El primer rugido de la guerra fue un trueno que partió el cielo en dos.
Del abismo brotaron ejércitos de sombras, bestias envueltas en fuego, criaturas de piedra con ojos rojos, y en el aire, aves negras como cuchillas.
El suelo mismo sangraba luz y humo mientras los bandos chocaban en un caos absoluto.
Lyara no retrocedió.
De pie entre las ruinas, con las manos ardiendo y el cabello ondeando como fuego blanco, levantó los brazos y gritó.
Su magia se expandió como un oleaje cegador: columnas de luz y sombra entrelazadas que incineraron a las primeras filas enemigas en un instante.
Ashar se rió con un rugido feroz, lanzándose a la batalla con su propia oscuridad como un torbellino devorador.
Su figura era imposible de seguir, una sombra con garras y ojos encendidos, cortando monstruos en pedazos mientras decía entre carcajadas:
—¡Que vengan todos, malditos! ¡Yo ya estaba muerto cuando esto empezó!
Gareth, más silencioso pero igual de letal, se movía con precisión perfecta, su espada trazando arcos de luz que decapitaban criaturas y destrozaban alas.
—No toquen a Lyara —murmuró con fría determinación, cada palabra subrayada por un golpe mortal.
Las hordas no se detenían.
Y eso estaba bien.
Ellos tampoco.
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Lyara avanzó entre la marea de enemigos, sus pies dejando huellas incandescentes en la tierra, sus manos creando grietas en el aire cada vez que las extendía.
Su voz resonaba sobre el clamor:
—¡Mi poder no es de nadie! ¡No soy un arma! ¡No soy tuya, Sôrhael!
Las criaturas más cercanas comenzaron a desintegrarse al tocar su luz, y las cadenas invisibles que aún intentaban cerrarse en torno a ella se partieron en un estallido de chispas.
Por un instante, incluso Sôrhael, al fondo del campo de batalla, pareció dudar.
—Así que… ya no temes ser tú —dijo, su voz fría y rota.
Lyara sonrió con ferocidad, con la luz ardiendo incluso en su sombra.
—Nunca más.
Con un gesto, su magia tomó forma: una inmensa esfera de luz y oscuridad fusionadas, que estalló en medio del ejército enemigo con un rugido ensordecedor, mandando cuerpos, polvo y fuego a los cielos.
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Ashar apareció a su lado, con las ropas rasgadas, cubierto de ceniza y sangre, y una sonrisa salvaje.
—Ahora sí estás hablando mi idioma —dijo entre dientes, lanzando su sombra para devorar a un coloso que se acercaba.
Las fauces negras de su poder se cerraron sobre la bestia, tragándola viva mientras él rugía:
—¡Que sepan que la oscuridad también pelea por ti, Lyara!
Gareth se colocó al otro lado, con la armadura hecha trizas y una herida en la mejilla, pero aún de pie, aún con los ojos brillando.
—Y la luz… siempre será tuya. Siempre —dijo, su espada atravesando a tres enemigos en una sola estocada.
Lyara se sintió inexplicablemente viva.
El dolor, la confusión, el miedo… seguían ahí.
Pero ella ya no era solo su herencia, ni su linaje, ni sus cicatrices.
Era ella.
Y era suficiente.
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En un momento, una criatura gigante emergió de la grieta: una torre de huesos y fuego, con cientos de brazos y rostros de pesadilla.
Las huestes a su alrededor se detuvieron para mirar, y hasta el viento pareció retener el aliento.
—Bueno —dijo Ashar, con un brillo divertido y peligroso en los ojos—. Supongo que este es mío.
—No te atrevas a tomar todo el crédito —le espetó Gareth, con una media sonrisa.
Lyara levantó la vista y murmuró, casi para sí:
—Que venga.
Y los tres cargaron juntos.
Ashar trepó por la espalda de la criatura, clavando su sombra en las articulaciones, mientras Gareth bailaba alrededor de sus piernas, cortando cada tendón y quemando su carne con la espada.
Lyara extendió sus brazos, y una red de luz y oscuridad cubrió el monstruo como una telaraña viviente, contrayéndose hasta hacerlo estallar en un maremoto de brasas y humo.
El campo de batalla se llenó de un silencio atónito por un segundo… antes de que otro rugido más profundo que todos los anteriores hiciera temblar la tierra.
Sôrhael había bajado del cielo.
Ya no era solo sombra.
Era un titán de alas rotas, con una corona de fuego y un rostro cubierto de cicatrices, caminando hacia ellos con una calma escalofriante.
—Esto no ha terminado —gruñó, con voz que hizo sangrar las piedras—. Esto… apenas comienza.
Lyara se adelantó, con Ashar y Gareth a cada lado, y por un instante, el mundo pareció contener el aliento.
—Entonces ven —dijo ella, con los ojos brillando y una sonrisa desafiante—. Porque no pienso huir.
Las llamas y las sombras se levantaron como una ola, y la guerra continuó.
Ellos no retrocedieron.
Ni una sola vez.
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Y así, entre el rugido de las huestes y el fuego devorando el cielo, el capítulo quedó abierto… con la batalla todavía por decidirse, y los tres listos para quemar el mundo si era necesario para salvarlo.