Las campanas no se habían detenido. El sonido se filtraba por las paredes del castillo, mezclándose con el murmullo de cientos —quizá miles— de voces fuera de las murallas. La multitud crecía cada hora, como si el mundo entero hubiera venido a reclamar la vida de Lyara.
En el salón del concilio, los representantes continuaban discutiendo, pero ya no quedaba rastro de cortesía. Algunos exigían ver a la muchacha para asegurarse de que seguía viva. Otros proponían llevarla a sus propios reinos para “protegerla” —una palabra que a Ashar y Gareth les sabía amarga—.
—No va a salir de esta torre —dijo Ashar con la mandíbula tensa, sus ojos oscuros recorriendo a cada uno de ellos—. Y quien lo intente, no volverá a su casa.
Gareth estaba junto a la ventana, observando las antorchas en la plaza. Las sombras danzaban sobre los muros del castillo, proyectando siluetas que parecían más grandes y ominosas de lo que eran.
—Esto no es una visita diplomática —murmuró, apenas audible—. Esto es una cacería.
Antes de que Ashar pudiera responder, ambos se quedaron inmóviles. El aire en la sala se volvió pesado de repente, como si el oxígeno hubiera decidido escapar por las rendijas de piedra. Una presión invisible descendió sobre ellos, tan fría y opresiva que incluso los representantes dejaron de hablar.
Un escalofrío recorrió la piel de Ashar. Gareth frunció el ceño, su mano apoyándose instintivamente en la empuñadura de su espada.
—¿Lo sientes? —preguntó Gareth en un susurro.
—Sí —respondió Ashar con voz baja, sus ojos recorriendo las esquinas de la estancia como si esperara que la sombra se materializara allí mismo.
No había nada visible. Y sin embargo, ambos sabían que no estaban solos.
En algún rincón del salón —o quizá más allá, entre la multitud— algo acechaba. Algo cuya sola presencia oscurecía la luz de las antorchas, cuyo silencio retumbaba más fuerte que las voces de la multitud.
Era un poder antiguo y corrosivo, diferente a todo lo que habían sentido antes. No era la oscuridad caótica del Ojo, ni la ambición insaciable de los clanes. Era algo más profundo. Más paciente. Como si los estuviera midiendo.
Ashar tragó saliva. —No está aquí… pero nos está mirando.
Gareth apretó los dientes. —Y esperando a que bajemos la guardia.
Un par de representantes intercambiaron miradas incómodas, ajenos a la verdadera magnitud de lo que los dos guardianes percibían.
—¿Qué es? —preguntó uno de los draconianos, con un leve temblor en la voz.
Ashar y Gareth no respondieron. No podían. Porque la verdad era que no lo sabían… y eso los aterraba aún más.
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Mientras tanto, en la torre, Lyara seguía acostada en su lecho. Por fuera, su cuerpo permanecía inmóvil, su piel bañada por la luz dorada de la tarde. Por dentro, sin embargo, algo había cambiado.
La energía que antes la había consumido ahora fluía por sus venas como un río sereno, completamente integrado a su ser. Los ecos de aquel linaje olvidado resonaban en su mente, dándole claridad, fuerza… y un instinto renovado.
En algún lugar profundo de su consciencia, sintió la misma sombra que habían sentido Ashar y Gareth. Una presencia fría que rozaba el borde de su alma… pero esta vez ella no retrocedió.
“No eres mío. No puedes tocarme.”
Y con esa certeza, la oscuridad se retiró, aunque la sensación de peligro siguió flotando en el aire como un presagio.
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En la plaza, la multitud rugía con más fuerza. Algunos levantaban pancartas improvisadas, otros coreaban su nombre con fervor, otros lo hacían con desconfianza. Querían verla. Querían saber si la salvadora estaba viva o si ya se había convertido en un mito.
—Tenemos que calmarlos —dijo uno de los elfos, preocupado—. Si esto sigue así, van a derribar las puertas.
—Que lo intenten —respondió Gareth con un sarcasmo seco, apoyándose en la pared—. He tenido días aburridos últimamente.
Ashar, sin embargo, no estaba tan relajado. Su mirada seguía clavada en la multitud, aunque en realidad buscaba otra cosa. Esa sombra. Ese ser que se había atrevido a rozarlos sin mostrarse.
Algo en su interior le decía que esto —la multitud, los representantes, la presión— era solo el principio.
—Sea lo que sea, está jugando con nosotros —murmuró, lo bastante bajo para que solo Gareth lo oyera—. Y no pienso dejar que lo logre.
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Y justo cuando la tensión parecía llegar a su límite, una pequeña onda de luz dorada recorrió las paredes de la torre. Fue tan leve que pocos la notaron. Pero para Ashar y Gareth fue como un relámpago en medio de la tormenta.
Los dos intercambiaron una mirada.
—¿Eso fue…? —empezó Gareth.
Ashar ya se movía hacia la puerta. —Sí.
Subieron la escalera a toda prisa, esquivando centinelas y representantes que intentaban seguirlos. Cuando llegaron a la cámara, la encontraron iluminada por una suave aurora dorada.
En el centro del lecho, Lyara estaba sentada, con los ojos abiertos, más dorados y más vivos que nunca. Su cuerpo ya no mostraba rastros de fatiga ni heridas; se veía serena, poderosa… lista.
—¿Están listos? —preguntó ella con una leve sonrisa, su voz clara como el amanecer.
Ashar y Gareth se detuvieron, incapaces de ocultar el asombro. La tensión seguía en el aire, la multitud seguía rugiendo, la sombra seguía acechando.
Pero Lyara… había vuelto.
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Y mientras la multitud afuera gritaba su nombre, mientras los representantes discutían a puertas cerradas y esa presencia oscura se deslizaba por las murallas como un susurro… Lyara se levantó.
Y el destino de todos tembló.