El campo de batalla estaba cubierto por una calma engañosa.
Las brasas aún ardían.
Las grietas aún sangraban humo.
Pero algo, algo mucho peor, acababa de despertar.
Frente a Lyara, el aire se dobló y un espejo de sombras surgió del suelo, hasta formar una figura idéntica a ella misma.
Era ella.
Pero con los ojos vacíos y la sonrisa torcida, envuelta en una oscuridad tan densa que el mundo alrededor se volvió gris.
Ashar retrocedió un paso y murmuró:
—No… no es él. Esta vez… eres tú.
Gareth se puso delante de ella, espada en mano, mientras la figura se reía con un eco que helaba la sangre.
—¿Qué eres? —preguntó Lyara, con la voz temblorosa pero firme.
Su reflejo sonrió, mostrando dientes como cuchillas.
—Soy todo lo que odias de ti —dijo—. Soy tu linaje, tu miedo, tu culpa, tu debilidad. Soy lo que nunca tuviste el valor de admitir. Soy lo que realmente eres.
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Sin más advertencia, la sombra se abalanzó sobre ella.
El impacto la lanzó varios metros atrás, estrellándola contra la tierra.
Ashar y Gareth cargaron de inmediato, pero la sombra no estaba sola.
De ella surgieron espectros que se parecían a ellos mismos, distorsionados y monstruosos, listos para pelear.
Ashar gruñó con una carcajada rota, las sombras extendiéndose por sus brazos:
—Oh, claro, otro maldito reflejo… Me encanta destruirme a mí mismo.
Gareth, con su serenidad habitual incluso cuando sangraba, añadió:
—Al menos esta vez sabemos dónde golpear.
Se lanzaron al combate.
Ashar y Gareth se enfrentaron a sus propias sombras, cada golpe más desesperado que el anterior.
Ashar fue derribado una vez, sus costillas crujieron, pero se levantó escupiendo sangre y maldiciones, cortando su reflejo con su propia oscuridad.
Gareth cayó de rodillas cuando su sombra le atravesó la pierna con una lanza, pero aun así levantó la espada y decapitó a su enemigo con un solo tajo.
Ambos quedaron en pie, malheridos pero respirando, con las sombras disipándose lentamente.
Pero Lyara…
Lyara no podía derrotar a la suya tan fácilmente.
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La sombra la agarró del cuello, levantándola como una muñeca rota, y le susurró al oído:
—Tú eres débil. No eres más que el eco de un linaje muerto. El peso de tu sangre… te aplastará. Siempre lo hará.
Las palabras se enredaron en su mente como serpientes.
Pero en lo más profundo de su corazón, algo se encendió.
Recordó a su pueblo.
A los niños que reían bajo la luz del sol.
A su madre, con las manos suaves y la voz dulce.
A su padre, con su mirada orgullosa y su último susurro: vive.
Recordó las risas con Ashar, las batallas con Gareth, las veces que pensó que no sobreviviría… y sobrevivió.
Y entonces habló, con voz baja, pero firme, cargada de una decisión implacable:
—No.
—No soy tuya —jadeó, rompiendo el agarre de la sombra.
—No soy la sombra de mi linaje.
—No soy mi miedo.
—No soy mi dolor.
—Yo… soy el comienzo.
Su luz estalló con una furia tan pura que la sombra gritó con un chillido inhumano y comenzó a disolverse, mientras ella la atravesaba con una lanza de su propia magia.
—Yo soy Lyara —gritó—. Y aquí termino con esto.
La sombra desapareció en una explosión de ceniza, y el silencio se extendió por el campo.
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El cielo volvió a abrirse, la tierra dejó de sangrar, y los últimos ecos de la guerra se apagaron como brasas en la noche.
Ashar, tambaleándose con la ropa hecha jirones y sangre en los labios, llegó a su lado y cayó de rodillas, riéndose entre gemidos.
—¿Lo ves? —murmuró con voz rota—. Te dije que podrías hacerlo… pequeña maldita.
Gareth, con el brazo colgando y la armadura rota, se apoyó en su espada y añadió, con un suspiro cansado pero orgulloso:
—Siempre supimos que eras más fuerte que todos nosotros juntos.
Lyara los miró a ambos.
Sus manos aún temblaban, y la luz de su cuerpo palpitaba cada vez más débil.
Pero sonrió, incluso mientras sus piernas cedían y el mundo se volvía borroso.
—Gracias —susurró.
—Por recordarme… quién soy.
Y finalmente, sus ojos se cerraron, su cuerpo cayó inconsciente entre sus guardianes, en medio de las cenizas de la guerra.
Pero viva.
El viento sopló, levantando el polvo a su alrededor, y por primera vez en mucho tiempo, el silencio no sonó como derrota… sino como el principio de algo nuevo.
Pero en las sombras, en lo profundo del horizonte, un par de ojos rojos se abrieron.
Observaban.
Esperaban.
Y la voz desconocida susurró en la distancia:
—Esto… no ha terminado.