Thalyss: El Final de Sorhael

Capítulo 10: La memoria de las cenizas

Las cadenas seguían ardiendo contra su piel.

Cada eslabón, una marca.

Cada tirón, un recuerdo que no quería recordar.

Lyara estaba de rodillas, atada al centro de una enorme cámara de obsidiana, iluminada solo por brasas y columnas de humo que ascendían como plegarias rotas.

Sôrhael la observaba desde su trono, una figura imposible, hecha de alas negras, colmillos y silencio.

No se movía.

Pero sus ojos —rojos como la herida del cielo— no la dejaban ni un instante.

—Sabes que no puedes ganar —murmuró él, su voz como hielo quebrándose—. No aquí. No contra mí.

Lyara levantó el rostro despacio.

Su respiración era irregular, su cabello pegado al sudor de la frente, pero sus ojos tenían esa misma luz de siempre.

—Entonces tendrás que matarme de verdad —susurró—. Porque no pienso arrodillarme.

Sôrhael sonrió, aunque no había alegría en su gesto.

—Lo dices como si tu orgullo importara en este lugar.

El suelo bajo ella vibró, y de pronto, los muros de obsidiana se llenaron de imágenes:

Un pueblo como el suyo, hace siglos, envuelto en fuego.

Gritos.

Sombras.

Un linaje entero arrasado por algo oscuro que ella no lograba distinguir.

Y en medio de todo… una figura.

Sôrhael, con el mismo rostro, aunque más joven, de pie entre las ruinas, con las manos manchadas de sangre y lágrimas cayéndole por las mejillas.

—¿Lo ves? —susurró ahora, más bajo—. Mi destrucción no fue porque quisiera. Sino porque no me dejaron otra opción.

Lyara lo miró, las cadenas crujiendo mientras intentaba levantarse.

—¿Qué… es esto?

Él no respondió al principio.

Las llamas en las paredes mostraron más:

Una familia, niños, una mujer con el mismo brillo en la mirada que ella tenía.

Y el mismo símbolo grabado en la piel que ahora ardía en su propio pecho.

—Ellos eran… mi gente —dijo finalmente, su voz más quebrada que antes—. Y el Equilibrio decidió que no merecíamos existir.

Lyara parpadeó, atónita.

El linaje que ella defendía… ¿había destruido también a los suyos?

—Eras… uno de nosotros —murmuró, más para ella que para él.

Sôrhael asintió lentamente, sin apartar la mirada de las llamas.

—Era como tú. Hasta que decidieron que yo era demasiado peligroso para respirar. Así que quemaron a los míos. Mataron a mis hijos. Y me dejaron vivo para recordar. Para arder solo en las ruinas.

Por primera vez, Lyara notó algo más allá de la oscuridad que lo cubría: una tristeza tan grande que la propia cámara parecía temblar con ella.

Pero eso no apagó el fuego en sus entrañas.

—Nada de eso justifica lo que eres ahora —replicó con voz firme, aunque las lágrimas ya se acumulaban en sus ojos—. Tu dolor no te hace dueño del mío. Ni de la sangre de mi gente.

Las cadenas brillaron de nuevo, como si respondieran a su determinación, y por un instante sintió que la marca retrocedía, aunque a costa de que un dolor insoportable le partiera la espalda.

Gritó, pero no se detuvo.

Tiró de las cadenas con todas sus fuerzas hasta que la carne se le abrió en los brazos y las imágenes en las paredes temblaron.

Sôrhael se incorporó, con un destello de alarma en los ojos.

—¿Qué estás haciendo?

Ella jadeó, su voz una mezcla de dolor y furia:

—Rompiéndote… como tú intentaste romperme.

Por primera vez, él bajó del trono, avanzando hacia ella.

El humo se agitaba a su alrededor como si el propio mundo retrocediera a su paso.

Pero cuando llegó frente a ella, Lyara se obligó a levantar la mirada, con las manos sangrando y el pecho ardiendo.

—Voy a vengar a los míos —susurró—. Con la misma bondad que ellos tuvieron. Porque eso es lo que somos. Lo que siempre fuimos. Tú puedes vivir odiando. Yo… no.

Sôrhael la miró en silencio, las llamas iluminando un destello extraño en sus ojos.

Por un momento, parecieron de nuevo humanos los dos, entre las ruinas.

Y entonces, algo cambió en la imagen de las paredes.

Las llamas se torcieron y mostraron algo nuevo.

Una niña.

Pequeña, con cabello oscuro y ojos dorados… idénticos a los de Lyara.

Y Sôrhael, más joven, arrodillado frente a ella, entregándole un colgante con el símbolo del Equilibrio.

—Mi hija… —murmuró él, apenas audible—.

Lyara sintió que la sangre se le helaba.

—¿Qué… dijiste?

Sôrhael retrocedió un paso, su rostro finalmente vulnerable, las sombras agitándose detrás de él.

—Tú… —murmuró, con la voz rota—. No deberías haber nacido.

Las llamas se apagaron de golpe, y la cámara tembló como si estuviera a punto de colapsar.

Lyara respiró hondo, todavía de rodillas, sus manos aún en las cadenas.

Pero ahora sus pensamientos eran un torbellino.

¿Era posible?

¿Podía su linaje estar entrelazado con el de él desde antes?

¿Podía ella ser… descendiente de quien más odiaba?

Las sombras se cerraron sobre ambos mientras la grieta en el techo dejaba entrar un hilo de luz helada, y Sôrhael simplemente susurró, casi con tristeza:

—No puedes romper lo que eres, Lyara.

Ella lo miró con los ojos encendidos y replicó:

—Pero puedo elegir en quién me convierto.

La cámara tembló una última vez, las cadenas comenzaron a deshacerse con un sonido metálico, y Sôrhael se volvió hacia la oscuridad, su figura desdibujándose mientras murmuraba, apenas audible:

—El pasado… siempre vuelve a reclamarnos.

Y con un rugido que sacudió todo a su alrededor, la cámara se partió, dejando a Lyara entre humo, cenizas… y nuevas preguntas que la quemaban más que la marca.



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Editado: 04.08.2025

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