El día siguiente amaneció cubierto por un cielo extraño: dorado y gris al mismo tiempo, como si la luz y la sombra todavía disputaran la victoria en lo alto.
La multitud había disminuido, pero el murmullo de sus rumores se sentía en todas partes. Los representantes seguían en el castillo, conspirando y vigilando, con ojos cargados de sospecha y miedo.
Pero Lyara no estaba en el castillo.
Se había escabullido.
Y solo Ashar la siguió.
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—Si sigues huyendo así —dijo él desde la sombra de un arco, con esa sonrisa indolente que apenas disimulaba su preocupación—, terminarás por matarme de un infarto.
Lyara se detuvo en lo alto de una colina oculta, donde el mundo parecía partirse en dos: un prado de flores nocturnas y un lago oscuro que reflejaba estrellas rotas. Era un lugar que parecía fuera del tiempo, donde la magia del mundo se reunía como en un suspiro.
—No huía —respondió ella, sin mirarlo—. Solo necesitaba… un respiro.
—Y, por supuesto, nada mejor que el borde de un maldito abismo —añadió él, acercándose con pasos lentos—. Muy prudente. Muy tú.
Lyara rió suavemente, y él se detuvo apenas a un paso detrás de ella.
—¿Por qué me sigues? —preguntó, aunque su tono no era de molestia, sino de curiosidad.
Ashar se encogió de hombros. —Porque si algo te pasa, no habrá reino, ni cielo ni infierno que me detenga para reducir este mundo a cenizas.
Lyara parpadeó, sorprendida por la crudeza en su voz. Él se acercó un poco más, con esa mezcla de peligro y ternura que solo él sabía llevar.
—Lo digo en serio —continuó, con la mirada fija en el lago—. Si te hieren… si te quitan algo… —inspiró hondo y sonrió de lado, pero sus ojos estaban serios—… arderán todos. Y cuando digo todos, me refiero también a mí mismo si es necesario.
—No puedes decir algo así con esa calma —murmuró ella.
Ashar soltó una pequeña carcajada. —Soy lo único que puedo controlar, Lyara. Lo único que no me importa destruir… excepto a ti.
Ella lo miró finalmente, con el corazón latiendo como un tambor.
Ashar le sostuvo la mirada, sin una pizca de duda.
—No me importa si eliges estar a mi lado o con alguien más. Siempre estaré para ti. Siempre. Puedes empujarme, patearme, odiarme… pero no podrás librarte de mí. Soy… demasiado terco para eso.
Lyara bajó los ojos, con una sonrisa que no pudo ocultar.
—Eres… un idiota temible —susurró, divertida y conmovida a la vez.
—Y orgulloso de serlo —replicó él, inclinándose apenas para que su aliento rozara su mejilla—. Pero también soy el idiota que daría todo por ti. Incluyendo mi maldita alma.
Ella se giró, y en ese instante, ambos se dieron cuenta de que estaban demasiado cerca para seguir fingiendo.
El lago detrás de ellos empezó a brillar, como si el universo les diera permiso. La hierba se llenó de pequeñas luces, y las estrellas rotas del agua se recomponían lentamente sobre la superficie.
Ashar levantó una mano y rozó su mejilla con dedos que temblaban a pesar de su fachada de control.
—Dime que al menos… me odias menos que al otro —dijo con media sonrisa, pero su voz estaba cargada de algo vulnerable.
Lyara lo miró en silencio un largo momento. Luego negó suavemente, casi divertida, casi triste.
—No puedo odiarte, Ashar. Por desgracia.
Él soltó un suspiro entrecortado. —Menos mal. Porque no pienso renunciar. Nunca.
Ella lo besó.
O quizá él la besó primero, pero a ninguno le importó.
La magia del lugar estalló a su alrededor, como si el cielo entero se inclinara sobre ellos. Las luces en el lago danzaron, las flores brillaron con una intensidad imposible y la sombra misma pareció retroceder, como si ni siquiera ella se atreviera a interrumpirlos.
Fue un beso feroz y dulce, una promesa y una amenaza a la vez.
Cuando se separaron, Lyara lo miró con esa mezcla de valentía y duda que lo volvía loco.
Ashar la sostuvo por los hombros, respirando hondo, con esa media sonrisa torcida que era tan suya.
—Eso… —dijo con voz ronca, con humor y temor a la vez—. Eso me da la esperanza de todo lo que quiero de ti. Y también me aterra que lo destroces en cualquier momento.
Lyara sonrió con tristeza y ternura. —No prometo nada.
—No necesito que lo hagas —dijo él—. Solo… no me dejes de intentar.
Ambos se quedaron un momento en silencio, con las manos aún entrelazadas, mientras el lago seguía reflejando las estrellas, el viento jugaba con sus cabellos y la esencia invisible del ser maligno —allí, siempre allí— se agazapaba a la distancia, esperando.
Ashar se inclinó para susurrarle al oído, con un dejo de humor oscuro:
—Aunque el mundo se quiebre… te seguiré.
Lyara cerró los ojos un segundo, sintiendo que, por primera vez, sabía quién ocupaba su corazón de esa manera que lo abarcaba todo. Aunque aún no pudiera decirlo en voz alta.
Cuando abrió los ojos, vio que en el horizonte se encendía un destello extraño, como una señal… algo que anunciaba que el verdadero enfrentamiento estaba cada vez más cerca.
—Tenemos que volver —murmuró ella.
Ashar la miró, con esa sonrisa indómita que prometía que no iba a rendirse jamás.
—Cuando tú digas, reina mía.
Ambos giraron la vista al lago, donde las estrellas comenzaban a desmoronarse de nuevo.
Y mientras la noche se cerraba sobre ellos, una nueva sombra se alzaba… aguardando el momento para reclamar lo que creía suyo.