El murmullo de la multitud era un rugido cuando Lyara empujó las pesadas puertas de la torre y salió al balcón que dominaba la plaza.
El viento levantó su cabello dorado mientras la marea de gente contenía la respiración al verla.
Estaba allí. Viva. Radiante.
Y, sobre todo, imparable.
La luz del atardecer parecía inclinarse ante ella, bañando la piedra con un resplandor dorado que se mezclaba con la esencia luminosa que emanaba de su piel.
Sus ojos brillaban con determinación mientras alzaba la mirada hacia las miles de almas reunidas.
—¡Aquí estoy! —su voz, firme, retumbó más allá de las murallas—. ¿Qué es lo que quieren? ¿Comprobar si sigo viva? —dio un paso al frente, sin vacilar, la mirada fiera—. Pues sí. Estoy viva. Y más fuerte que nunca.
La multitud se removió, un murmullo de miedo y respeto recorriendo sus filas.
Pero no todos estaban convencidos. Se oyeron gritos dispersos.
—¿Qué eres? —vociferó alguien desde abajo—. ¿Un milagro… o un monstruo?
Lyara sonrió, con una calma que heló más que cualquier amenaza.
—Soy lo que siempre he sido. Lo que este mundo necesita. Y no tengo que dar explicaciones a quienes ni siquiera se atreven a mirarme a los ojos.
Detrás de ella, Ashar y Gareth emergieron, uno a cada lado, como dos sombras opuestas custodiando una estrella.
Ashar, la oscuridad elegante, con su capa negra ondeando, su mirada tan fría que partía piedras.
Gareth, la luz incandescente, con el acero desnudo a su costado, irradiando una energía feroz que parecía incendiar el aire a su alrededor.
Los murmullos de la multitud crecieron cuando ambos avanzaron un paso al frente, uno a su izquierda y otro a su derecha.
Uno tras otro, los representantes de los pueblos que se habían atrevido a venir bajaron la vista, sintiendo el peso invisible de esos dos guardianes.
Fue entonces cuando sucedió.
La presión.
La misma que antes había hecho temblar las murallas ahora era un muro de hielo que se apretaba contra cada pecho.
Como si un océano de sombras invisibles se hubiera alzado más allá de la plaza, acechando.
Un aliento gélido recorrió el balcón y por primera vez Lyara frunció el ceño, sintiendo esa presencia más fuerte que nunca.
No era visible.
No hablaba.
Pero su esencia era tan feroz que incluso la multitud dio un paso atrás, sin saber por qué.
Ashar se tensó, los dedos crispados sobre la empuñadura de su arma, y Gareth endureció la mandíbula, su luz temblando como una vela al viento.
Ambos lo sentían. Esa… cosa estaba allí.
Viéndolos. Juzgándolos. Esperando.
—Lo sé —murmuró Lyara sin girarse hacia ellos—. También lo siento.
Y alzó la cabeza, dirigiéndose no solo a la multitud, sino también a esa presencia.
—No estoy sola. —Su voz fue más fría y más luminosa que nunca—. Tengo a la luz y a la oscuridad a mi lado. Y los dos serían capaces de arrancar el cielo y romper la tierra antes de dejar que algo me toque.
Ashar sonrió apenas, con un humor oscuro que le dio un aire peligroso.
—No miente.
Gareth soltó una carcajada seca, vibrante. —Si alguien quiere comprobarlo, que lo intente. Prometo que no durará mucho.
Esa combinación de amenaza y promesa flotó sobre la plaza, dejando un silencio expectante y pesado.
La multitud retrocedió, incapaz de sostener su mirada. Algunos incluso cayeron de rodillas, abrumados por la intensidad de lo que veían.
Y aún así, esa presencia invisible no se retiró.
Si acaso, se sintió como si sonriera…
Como si dijera “Juguemos entonces.”
Lyara entrecerró los ojos y murmuró para sí:
—No por mucho tiempo.
La tensión era tan espesa que se podía cortar. Las nubes sobre la plaza se arremolinaban, oscuras y doradas a la vez. El aire era eléctrico, expectante, como si algo estuviera a punto de suceder.
Y en lo profundo de su pecho, Lyara supo que el verdadero enfrentamiento todavía estaba por venir.
—Prepárense —dijo, su voz tan feroz como el rugido de un trueno.
La multitud aguardó, temblorosa, sin atreverse a moverse.
Ashar y Gareth se miraron, entendiendo sin palabras lo que ambos pensaban:
“Si el mundo se atreve a tocarla, lo destruiremos antes.”
Y entonces, en lo alto, un cuervo negro —que nadie recordaba haber visto antes— se posó sobre una almena, observando la escena con ojos rojos como brasas.
Y sin que nadie lo notara, sonrió.