La ciudad en ruinas los recibió con un silencio incómodo, como si la propia piedra estuviera conteniendo el aliento.
Las casas, partidas en dos por raíces negras; las calles, cubiertas de polvo y huesos; el aire, denso, con un eco lejano de lamentos.
Allí, en lo que una vez fue su refugio, montaron un campamento improvisado mientras Myrien trazaba símbolos en el suelo con un polvo plateado.
—Debemos apresurarnos —dijo, sin mirarlos—. La marca no espera. Cada segundo que pasa, ella deja de ser… ella.
Ashar no se movía de junto a Lyara, que dormía a ratos, su respiración cada vez más pesada.
Gareth se paseaba, espada en mano, como un león enjaulado, mientras los Vigilantes de la Grieta —que reaparecieron sin previo aviso— observaban la escena desde la penumbra, inmóviles, inquietantes.
Fue uno de ellos quien habló primero:
—Ya sabéis cuál es el precio. Ella puede vivir, pero no intacta. El equilibrio siempre exige un sacrificio.
Ashar los fulminó con la mirada.
—Y ya sabemos que no sois de fiar.
Myrien se levantó lentamente, limpiándose las manos, con los ojos dorados fijos en Lyara.
—Él no miente esta vez. La sangre de ella… no es como la nuestra. Es lo que llaman la Sangre del Equilibrio. La última de un linaje condenado. Por eso Sôrhael la quiere. Por eso no puede matarla todavía. Y por eso nosotros tampoco podemos liberarla… sin romper algo en ella.
Gareth se detuvo en seco, la espada a medio alzar.
—¿Qué significa eso? —preguntó, con la voz más baja que un susurro.
Myrien suspiró, con un brillo extraño en la mirada.
—Significa que si intentamos separar su alma de la marca, perderá algo esencial. Sus recuerdos. Su poder. O… —la miró con dureza— …su vida.
Un silencio sepulcral se extendió por el campamento.
Ashar se inclinó sobre Lyara, murmurando entre dientes, como si quisiera que nadie más lo oyera:
—No importa qué cueste. No dejaré que te apagues. No así.
Pero detrás de él, uno de los Vigilantes soltó una carcajada seca.
—¿Y si ella no quisiera vivir mutilada? ¿Si su propio linaje la condenara a elegir el abismo antes que esa mitad de existencia?
Ashar se puso en pie de un salto y en un parpadeo la sombra que lo rodeaba ya sujetaba al Vigilante por el cuello, levantándolo del suelo.
—Cierra la boca —gruñó—, o no vivirás para ver qué elige.
Pero antes de que pudiera matarlo, Lyara abrió los ojos de golpe, jadeando.
Su voz era apenas un hilo de aire.
—Él… está… aquí…
Y todos lo sintieron al mismo tiempo.
Un frío absoluto cayó sobre la ciudad, quebrando las piedras bajo sus pies, apagando cada llama en el campamento.
Las ruinas temblaron.
Y desde el cielo, una grieta enorme y resplandeciente se abrió, dejando caer una figura hecha de oscuridad pura, envuelta en alas negras y cadenas rotas: Sôrhael, más corpóreo que nunca.
Su presencia los aplastó a todos contra el suelo, imposible de mirar de frente, imposible de ignorar.
Su voz sonó en todos sus cráneos al mismo tiempo:
—¿De verdad pensáis elegir por ella? Qué arrogantes. Qué deliciosamente patéticos.
Ashar se incorporó a duras penas, con las sombras temblando alrededor de él como un animal enloquecido.
—No tenemos que elegir. Ya lo hicimos la primera vez que la protegimos de ti.
Sôrhael rió, una carcajada larga y vacía.
—Entonces decidíos, insectos. La sangre del equilibrio no es vuestra. Es mía. Y si no sois capaces de tomar la decisión… yo la tomaré por vosotros.
En ese instante, una columna de cadenas surgió del suelo y atrapó a Lyara, levantándola en el aire como un trofeo.
Ella gritó, la marca brillando con una intensidad insoportable mientras sus ojos se encontraban con los de Ashar y Gareth.
—¡No lo dejen ganar! —alcanzó a gritar antes de que un muro de oscuridad la envolviera completamente.
Ashar se lanzó hacia ella, pero una de las criaturas aladas de Sôrhael se interpuso, hiriéndolo en el hombro con una garra incandescente.
Gareth rugió y derribó a la bestia, pero antes de que pudieran alcanzarla, Sôrhael habló de nuevo.
—Os daré… una noche para decidir. Una sola. Y cuando amanezca… ella elegirá conmigo o morirá con vosotros.
El suelo tembló y la figura del demonio desapareció en la grieta, arrastrando con él la luz, las cadenas y a Lyara.
Todo volvió a quedar en silencio, aunque la amenaza seguía colgando sobre ellos como una espada.
Ashar cayó de rodillas, con los puños en la tierra, temblando de ira.
—Lo voy a despedazar. Con mis manos si hace falta.
Gareth lo miró de reojo, la mandíbula tensa, los nudillos blancos sobre la empuñadura de su espada.
—Y si ella decide irse con él… —empezó, pero no terminó la frase.
Ashar lo fulminó con los ojos, pero no dijo nada.
Porque esa posibilidad —la peor de todas— también le carcomía el alma.
Myrien se acercó lentamente, con esa media sonrisa que nunca inspiraba confianza.
—Bueno… ahora ya sabéis el precio. Y la pregunta es: ¿estáis dispuestos a pagarlo?
El viento gélido arrastró las cenizas a su alrededor, y en lo alto, la grieta seguía brillando como un ojo abierto, esperando su respuesta.
Y con la respiración agitada y la adrenalina aún en su sangre, Ashar alzó la mirada y murmuró, con una sonrisa peligrosa:
—Que el amanecer nos encuentre luchando.
El silencio que siguió prometía más sangre. Más decisiones imposibles.
Y la noche todavía no había terminado.