El cielo era un tapiz de estrellas.
Por primera vez en siglos, no había grietas, ni fuego, ni sombras en el horizonte.
El mundo estaba quieto, sereno, cubierto por una suave brisa que olía a tierra húmeda y flores.
Lyara estaba de pie sobre un risco que dominaba un valle cubierto de agua cristalina y luces flotantes.
Llevaba un vestido etéreo que parecía hecho de luz y polvo de luna.
Su cabello caía como una cascada dorada y sus ojos brillaban con la calma feroz de quien sobrevivió a todo.
Ashar estaba junto a ella, con las manos en los bolsillos, mirándola con descaro y admiración mal disimulada.
—Bueno —murmuró, rompiendo el silencio con esa sonrisa peligrosa—. Ya puedes dejar de lucir como una maldita diosa y volver a ser insoportable. Me estás distrayendo.
Lyara arqueó una ceja y soltó una carcajada suave.
—¿Distrayendo? ¿Yo? Por favor. Tú siempre estás distraído.
—No —replicó él, acercándose un paso, sus ojos recorriéndola sin ningún pudor—. Esta vez es peor.
—Pareces… inalcanzable.
Lyara lo miró, esa mirada suya que mezclaba desafío y ternura.
—No lo soy —dijo ella con suavidad—. Pero tú tampoco lo eres, ¿sabes?
—Me enseñaste que ninguno de los dos lo es.
Ashar se inclinó sobre ella, tan cerca que su respiración se mezcló con la de ella.
—Sabes lo que haría por ti, ¿verdad?
—Sí —dijo ella, sin apartarse—. Lo mismo que yo haría por ti.
Por primera vez en mucho tiempo, Ashar dejó caer la máscara de sarcasmo.
Sus ojos rojos ardían, y sus labios esbozaron una media sonrisa sincera.
—Ardería el mundo entero por ti —murmuró—. Sin pensarlo dos veces.
—Y tú arderías conmigo —respondió ella.
—Siempre —confirmó él, con voz ronca.
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El viento trajo consigo pasos suaves.
Gareth apareció, con la ropa limpia y una herida ya vendada.
Sus ojos azules se posaron en Lyara y se suavizaron de inmediato.
Ella le sonrió, cálida, y él la miró como si fuera lo más hermoso que había visto jamás.
—Te ves… —empezó, pero no terminó la frase.
No hacía falta.
Ella se acercó y le tomó la mano.
—Gracias, Gareth. Por ser mi ancla. Por recordarme quién soy.
—Siempre —dijo él con una sonrisa triste, pero cargada de amor.
—Y no olvides —agregó ella, con una broma en los labios— que aún me debes una revancha en esa maldita pelea de entrenamiento.
Él rió suavemente.
—Esa vez… quizás te deje ganar.
Ashar carraspeó, con su típica impaciencia.
—Muy bonito. Pero ¿pueden dejar las declaraciones platónicas y volver a pelearse como de costumbre? Me estoy aburriendo.
Lyara y Gareth se miraron, rodaron los ojos al unísono, y rompieron a reír juntos, mientras Ashar los miraba con una mezcla de fastidio y cariño.
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Más tarde, cuando la celebración del pueblo terminó y la gente se dispersó para descansar, Lyara y Ashar se alejaron del valle.
Él la llevó a un rincón del mundo que sólo él conocía: un jardín oscuro y brillante a la vez, donde enormes cristales surgían del suelo y luciérnagas azules flotaban en el aire como estrellas.
Se sentaron sobre una roca cubierta de musgo, con el silencio más cómodo que habían compartido jamás.
—Tú siempre traes a la gente a lugares extraños —dijo ella, con una media sonrisa.
Ashar la miró de reojo y arqueó una ceja.
—No a cualquiera. Solo a la persona que me hace querer mostrar algo hermoso.
Ella bajó la mirada, sintiendo el calor subirle al rostro.
Él se inclinó un poco, susurrándole al oído:
—Prométeme algo, Lyara.
Ella lo miró.
—Lo que sea.
—Que pase lo que pase… sigamos ardiendo juntos —dijo él, con esa mezcla de ternura feroz y humor que solo él sabía conjurar.
—Sin importar cuántas malditas guerras vengan.
—Ni cuántas veces quieras huir de mí.
Ella sonrió y apoyó su frente en la de él.
—Te lo prometo —susurró—. Siempre arderemos juntos.
Él sonrió de lado y añadió:
—Y que nunca olvides que soy más guapo que Gareth.
Ella soltó una carcajada, rodando los ojos.
—No seas ridículo.
—Demasiado tarde para eso —murmuró Ashar antes de besarla.
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El beso fue feroz y cálido, como ellos mismos: un incendio y un refugio a la vez.
Él la sostuvo por la nuca, ella lo tomó por la chaqueta, y el mundo pareció desvanecerse a su alrededor, quedando solo el calor de sus labios y la certeza de que, pase lo que pase, siempre volverían el uno al otro.
Pero entonces, en lo profundo del jardín, algo crujió.
Una grieta oscura se abrió entre los cristales, y una voz desconocida, suave y amenazante, susurró en la distancia:
—Esto… es solo el principio.
Ashar se apartó apenas lo suficiente para mirarla a los ojos, con esa sonrisa arrogante y peligrosa.
—Parece que no nos darán descanso.
Lyara respiró hondo y sonrió, con la misma confianza feroz que él le había enseñado.
—Que vengan —dijo ella—. Mientras estemos juntos, no importa lo que nos esperé.
Ashar rozó su mejilla con los nudillos y murmuró, divertido y tierno:
—Esa es mi diosa.
Y con una última carcajada, la besó de nuevo, mientras la grieta crecía y la noche brillaba a su alrededor…
abierta para lo que vendría después.