Las puertas de Thalyss se cerraron a sus espaldas con un rugido sordo, como si la ciudad misma los hubiera devorado.
El suelo bajo sus pies estaba cubierto de símbolos que palpitaban con una luz enfermiza. El aire era tan denso que cada aliento sabía a hierro y ceniza.
Las calles no eran calles, sino un laberinto vivo: paredes que se movían, escaleras que no llevaban a ninguna parte, puentes que se doblaban en ángulos imposibles. Y cada sombra parecía mirarlos con ojos invisibles.
—Nada de esto… obedece a ninguna ley —murmuró Thyara, con la mano tensa sobre su báculo—. Todo aquí quiere que perdamos la cabeza.
—Y están haciendo un gran trabajo —gruñó Gareth mientras apretaba el mango de su espada y miraba hacia los tejados, donde criaturas sin rostro reptaban, acechando.
Ashar se detuvo un segundo y entrecerró los ojos.
Allí estaba otra vez.
El grito.
No un grito físico… sino en su mente.
Lyara.
Dolor.
Desesperación.
Su nombre en sus labios mientras las cadenas se cerraban alrededor de su cuerpo.
Un escalofrío heló su espalda, pero avanzó más rápido, sus sombras extendiéndose con violencia a cada paso.
—¿Ashar? —preguntó Gareth al notar su mirada enloquecida.
—Está cerca —dijo él en un susurro—. Puedo sentirla.
Pero antes de que pudieran dar un paso más, el suelo se resquebrajó y una carcajada gutural llenó el aire.
Las paredes de Thalyss se abrieron para revelar un corredor amplio, y allí, en medio de un charco de niebla carmesí, esperaban sus peores pesadillas.
—Oh, no —murmuró Thyara, retrocediendo instintivamente—. Esto no.
Figuras emergieron del humo, una para cada uno.
Para Gareth, era una Lyara con los ojos negros y una sonrisa cruel, acusándolo con cada palabra:
—Siempre serás el segundo. El que no elegí. El que nunca amé.
Él bajó la espada por un segundo, el miedo y la furia retorciéndose en su pecho.
—Tú… no eres ella —escupió, aunque su voz se quebró.
Para Ashar, era él mismo… de rodillas, derrotado, con Lyara muerta en sus brazos, su sombra encogida y rota a su alrededor.
—Fallaste —susurró su doble—. La perdiste. Y nada de lo que eres la traerá de vuelta.
—Cállate —gruñó Ashar, la voz temblando de rabia.
Thyara y Kael también enfrentaron sus propios horrores: ella vio el final del mundo que no pudo predecir, él vio a su pueblo aniquilado sin poder salvarlos.
El aire se llenó de susurros y carcajadas mientras las figuras los atacaban.
Las espadas y las sombras chocaron contra ilusiones que se sentían demasiado reales, cada golpe era un recordatorio de sus peores temores.
Gareth gritó de frustración mientras cortaba en dos a la falsa Lyara, aunque sus palabras aún resonaban en su mente.
Ashar lanzó su sombra con tanta violencia que el pasillo entero se oscureció, arrancando un rugido bestial de su doble antes de hacerlo desaparecer.
Kael aplastó a su enemigo contra el suelo, y Thyara conjuró una ola de fuego que consumió el suyo.
Al final, todos quedaron jadeando, cubiertos de heridas y con los ojos inyectados de sangre.
Las ilusiones se deshicieron en humo, dejando el pasillo abierto frente a ellos.
Pero en ese mismo instante, la voz de Sôrhael resonó en las paredes, burlona y cruel:
—Ya casi…
—Pero ¿llegarán a tiempo?
El grupo avanzó con más prisa, ignorando el dolor y el cansancio, hasta que llegaron a un enorme portón de hierro negro, cubierto de símbolos brillantes y cadenas gruesas como serpientes.
El aire era sofocante, y de detrás de esa puerta… Lyara gritó.
Esta vez no era en sus cabezas.
Era real.
Un grito tan desgarrador que Ashar apretó el puño hasta que su palma sangró, y Gareth bajó la mirada para ocultar las lágrimas que le ardían en los ojos.
Las cadenas que sellaban la puerta comenzaron a moverse solas, como si las invocara su dolor.
Ashar apoyó las manos en la puerta y murmuró entre dientes:
—Voy a arrancarte de aquí aunque tenga que romper el maldito mundo.
Gareth levantó su espada, el filo brillando con luz furiosa.
—Prepárate, Lyara. Ya casi.
Las sombras alrededor de la puerta se agitaron violentamente, como si la ciudad misma intentara impedirles el paso, y criaturas con garras y colmillos comenzaron a surgir de los muros, rugiendo en defensa del umbral.
Ashar sonrió, oscuro y decidido, mientras sus ojos se llenaban de odio y esperanza a partes iguales.
—Entonces que intenten detenernos.
Las criaturas se abalanzaron sobre ellos, y el grupo se lanzó a la batalla con rugidos y magia, cortando y quemando todo a su paso mientras las puertas temblaban con los gritos de Lyara al otro lado.
El hierro negro se resquebrajó, las cadenas comenzaron a romperse, y en el último segundo antes de abrirse completamente, los gritos cesaron.
El silencio fue tan brutal que les heló la sangre.
Pero en sus ojos no quedaba miedo. Solo la feroz decisión de atravesar ese umbral.
Las puertas se abrieron con un estallido, y la oscuridad del santuario de Sôrhael los envolvió.
Y allí estaba ella.
Encadenada.
Rota.
Pero viva.
Ashar y Gareth intercambiaron una última mirada antes de lanzarse hacia adelante.
—Lyara… —susurró Ashar, con el corazón en llamas—. Ya estamos aquí.
Y la batalla para recuperarla… apenas comenzaba.