El sendero los llevó, al fin, a un valle imposible.
El suelo estaba cubierto por una neblina espesa que olía a incienso y a lluvia. Árboles enormes, con hojas de cristal, se inclinaban sobre lagos de agua oscura. Pequeñas luces flotaban por todas partes, como luciérnagas hechas de oro líquido.
Erynn los detuvo antes de cruzar el umbral del valle.
—Los llaman los Jardines de Humo —dijo en voz baja—. Aquí, los secretos crecen como flores… y las mentiras se disuelven como ceniza.
Kael, siempre con su sonrisa ladina, lanzó una mirada al bosque.
—Suena acogedor —murmuró, pero tensó el arco por si acaso.
El silencio del lugar era inquietante. A cada paso, una sensación de calma y a la vez de amenaza los envolvía. Las luces doradas parecían susurrar cosas que apenas alcanzaban a entender: tu nombre… tu nombre… tu destino…
Lyara se adelantó un poco, intentando ignorar las miradas que aún sentía sobre ella después del peligroso enfrentamiento en la grieta. Podía notar el peso de las emociones no dichas: la preocupación de Gareth, contenida detrás de su fría compostura; la tensión burlona pero sincera de Ashar; la vigilancia casi protectora de Kael.
Gareth la alcanzó y caminó a su lado en silencio un buen rato, hasta que al fin murmuró:
—No puedes seguir siendo imprudente. No aquí. Cada error… nos acerca al final.
Ella apretó los labios, sin querer mirar sus ojos grises.
—No pedí que me protegieran —contestó suavemente.
—Lo sé —respondió él, después de un largo silencio—. Pero lo haré igual.
Unos pasos atrás, Ashar lanzó un bufido entre divertido e irritado.
—Oh, claro —comentó—. Aquí vamos otra vez con el mártir. “Yo te protegeré, aunque tú no quieras”. Qué adorable.
—¿Tienes algo mejor que decir? —espetó Gareth sin mirarlo.
—Por supuesto —replicó Ashar, con una media sonrisa y los ojos fijos en Lyara—. No necesitas que nadie te proteja… solo a alguien que no huya cuando las cosas se pongan feas.
Kael se aclaró la garganta con una sonrisa contenida.
—Podrían bajar la tensión antes de que este jardín decida tragarnos a todos, ¿sí?
Para suavizar el ambiente, Erynn los guió hasta una especie de claro donde un árbol inmenso crecía en el centro, con raíces que brillaban bajo la tierra y ramas que parecían sostener estrellas.
—Descansaremos aquí un rato —anunció—. Este lugar no es completamente seguro, pero lo suficiente para recuperar fuerzas.
Mientras todos se dispersaban, Lyara se sentó junto al lago. Por un instante, disfrutó del sonido del agua y de las luces doradas reflejándose en su superficie.
Fue entonces cuando Ashar apareció, sentándose junto a ella sin pedir permiso.
—No tienes que darles las gracias, ¿sabes? —murmuró, mirándola de reojo.
Ella lo miró, sorprendida.
—¿Por qué no?
—Porque ellos no lo hacen por ti —contestó, y por primera vez su voz sonó seria—. Lo hacen por lo que creen que eres. Yo, en cambio… —hizo una pausa, inclinándose apenas hacia ella, con esa sonrisa que siempre la desarmaba— …yo quiero ver lo que realmente eres.
Ella sintió un calor extraño en el pecho, pero antes de poder responder, una sombra pasó sobre el agua.
Las luces doradas se apagaron todas a la vez. El silencio se volvió absoluto.
De pronto, desde el bosque, surgió una figura espectral, enorme y retorcida, con alas de humo y ojos vacíos. No atacó, solo se quedó allí, mirándolos a todos, y cuando habló, su voz sonó en cada rincón del valle:
“El Ojo está cada vez más cerca… y ustedes cada vez más lejos de sí mismos.”
Las raíces del árbol empezaron a retorcerse, como si algo intentara salir desde debajo de la tierra. El suelo tembló, el agua se agitó, y la criatura se desvaneció tan rápido como había llegado.
Erynn frunció el ceño y se puso de pie.
—Esa fue una advertencia —dijo, su tono más grave que nunca—. Y no para ella sola. Para todos nosotros.
Kael se acercó a Lyara, tendiéndole una mano para ayudarla a ponerse de pie.
—No lo olvides —le dijo, casi en un susurro—. No importa lo que digan… aquí nadie camina solo.
Ella asintió, intentando recomponerse mientras su corazón seguía latiendo demasiado rápido.
El resto de la noche transcurrió en una calma inquieta. La tensión entre Gareth y Ashar persistía, disfrazada de bromas y silencios cargados. Kael se mantuvo cerca, siempre atento, mientras Erynn parecía cada vez más preocupada por las señales del bosque.
Cuando finalmente se pusieron en marcha de nuevo, el jardín se cerró tras ellos, susurrando despedidas incomprensibles.
Y aunque nada los había atacado directamente, todos lo sentían: el verdadero peligro estaba cerca. Y las grietas entre ellos, también.
Lyara echó un vistazo atrás una última vez, y juró ver, entre las sombras del jardín, el mismo ojo rojo mirándola fijamente antes de desaparecer.
“Nos veremos pronto,” susurró una voz en su mente.
Y entonces, por primera vez, no supo si temía ese encuentro… o si lo deseaba.