Thalyss: El Final de Sorhael

Capítulo 7: La marca del abismo

La cámara donde descansaban era apenas un suspiro de tranquilidad antes de que Thalyss reclamara lo que le pertenecía.

Ashar fue el primero en sentirlo: un cambio en el aire, como un latido inmenso y oscuro que retumbaba en las paredes.

La luz del estanque se apagó de golpe, y la temperatura descendió en picada.

—Nos encontraron —dijo Gareth, poniéndose en guardia con un sarcasmo seco—. Qué considerados, ni siquiera nos dieron tiempo de desayunar.

—Si esto es un desayuno —murmuró Ashar, con las sombras erizándose a su alrededor—, espero que la cena sea más interesante.

Las paredes se abrieron a su alrededor con un crujido infernal.

Por la grieta emergieron figuras que ninguno de ellos había visto antes:

Cuatro guerreros enormes, de armaduras negras, sin rostro, con espadas de hueso y cadenas colgando de sus brazos, cada uno escoltado por criaturas más pequeñas y veloces, con alas de humo y dientes demasiado afilados para caber en sus bocas.

—Qué bonito comité de bienvenida —gruñó Kael, girando su lanza con una sonrisa torcida.

Uno de los guerreros avanzó un paso y señaló a Lyara, aún apoyada contra la pared.

Su voz sonó como roca partiéndose:

—Ella viene con nosotros.

Ashar soltó una carcajada sin humor.

—Tendrán que arrancármela de las manos. Buena suerte con eso.

Y la batalla comenzó.

Las criaturas saltaron primero, rugiendo, y la cámara se llenó de un caos de luz, sombra y acero.

Ashar y Gareth peleaban espalda con espalda, cada uno abriendo camino a machetazos hacia la grieta de salida, mientras Thyara mantenía un escudo de fuego a su alrededor.

Las criaturas chillaban y se deshacían en humo cuando caían, pero por cada una que derribaban, dos más emergían de las sombras.

Lyara intentó incorporarse para ayudar, sintiendo cómo su poder se agitaba bajo su piel… pero entonces ocurrió.

Uno de los guerreros —más rápido de lo que debería ser posible— llegó hasta ella y le hundió una hoja de hueso directo en el abdomen.

La hoja se disolvió al contacto, y en su lugar, una marca negra y brillante comenzó a expandirse desde la herida.

Lyara gritó y cayó al suelo, con las manos sobre el pecho, mientras una segunda voz —más profunda y familiar— sonaba dentro de su mente:

—Finalmente… eres mía.

Los ojos de Lyara se abrieron con horror al reconocerla.

Era Sôrhael.

La marca no solo la hería, la ataba a él, impidiendo que el poder en su interior respondiera.

Por primera vez, su luz se apagó por completo.

Ashar sintió el grito en lo más profundo de su alma.

Se giró hacia ella y cuando vio la herida, algo cambió en su rostro: un odio tan frío y absoluto que incluso las criaturas retrocedieron.

—¡Quiten sus malditas manos de ella! —rugió, y su sombra explotó en un látigo que barrió a media docena de enemigos de un solo golpe.

Gareth estaba ya sobre el guerrero que había marcado a Lyara, atravesando su pecho con un tajo tan furioso que la criatura estalló en un humo plateado.

Pero la marca seguía allí.

Y la voz de Sôrhael siguió resonando.

—Ahora sentirás todo lo que yo siento, pequeña llama. Y yo… lo que tú. Hasta el final.

La risa del abismo llenó la cámara, mientras las criaturas restantes caían una a una.

Ashar recogió a Lyara en brazos sin perder un segundo, sus ojos rojos de ira y desesperación.

Gareth cubrió la retaguardia mientras Thyara conjuraba una brecha en la pared con un último hechizo desesperado.

Kael fue el último en cruzar, derribando a los dos últimos enemigos antes de saltar tras ellos.

Salieron a un corredor angosto que parecía inclinarse hacia arriba, y lo recorrieron a toda velocidad, ignorando el temblor de las piedras y los rugidos que venían de atrás.

Las sombras intentaron cerrarse sobre ellos, pero Ashar abrió un camino a fuerza de pura rabia, arrastrando su sombra por las paredes hasta que la grieta final se abrió ante ellos.

Y finalmente… la luz.

Los cinco emergieron jadeando en el mismo lugar por donde habían entrado a Thalyss.

El aire, frío y contaminado, sabía aún mejor que el del santuario.

El suelo, lleno de ceniza, les pareció un paraíso.

Gareth se dejó caer sobre una roca, todavía con la espada en la mano.

Kael respiraba como si tuviera fuego en los pulmones.

Thyara se arrodilló, temblando, su báculo hecho pedazos.

Ashar depositó a Lyara sobre una losa de piedra y la sostuvo entre sus brazos.

Ella estaba pálida, y la marca negra seguía extendiéndose por su piel, como un tatuaje vivo.

—Resiste —susurró, con una voz quebrada—. No le des más de lo que ya le arrebató.

Lyara entreabrió los ojos y, con un hilo de voz, respondió:

—No… me… dejaré.

La carcajada de Sôrhael llegó desde la grieta que habían dejado atrás, lejana y al mismo tiempo demasiado cerca.

—Pero ya eres mía…

—Y yo soy tuyo… hasta el fin.

La grieta se cerró con un rugido, dejando un silencio espeso y ominoso a su alrededor.

Ashar y Gareth intercambiaron una mirada de pura frustración, de furia contenida, pero también de esperanza terca.

Thyara, aún temblando, se levantó y habló en voz baja:

—Está viva. Y mientras lo esté… podemos ganarle.

Ashar bajó la mirada a Lyara, y aunque su sombra seguía agitándose peligrosamente a su alrededor, una chispa de anhelo cruzó su rostro.

—No importa cuánto nos cueste. Te traeré de vuelta… completa. Cueste lo que cueste.

Gareth se acercó y apoyó la mano en su hombro, con una media sonrisa cansada.

—No estás solo en esto. Ni ella tampoco.

El viento helado azotó las cenizas a su alrededor, mientras detrás de ellos, las ruinas de Thalyss ardían con una luz carmesí.

Todavía quedaba camino por recorrer.

Todavía quedaba batalla por pelear.

Y mientras la marca seguía latiendo en el pecho de Lyara, supieron que el verdadero enfrentamiento… estaba solo por comenzar.



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Editado: 04.08.2025

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