La torre estaba más vigilada que nunca. Ashar había duplicado las barreras mágicas, reforzado las puertas y rodeado la cámara de Lyara con guerreros de su clan, centinelas silenciosos que no se apartaban ni un segundo. Gareth había hecho lo propio, trayendo de su propio reino a dos expertos estrategas y un par de arqueros de élite, que ya habían tomado posiciones en las almenas.
Y aun así, no parecía suficiente.
Las campanas de la ciudad seguían sonando, y las calles hervían de rumores. En los últimos días habían llegado no solo aldeanos, sino emisarios de todas partes del reino y más allá: elfos de los bosques del norte, draconianos con sus armaduras relucientes, representantes de los clanes de las montañas, e incluso una embajadora de los profundos, con ojos que parecían pozos sin fondo.
Todos querían respuestas. Todos querían verla.
Pero ella seguía inconsciente.
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En el gran salón del castillo, Ashar y Gareth presidían una mesa larga en la que se sentaban los representantes de las distintas especies. La tensión podía cortarse con un cuchillo.
—Ya ha pasado una semana —gruñó el líder draconiano, cruzando sus enormes brazos cubiertos de escamas—. Queremos pruebas de que sigue con vida… y de que no es un riesgo para todos.
—Con vida está. Y si alguien más cuestiona eso, les haré probar mi acero —replicó Gareth con una sonrisa gélida, sus ojos azules tan afilados como la espada en su cinto.
Ashar, de pie detrás de la silla, apoyó una mano sobre el respaldo y habló con un tono controlado, pero helado: —Ella no es asunto de ustedes. Lo que pasó en el campo de batalla fue para salvarlos a todos, no para complacer su curiosidad.
—Con todo respeto —intervino la embajadora de los profundos, con una voz que sonaba a ecos marinos—, su poder podría desestabilizar el equilibrio. Queremos verla. Queremos… asegurarnos.
—¿Asegurarse de qué? —preguntó Gareth, inclinándose hacia ella con sarcasmo—. ¿De que no se levante y purifique tu miserable alma también? Qué miedo, ¿eh?
Algunos reprimieron sonrisas. Otros fruncieron el ceño.
—La decisión de mostrarla o no será nuestra —sentenció Ashar, girándose hacia el grupo entero con los brazos cruzados—. Y por ahora, la respuesta es no.
El elfo del bosque alzó una ceja y murmuró: —Por supuesto, el perro y el lobo defendiendo a la oveja…
—¿Qué dijiste? —dijo Gareth, levantándose tan rápido que su silla cayó hacia atrás. Ashar puso una mano en su hombro antes de que saltara por la mesa.
—Tranquilo —dijo, pero su mirada al elfo fue lo bastante fría para congelar un lago—. Todos aquí saben que no son dignos ni de pronunciar su nombre.
—Entonces… ¿está viva o no? —preguntó alguien más, harto ya de las evasivas.
—Por supuesto que está viva —respondió Gareth con media sonrisa, pero la tensión en su mandíbula delataba su preocupación—. Más viva que cualquiera de ustedes.
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Mientras tanto, en la cámara de la torre, el cuerpo de Lyara permanecía inmóvil… pero por dentro algo estaba cambiando.
La luz que antes la agotaba ahora se fusionaba con ella. Sentía el calor de su esencia fluyendo por sus venas, un nuevo equilibrio que se formaba lentamente, preparándola para lo que estaba por venir. En su mente, una voz familiar —la misma que había oído en sus sueños— murmuraba con un dejo de humor:
“Al fin te estás acostumbrando a lo que eres. Era hora, ¿no crees?”
Lyara sonrió débilmente, aún con los ojos cerrados, mientras un destello dorado recorría sus brazos como un susurro.
“Cuando despierte… que se preparen.”
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En la sala del concilio, el tono de la discusión se había vuelto más sarcástico y tenso. Gareth se recargó contra la pared, cruzando los brazos.
—Sigan gritando lo que quieran —dijo—. De todos modos, ni mil de ustedes juntos tocarán la puerta de esa torre.
—Y si lo intentan —añadió Ashar con una sonrisa siniestra—, no se preocupen… los enterraremos juntos para que les salga más barato el funeral.
Un silencio incómodo recorrió la mesa. Pero antes de que alguien pudiera replicar, un centinela irrumpió en el salón, jadeando.
—¡Mi señores! —anunció, sin aliento—. La multitud… los pueblos… quieren ver a la muchacha. Exigen saber si sigue viva. ¡Ya están congregados frente a las murallas y no dejan de llegar más y más!
Ashar y Gareth intercambiaron una mirada.
—Lo que faltaba —murmuró Gareth, con una sonrisa torcida.
Ashar enderezó la espalda, su mirada volviéndose tan fría como el acero. —Entonces… parece que pronto tendremos que darles una respuesta.
Mientras los murmullos crecían y los representantes discutían entre ellos, un destello suave recorrió la torre.
En su lecho, Lyara abrió los ojos por un instante, dorados como el amanecer.
Y, en la distancia, las campanas siguieron sonando.