Thalyss; El Ojo Del Abismo

Capítulo 7: La Cacería

El Jardín de las Verdades los dejó atrás, pero no la sensación de pérdida.

La marca de Lyara seguía grabada en el polvo, oscura y fría, mientras el viento del abismo gemía a su alrededor.

Gareth estaba arrodillado junto a la silueta, con los ojos clavados en ella como si pudiera arrancar una respuesta del suelo.

Ashar, de pie a unos metros, afilaba sus dagas con un gesto mecánico. Erynn dibujaba símbolos en el aire para mantener las sombras a raya.

—¿Cuánto tiempo tenemos antes de que el Ojo la…? —preguntó Ashar finalmente.

—No lo sabemos —dijo Erynn—. Pero cuanto más tarde, más difícil será traerla de vuelta. El Ojo alimenta sus garras con miedo y deseo. Cada segundo allí… la aleja de quien realmente es.

—Entonces muévete —gruñó Gareth, poniéndose en pie—. Encuentra el rastro.

Erynn cerró los ojos, tocando la marca de Lyara con la palma. Runas verdes se encendieron en la tierra y una línea luminosa se extendió, marcando el camino.

—Hacia el Abismo Interior —dijo, su voz apenas un susurro—. No hay vuelta atrás después de aquí.

Ashar sonrió con amargura.

—Perfecto. Me encantan los viajes sin regreso.

El sendero era una serie de puentes colgantes, escaleras de piedra suspendidas en el vacío y cavernas iluminadas por cristales sangrientos. Cada tramo estaba más roto y torcido que el anterior, como si el propio espacio se rindiera ante la voluntad del Ojo.

Las sombras los atacaron casi al instante.

Primero, un enjambre de espectros alados que chillaban su nombre; después, criaturas con forma de lobos cuyas fauces destilaban oscuridad líquida.

Gareth avanzaba al frente, cortando con precisión implacable, su armadura manchada de polvo y sangre.

Ashar se movía por los flancos, ágil y letal, riéndose entre jadeos mientras sus dagas bailaban con cada golpe.

Erynn lanzaba conjuros tras ellos, formando barreras y explosiones de fuego púrpura que iluminaban la senda.

Pero cada victoria costaba más. Cada criatura era más astuta, más fuerte, más desesperada por retrasarlos.

En un descanso entre combates, Gareth se volvió hacia Ashar, con la mirada endurecida.

—Deja de jugar y concéntrate —espetó.

Ashar lo miró, apoyando la espalda contra una roca, con una sonrisa que no llegaba a los ojos.

—¿Y tú deja de fingir que ella te pertenece, paladín. O tu precioso autocontrol no va a salvarla esta vez.

Las palabras colgaron en el aire como cuchillas.

Erynn los interrumpió antes de que saltaran uno sobre el otro.

—¡Basta los dos! —gritó—. ¡Si siguen así, no habrá nadie que rescatar!

Ambos se quedaron mirándose, el odio silencioso brillando entre ellos, antes de volver la vista al camino.

Finalmente, llegaron a un arco de obsidiana, cubierto de símbolos idénticos a los del Jardín de las Verdades. Más allá, un vacío rojo pulsaba como un corazón vivo.

Erynn los detuvo antes de cruzar.

—Aquí está —dijo—. Ella está detrás de esto. Pero… no será fácil entrar.

El aire era tan denso que resultaba difícil respirar. Voces invisibles susurraban desde el portal, prometiendo cosas que ninguno de ellos deseaba escuchar.

—¿Qué vamos a encontrar allí? —preguntó Gareth.

Erynn bajó la mirada.

—La verdad más profunda. Y el precio de salvarla.

Ashar chasqueó la lengua, haciendo girar una daga entre los dedos.

—Pues adelante. Ya he apostado demasiado como para echarme atrás.

Antes de que pudieran responder, una sacudida violenta atravesó el puente donde estaban. El suelo se partió y una criatura gigantesca, mitad bestia y mitad sombra, emergió del abismo.

Tenía cuatro brazos cubiertos de púas y ojos rojos por todo el cuerpo. Rugía con un sonido que helaba la sangre.

—¡Gareth! —gritó Erynn—. ¡Contén sus movimientos!

—Ashar —añadió—. ¡Busca el punto débil!

—¿Y tú? —gruñó Gareth, cargando contra la criatura.

—Yo… los mantendré vivos —respondió Erynn con una sonrisa sombría.

La pelea fue brutal. La criatura embistió con fuerza, arrancando pedazos del puente mientras sus garras rasgaban el aire. Gareth se colocó frente a ella, desviando golpes imposibles con su espada mientras Ashar se deslizaba por su espalda, cortando tendones y ojos sin descanso.

En un momento, Gareth quedó atrapado bajo un brazo enorme, la espada a centímetros de su garganta. Ashar, desde lo alto, saltó con una daga lista y la hundió en el cuello de la bestia, que rugió de dolor antes de desplomarse en el vacío.

Ambos hombres se miraron, respirando con dificultad, y por un instante compartieron algo que no era odio… sino respeto.

El portal vibró y las sombras alrededor se disolvieron. La voz del Ojo resonó en el aire.

“Están cerca. Demasiado cerca.”

Con una última mirada entre ellos, los tres cruzaron el arco.

Al otro lado no había nada.

Nada… excepto un campo de cristal negro, con columnas torcidas que se alzaban hacia un cielo rojo. En el centro, sobre un pedestal de obsidiana, Lyara flotaba inmóvil, con los ojos cerrados y una tenue luz verde rodeándola.

Gareth dio un paso al frente, su voz apenas un susurro.

—Lyara…

Ashar se adelantó, su puño cerrado, la mandíbula tensa. La luz que envolvía a Lyara era tan brillante que dolía mirarla.

Erynn extendió las manos, tratando de analizar la barrera.

—Es un sello —dijo, casi para sí misma—. Uno muy antiguo. La mantiene atrapada… pero también la está alimentando.

—¿Alimentando qué? —preguntó Ashar.

Erynn lo miró con una tristeza que heló su sangre.

—A ella.

Un susurro profundo, gutural, llenó el aire.

“Bienvenidos,” dijo la voz del Ojo, retumbando en sus mentes.

“Llegaron justo a tiempo para perderla.”

El campo de cristal comenzó a agrietarse bajo sus pies. Columnas enteras caían y la luz alrededor de Lyara parpadeaba, como si algo —o alguien— tratara de despertarla.




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