El sonido de las cadenas chillando en la penumbra era peor que cualquier grito humano.
Pero el grito de Lyara lo superó todo.
Ashar y Gareth apenas cruzaron el umbral cuando el poder de aquel lugar los golpeó como una ola de fuego y hielo a la vez. Ambos se detuvieron en seco un instante, jadeando, con los músculos tensos, las sombras y la luz a su alrededor retorciéndose como si intentaran escapar de sus propios dueños.
Frente a ellos, Lyara colgaba del techo, suspendida por las cadenas que brillaban como carbones encendidos, sus brazos extendidos y su cuerpo arqueado, cada espasmo arrancándole un nuevo grito de dolor.
El sonido de su voz les atravesó el alma.
Era tan desgarrador que ambos sintieron cómo el aire se les escapaba de los pulmones.
—¡Lyara! —rugió Ashar, dando un paso al frente, aunque su sombra se encogía como si temiera tocar las cadenas.
—¡Estamos aquí! —gritó Gareth, aunque cada palabra le costaba como si su garganta estuviera cubierta de cuchillas.
Las sombras del santuario reaccionaron a su determinación: enormes garras negras surgieron del suelo y las paredes, arremetiendo contra ellos con un rugido sobrenatural.
Cada golpe que daban los dejaba con los huesos entumecidos, como si el propio lugar quisiera quebrarlos antes de permitirles un paso más.
Pero la voz de Lyara…
Esa voz que llamaba por ellos entre sollozos y rugidos de dolor era más fuerte que cualquier miedo.
—¡Ashar… Gareth… no… no lo dejen ganar!
Ashar apretó los dientes, incluso cuando un látigo de sombra le atravesó el costado, arrancándole un hilo de sangre oscura.
Gareth cayó de rodillas cuando una garra le desgarró el hombro, pero se levantó otra vez, empuñando su espada con ambas manos, aunque el temblor en sus brazos era evidente.
—¡No te atrevas… a rendirte! —gritó Gareth entre jadeos.
—¡Nunca! —rugió Ashar, lanzando su sombra como un torbellino que partió a una de las criaturas por la mitad.
Pero cada paso que daban hacia ella parecía costarles una vida entera.
Las sombras del santuario se alzaban una y otra vez, y las cadenas parecían cantar, llenando sus cabezas de imágenes horribles: Lyara muerta. Lyara entregándose a Sôrhael. Lyara odiándolos.
Ambos cayeron un instante de rodillas, con las manos en las sienes, tratando de acallar las visiones.
Y entonces, la voz de ella los trajo de vuelta:
—¡No me dejen aquí!
El grito fue tan desesperado, tan lleno de sufrimiento, que ambos se pusieron en pie al mismo tiempo, con el fuego ardiendo en sus miradas.
Ashar alzó su mano y las sombras explotaron a su alrededor, arrancando las garras del suelo y derribando las criaturas.
Gareth se lanzó hacia adelante con un rugido, su espada resplandeciendo con una luz blanca y feroz, cortando el aire como un relámpago.
Las cadenas empezaron a reaccionar, agitándose con furia mientras Ashar y Gareth llegaban al pie del altar.
Sôrhael apareció frente a ellos, una figura imponente y nebulosa, carcajeándose.
—¿De verdad creéis que podéis romper lo que yo he tejido? —burló, extendiendo sus garras hacia ellos.
Ashar lo miró directamente a los ojos con una sonrisa oscura y peligrosa.
—No estamos aquí para pedir permiso.
Ambos se lanzaron al ataque al mismo tiempo: Ashar con su sombra, Gareth con su luz, golpeando al unísono contra las cadenas que ataban a Lyara.
El hierro maldito chilló, partiéndose lentamente mientras las criaturas seguían atacándolos desde todos los ángulos.
El santuario entero tembló, polvo y fragmentos de piedra cayendo a su alrededor, mientras el poder de Lyara comenzaba a despertar con fuerza, latiendo bajo su piel como una estrella a punto de estallar.
Ashar clavó las manos en las cadenas, incluso cuando estas quemaron su carne, y rugió:
—¡No te soltaré jamás!
Gareth se colocó al otro lado, su espada brillando aún más mientras gritaba:
—¡Resiste, Lyara! ¡Estamos aquí!
Con un último esfuerzo, ambos tiraron con todas sus fuerzas, y las cadenas estallaron en un estallido de luz y sombra que cegó el salón entero.
Las criaturas aullaron y se disolvieron en humo, las sombras del santuario se apartaron, y Lyara cayó en sus brazos, temblando, con las últimas chispas de su poder todavía bailando sobre su piel.
Ashar la sostuvo con cuidado, con los labios apretados y la mirada oscura, mientras Gareth apoyaba la espada en el suelo, respirando con dificultad.
Ella abrió apenas los ojos, con lágrimas y sudor cubriéndole el rostro.
—Sabía… que vendrían… —murmuró, débil pero con una sonrisa rota.
Ashar bajó la frente hasta su cabello, susurrando con voz ronca:
—Siempre.
Pero antes de que pudieran siquiera abrazarla del todo, una carcajada resonó de nuevo, retumbando en las paredes.
—¿Creéis que ya habéis ganado? —dijo la voz de Sôrhael, esta vez desde todas partes a la vez—. Solo habéis roto mis cadenas… no a mí.
El suelo comenzó a resquebrajarse bajo ellos, una grieta abriéndose en el centro del altar, y el aire se llenó de un frío que parecía cortar el alma.
Ashar y Gareth se pusieron de pie al instante, con Lyara aún en brazos, mientras el santuario entero comenzaba a colapsar.
La oscuridad se retorcía, formando un nuevo abismo que prometía tragarlos a todos.
Y así, con el rugido de Sôrhael y las sombras envolviéndolos de nuevo, la batalla estaba lejos de haber terminado.
—¡No la soltaremos! —gritó Ashar, levantando la mirada desafiante hacia la negrura.
Y con la adrenalina latiendo en sus venas y el enemigo aún acechando en cada rincón, los tres se prepararon para lo que vendría después.
Porque Thalyss aún no los había dejado salir.