Thalyss; El Ojo Del Abismo

Capítulo 1: La senda de la Niebla Azul

El frío de la madrugada aún no se disipaba cuando las puertas del salón principal se cerraron detrás de ellos con un estruendo. La carta, aún en las manos de Lyara, temblaba con un leve resplandor dorado que se extinguía y encendía como un latido.

“Ven al Ojo del Abismo. El poder de Lyara ya ha sido visto.”

La última palabra aún resonaba en su mente mientras avanzaban por el corredor de piedra, acompañados ahora por dos figuras que no estaban con ellos antes:

Erynn, con su cabello plateado y un manto de plumas de cuervo, la miró con una sonrisa cómplice. Erynn era la hechicera de la Casa del Crepúsculo, enviada para ayudarlos con su conocimiento de los antiguos sellos mágicos.

A su lado caminaba Kael, un joven guardabosques de mirada astuta y con un arco a la espalda, que olía a tierra, madera y secretos. Él había jurado a Lyara que mientras ella buscara respuestas, él estaría allí para asegurarse de que nadie la destruyera antes de encontrarlas.

Gareth y Ashar iban detrás, uno con su armadura impecable y su silencio cortante; el otro con su sonrisa burlona y su capa negra ondeando como humo. La tensión entre ambos se notaba incluso cuando no decían una palabra.

Salieron al patio, donde la bruma azul comenzaba a levantarse del suelo. El cielo, todavía oscuro, parecía rasgado por líneas de luz púrpura que no provenían de ningún sol.

Era la primera señal de que ya no estaban en un simple reino mortal.

—La senda de la Niebla Azul —susurró Erynn, extendiendo su mano sobre la bruma—. Una puerta a lo imposible. Aquí comienzan los lugares donde la magia respira. Y donde la verdad no siempre es un regalo.

Kael se inclinó y tocó la tierra húmeda. Cuando levantó la vista, sus ojos parecían más verdes que antes.

—Hay huellas —dijo con voz baja—. No estamos solos.

Ashar soltó una carcajada apenas audible.

—Claro que no estamos solos —murmuró, apoyando una mano en el hombro de Lyara—. Desde que te conocen, nadie se atreve a apartar la mirada de ti.

Lyara no le respondió. Su atención estaba fija en el horizonte, donde un bosque imposible se extendía más allá del patio. Árboles de cristal que se curvaban hacia el suelo, lagos suspendidos en el aire, colinas cubiertas de flores que ardían suavemente con un fuego blanco.

Pero entre tanta belleza, una sombra se movía. Siempre allí, en el borde de su visión: un ojo enorme, rojo como sangre coagulada, que parpadeaba en la lejanía antes de volverse a perder en la niebla.

Gareth se adelantó hasta su lado.

—No lo mires mucho tiempo —le advirtió—. Es parte del abismo. Cuanto más lo miras, más te mira de vuelta.

Pero Lyara ya lo había visto. Y no podía dejar de pensar que, de alguna forma, ese ojo la conocía.

Erynn abrió un libro de páginas negras y dibujó un círculo sobre la bruma. Un destello dorado cubrió la tierra, abriendo una grieta que dejaba ver un sendero flotante de piedra que atravesaba el bosque de cristal.

—Por aquí —dijo con tranquilidad—. Y cuidado con las flores. Se alimentan de memorias.

Caminaron uno por uno por el sendero, con Lyara al frente. En cuanto puso el pie en la primera losa, sintió algo en su pecho: un pulso, como un corazón ajeno latiendo dentro de ella. Y una voz, lejana y rota, susurró su nombre:

“Lyara… vuelve… a casa…”

Ella se detuvo, estremecida, pero no dijo nada. El camino no se atrevió a romperse bajo sus pies.

Kael caminaba detrás de ella, atento al bosque.

—Escucharás muchas cosas aquí —le dijo en voz baja—. No todas son mentira. Pero ninguna es completamente verdad.

Ashar y Gareth, en cambio, seguían discutiendo en susurros, como dos lobos obligados a compartir la misma presa.

—Tu lealtad ciega la pondrá en peligro —gruñó Ashar.

—Y tu arrogancia terminará matándonos a todos —le respondió Gareth con frialdad.

Erynn ignoró la discusión mientras pasaba la mano sobre las flores blancas que crecían junto al sendero, y un coro de pequeños suspiros brotaba de ellas, como si recordaran todos los secretos de quienes las tocaban.

Lyara miró hacia adelante y por primera vez vislumbró la silueta de un portal al final del sendero: un arco de roca negra cubierto de inscripciones rojas que parecían retorcerse y moverse como serpientes.

Más allá de ese portal, lo intuía, estaba el principio de todo: el Ojo del Abismo.

Y con él, las respuestas que llevaba tanto tiempo temiendo encontrar.

Cuando llegaron al pie del portal, el aire ya olía a hierro y ceniza. El ojo en la distancia se abrió del todo y un rugido bajo, apenas humano, hizo vibrar la tierra bajo sus pies.

Lyara alzó la vista. Y supo, sin lugar a dudas, que aquel viaje no era sólo hacia el Ojo. Era hacia sí misma. Hacia lo que realmente era.

—¿Estás lista? —preguntó Gareth, con una gravedad que pesaba como plomo.

Ashar sonrió, arrogante, aunque sus ojos traicionaban una sombra de preocupación.

—Demasiado tarde para arrepentirse —murmuró.

Lyara dio un paso hacia el portal.

Y el abismo la recibió con un susurro que nadie más pudo oír:

“Bienvenida a casa, hija de la grieta.”




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