatural.
El suelo vibró. Las velas explotaron. Y de pronto, una voz gutural, lejana y burlona llenó la sala:
—… Demasiado tarde… demasiado tarde… ella es mía…
Las sombras en las paredes se arremolinaron hasta formar unas garras enormes, como si quisieran arrancarles la piel.
Pero Ashar se adelantó, con los ojos encendidos de rabia, y gritó al vacío:
—¡Dime dónde está!
La voz se rió… y respondió:
—… en Thalyss… la ciudad que nunca debió ser encontrada… donde hasta los dioses temen entrar…
La palabra quedó suspendida en el aire, temblando con un eco imposible, antes de desvanecerse.
Silencio.
Las sombras se disiparon lentamente, dejando el salón frío y a los cuatro de pie, con la palabra quemando en su memoria.
Gareth bajó la espada, su expresión endurecida. —Thalyss. Perfecto. Un lugar tan jodido que incluso el aire intenta matarte.
Ashar sonrió apenas, pero la furia en su mirada no había disminuido. —Entonces ya sabemos a dónde ir.
—¿Sabes lo que hay allí? —preguntó Kael con voz grave—. He perdido hombres… ejércitos… intentando cruzar sus fronteras.
Ashar lo miró, y su media sonrisa se volvió casi cruel. —Y yo perderé más si es necesario. Pero la sacaré de allí.
Thyara se levantó, sacudiéndose el polvo. —No hay vuelta atrás, ¿verdad?
Gareth y Ashar intercambiaron una mirada, por primera vez con algo parecido a acuerdo.
—No —respondieron los dos a la vez.
—Cueste lo que cueste —añadió Ashar.
—O ardemos todos intentándolo —dijo Gareth con una sonrisa amarga.
El eco de la palabra Thalyss siguió resonando en sus pechos, como un tambor de guerra.
Y con la decisión tomada, los cuatro se giraron hacia las puertas del castillo, ya sin miedo, ya sin vuelta atrás, mientras las primeras sombras de un destino más oscuro que nunca se desplegaban ante ellos.
Porque en algún lugar de esa ciudad imposible, Lyara los esperaba.
Y ellos no pensaban fallarle.
Editado: 04.08.2025