El silencio era distinto aquí.
Más denso. Más vivo.
El grupo avanzó por un túnel de piedra cubierto de runas que pulsaban con una tenue luz roja. Al final del pasillo, un arco cubierto de símbolos brilló cuando Erynn apoyó la palma sobre él.
—Hemos llegado al Santuario de Lythar. —Su voz sonaba más grave de lo habitual—. También lo llaman el Jardín de las Verdades.
—No me gustan los nombres bonitos para lugares feos —murmuró Ashar, girando su daga entre los dedos.
Erynn lo miró con dureza.
—No es un lugar feo, sino cruel. Aquí las verdades florecen… y las mentiras mueren.
Lyara sintió un escalofrío. A pesar de todo lo que había vivido hasta ahora, este lugar ya se sentía distinto. Peligroso de una manera más íntima.
Cuando cruzaron el arco, la temperatura bajó.
El aire olía a ceniza y flores al mismo tiempo.
El jardín se extendía en todas direcciones, un mar de flores negras que se mecían suavemente, como si respiraran. Entre ellas crecían árboles retorcidos cuyas ramas brillaban con un extraño resplandor dorado.
—Qué acogedor —dijo Ashar con una sonrisa torcida—. ¿Qué podría salir mal en un sitio tan… pintoresco?
Pero antes de que alguien pudiera responder, un sonido agudo, como cristal rompiéndose, rasgó el aire. El jardín se estremeció. Las flores abrieron sus pétalos al unísono, liberando un polvo brillante que los envolvió como niebla.
Las sombras se alzaron de pronto, separándolos.
Lyara intentó correr hacia los demás, pero el suelo se abrió bajo sus pies y una raíz la empujó lejos, dejándola sola.
Un instante después, ya no los veía.
—¡Gareth! —gritó.
—¡Ashar! ¡Erynn!
Pero solo el eco de su voz le respondió.
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✨ Las Pruebas
En otro rincón del jardín, Gareth estaba rodeado de espejos.
Cada uno mostraba un reflejo diferente de sí mismo: uno arrodillado junto al cadáver de Lyara; otro huyendo mientras ella gritaba su nombre; otro incapaz siquiera de desenvainar su espada.
—Fallaste —susurraban las imágenes—. La dejaste sola. Siempre la dejas sola.
Su espada cayó de sus manos. La visión de Lyara, ensangrentada y con ojos vacíos, lo miró a través del cristal.
—No soy digno —murmuró—. No soy suficiente para protegerla.
Pero entonces apretó los puños y gritó, quebrando los espejos con un rugido.
—¡No permitiré que me quiten esta vez lo que juro proteger!
Las sombras se retiraron a su alrededor, y la senda volvió a abrirse.
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Ashar caminaba por un sendero cubierto de cadáveres. Todos sus enemigos, todas las personas que había traicionado o abandonado lo rodeaban, susurrando.
—Eres una plaga. Un mentiroso. Nadie te querrá nunca. Ni siquiera ella.
Al final del camino, Lyara lo miraba con repulsión, retrocediendo mientras su cuerpo se convertía en ceniza.
Ashar tragó saliva, con las manos temblando por primera vez en años.
—Ya lo sé —murmuró—. Soy un bastardo. Y aún así… no pienso soltarla.
Se echó a reír, desafiante, y apuñaló las sombras con su daga hasta abrirse paso.
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Erynn, por su parte, se arrodilló entre las flores, mirando cómo una ciudad entera ardía frente a ella. Su pueblo. Sus manos cubiertas de sangre.
—No soy nadie —susurró—. Olvidarán mi nombre. Olvidarán que alguna vez intenté… ser buena.
Pero cuando cerró los ojos, vio a Lyara sonriéndole. Y con esa imagen, alzó la mirada.
—Aunque nadie me recuerde… yo la recordaré a ella.
Las llamas se extinguieron, y el camino volvió a aparecer.
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Lyara estaba sola, en un campo de ceniza. El cielo estaba vacío.
Las voces susurraban desde todas partes:
“Todo lo que tocas arde. Todos los que amas mueren.”
A su alrededor, veía los cuerpos de Gareth, Ashar, Erynn, incluso Kael, mirándola con ojos acusadores.
Ella gritó, cubriéndose los oídos, pero las voces se hacían más fuertes.
“Míranos. Mírate. Eres el abismo.”
De pronto, una silueta roja apareció frente a ella: el Ojo, enorme y radiante, con su iris girando como fuego líquido.
—Ven —dijo una voz profunda—. Déjalos. Aquí no hay nada para ti. Conmigo… serás entera.
Lyara retrocedió, pero las flores la atraparon por los tobillos, tirando de ella hacia el abismo.
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✨ El Final
Mientras tanto, Gareth, Ashar y Erynn lograron reunirse en el centro del jardín, jadeando y cubiertos de sudor.
—¿Dónde está? —preguntó Gareth, mirando a su alrededor.
Erynn se inclinó sobre el suelo, tocando las flores que aún brillaban.
—Aquí estaba… —murmuró—. Pero ya no.
Las flores se marchitaron todas a la vez, dejando una única huella en la tierra: una silueta marcada en polvo negro.
Ashar cayó de rodillas, sus manos apretando el polvo como si pudiera retenerla.
—No —susurró—. No así.
Las sombras del jardín se cerraron lentamente, dejando solo un susurro en el aire:
“Ella ya ha cruzado al otro lado.”
Gareth se quedó inmóvil, sus ojos clavados en la marca, la mandíbula tensa. Por primera vez, sus manos temblaban.
Ashar se puso de pie y miró a Gareth, con una furia oscura en los ojos.
—Júralo —dijo, con voz baja y peligrosa—. Júrame que la recuperaremos. O te mato aquí mismo.
Gareth sostuvo su mirada un largo momento, luego asintió.
—La traeremos de vuelta. Cueste lo que cueste.
Erynn cerró los ojos, murmurando un hechizo para mantener el jardín a raya.
Pero mientras las luces se apagaban, en algún lugar del abismo, Lyara caminaba sola sobre un puente de cristal, y el Ojo la miraba desde arriba.
“Bienvenida, Lyara,” dijo la voz. “Has elegido.”
Y con un destello rojo, ella desapareció del todo.