El campo estaba en silencio por primera vez en días.
Ya no había rugidos ni grietas en el cielo.
El suelo seguía marcado por cicatrices, columnas de humo aún se alzaban, y los cuerpos de monstruos y hombres por igual yacían esparcidos.
Pero en ese silencio… algo respiraba.
Esperanza.
Las personas del pueblo salieron poco a poco de las ruinas.
Al principio temerosas, luego con pasos más firmes.
Uno a uno, miraban el horizonte con ojos asustados, pero encendidos, como brasas reavivadas.
Algunos incluso sonreían.
Lyara los observaba desde la colina, sentada en una roca con una manta sobre los hombros.
Su cuerpo estaba débil, cada movimiento le costaba, pero en su pecho ardía la certeza de que no sería derrotada.
Jamás.
Ella era suya.
Para siempre.
Ashar se mantenía unos metros más atrás, con los brazos cruzados, mirándola sin decir nada, su expresión como siempre: arrogante y sombría, pero con esa media sonrisa apenas perceptible.
Y fue Gareth quien se acercó primero.
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Se sentó a su lado, con el brazo vendado y el cabello desordenado, todavía con su luz interior palpitando débilmente.
Por primera vez en días, no sonrió.
Simplemente la miró con esos ojos azules, llenos de algo que ella reconocía demasiado bien: ternura y tristeza.
—Te ves cansada —murmuró.
Ella soltó una risa suave.
—Tú no luces mucho mejor.
Él se quedó en silencio un momento, mirando el suelo, hasta que por fin habló.
—Lyara…
Su voz se quebró apenas.
—Hay algo que nunca tuve el valor de decirte antes.
Ella giró la cabeza para mirarlo, y él la sostuvo con una mirada franca y vulnerable.
—Desde que te vi… desde la primera vez… —tragó saliva—. No he dejado de amarte.
—No como amiga, ni como compañera. Sino como algo que… no sé ni cómo llamar.
Lyara parpadeó. Su corazón dolió un poco, porque ya sabía. Siempre lo había sabido.
Pero también sabía su propia verdad.
Le tomó la mano entre las suyas y la apretó suavemente.
—Gareth… —susurró—. No sabes cuánto significas para mí.
—Eres… eres familia. El hermano que elegí, el guardián que nunca pedí, y la bondad que no merezco.
Él bajó los ojos, con una sonrisa triste.
—Lo sé.
—Y aun así, no puedo dejar de sentirlo.
Ella llevó su mano a su mejilla y lo obligó a mirarla.
—Te amo, Gareth. Pero no de esa manera.
—Eres el corazón bueno en todo esto. Y deseo que encuentres alguien que te ame como yo nunca podría.
—Te lo mereces.
Él soltó una carcajada rota y se inclinó para besarla en la frente.
Luego, con un susurro resignado, rozó sus labios con los de ella en un beso suave, tierno, casi frágil.
—Gracias —dijo, separándose, con lágrimas brillando pero una sonrisa en el rostro—. Por decírmelo con dulzura.
—Siempre —respondió ella, con una calidez sincera—. Siempre serás importante para mí.
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Mientras Gareth se levantaba y se alejaba para atender a los heridos, Lyara miró a su alrededor.
El pueblo estaba reconstruyéndose lentamente.
Las personas recogían escombros, ayudaban a los heridos, lloraban a sus muertos… pero también reían.
Los niños jugaban otra vez en medio de las ruinas, como si la guerra nunca hubiera pasado.
Y en ese instante, Lyara comprendió que su linaje no la definía.
Que el poder que portaba no era una maldición ni un derecho de sangre.
Era una elección.
Y ella lo había elegido.
Ella era ella misma.
Nadie la quebraría jamás.
Con una sonrisa pequeña, pero genuina, cerró los ojos y respiró hondo.
—Yo soy Lyara —susurró para sí—. Y esta es mi historia. No de nadie más.
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—Oh, vaya —dijo una voz áspera y burlona detrás de ella—. ¿Estás teniendo un momento profundo? No quisiera arruinarlo.
Ella abrió los ojos y se encontró con Ashar apoyado en un muro caído, con los brazos cruzados, su chaqueta rasgada, la piel manchada de sangre… y esa sonrisa arrogante y peligrosa que ella conocía tan bien.
—¿Qué quieres? —preguntó ella, con una ceja alzada y una sonrisa divertida.
Él inclinó la cabeza, acercándose con esa calma depredadora.
—Quiero hablar. Ya sabes, después de ver cómo casi te desangras, destruyes al gran monstruo y nos dejas a todos preguntándonos si realmente eres humana o no… creo que merezco unas palabras.
—¿Palabras? —repitió ella, con sarcasmo—. Tú y yo no hablamos. Tú gruñes, yo te ignoro, tú haces un comentario inapropiado, yo te golpeo… ese es nuestro idioma.
Ashar sonrió más amplio y murmuró, con voz baja pero peligrosa:
—Sí, pero esta vez… quiero hablar en serio.
Se quedaron frente a frente, tan cerca que podía sentir el calor de su respiración.
El aire entre ellos chispeaba, cargado de tensión y algo más… algo que ella apenas se atrevía a nombrar.
—¿Entonces? —preguntó ella, cruzándose de brazos, desafiante.
—¿Qué tienes que decirme, oscuro y temeroso?
Ashar ladeó la cabeza, con esa sonrisa sarcástica que ocultaba algo mucho más profundo.
—Eso… —murmuró, con una chispa peligrosa en sus ojos—. Lo descubrirás en el próximo capítulo.
Y por primera vez en mucho tiempo, Lyara rió.
De verdad.
El viento sopló, llevando consigo el polvo y las cenizas, mientras los dos se miraban fijamente, como si el resto del mundo no existiera…
y así, el capítulo quedó abierto para el desenlace.