Gareth estaba apoyado contra una columna cuando Ashar y Lyara entraron en el salón.
Su postura era relajada, sus brazos cruzados, pero en sus ojos azules había un destello helado que no engañaba a nadie.
—Qué tarde tan… larga para un paseo, ¿no creen? —murmuró, con una sonrisa que no alcanzó sus ojos.
Ashar le sostuvo la mirada con la suya, oscura y peligrosa, y replicó con su habitual sarcasmo:
—Mejor que quedarme aquí… cuidando columnas.
Lyara suspiró y se interpuso entre los dos antes de que volvieran a intercambiar más dardos. Pero aunque Gareth no dijo nada más, su mirada se quedó fija en ella, como si quisiera leer cada detalle, adivinar cada secreto que traía consigo.
No bajó la guardia. No la bajaría nunca.
Y eso, lo sabía Ashar, lo hacía igual de peligroso.
Pero antes de que ninguno pudiera hablar, una sombra recorrió la sala.
No una sombra normal: esta era densa y viva, como humo negro que se enroscaba alrededor de sus piernas y dedos, helando la piel al contacto.
Las antorchas parpadearon y se apagaron una a una, y el murmullo de los centinelas se convirtió en un coro de jadeos.
—Esto no es bueno —dijo Ashar, con humor seco, mientras su mano ya buscaba su espada.
—No —añadió Gareth, ya desenfundando la suya—. Pero tampoco es aburrido.
De pronto, los mismos hombres y mujeres que llenaban la sala —los centinelas, los representantes, incluso los criados— levantaron la cabeza… y sus ojos brillaban en un negro absoluto.
Un rugido bajo recorrió el salón cuando todos, como uno solo, se volvieron contra ellos.
—Perfecto —gruñó Ashar—. Nos odian más de lo habitual.
—Por fin algo en lo que estamos de acuerdo —replicó Gareth, girando su espada con un destello plateado—. Quédate detrás, Lyara.
—¿Detrás? —repitió ella, arqueando una ceja mientras ya reunía luz en sus manos—. Sí, claro. Ustedes detrás de mí, querrán decir.
Ashar sonrió de lado. —Sabía que me gustabas por algo.
El salón estalló en caos. Los atacantes caían sobre ellos, pero entre las descargas de luz de Lyara, las estocadas fulminantes de Gareth y las sombras letales que Ashar manejaba como látigos, el suelo se llenó de cuerpos inconscientes en cuestión de minutos.
—¿Esto te parece divertido? —le gritó Lyara a Ashar, mientras él derribaba a dos draconianos poseídos con una sonrisa arrogante.
—¿Tú no? —respondió él, riendo entre dientes.
—¡Yo sí! —gritó Gareth, decapitando de un solo golpe a una figura que se lanzaba sobre Lyara—. ¡Pero solo porque no tengo nada mejor que hacer!
Cuando el último de los atacantes cayó, el silencio que siguió no trajo alivio.
La sombra no se retiró.
Al contrario: se concentró, creciendo, girando en un torbellino oscuro frente a ellos.
Un frío insoportable recorrió el salón. Las paredes crujieron. El suelo tembló.
Ashar y Gareth se pusieron automáticamente uno a cada lado de Lyara, ambos con las armas listas, como un reflejo instintivo.
Del vórtice emergió algo.
No tenía forma definida: era más grande que la sala, hecho de humo y vacío, con ojos imposibles que se encendían y apagaban en la oscuridad.
Su mera presencia les robó el aliento.
—Así que… —dijo Ashar, con la voz apenas un susurro, mientras tragaba saliva—. Al fin decidió salir a jugar.
—¿Quién…? —empezó Lyara, pero la voz del ser llenó el salón, profunda, metálica, como un trueno en una tumba.
—SÔRHAEL.
Su nombre.
El nombre del abismo.
Las ventanas estallaron al escucharlo.
Las rodillas de los presentes se doblaron bajo la presión de aquel sonido.
—Encantado —murmuró Gareth con ironía, aunque su mandíbula estaba tensa—. Qué voz tan bonita tienes para ser un monstruo.
La criatura no respondió. Se limitó a extender una garra hecha de niebla, y la sombra se precipitó sobre Lyara como un relámpago.
Ashar saltó para interceptarla, invocando toda la oscuridad que pudo, mientras Gareth se interponía con un muro de luz.
Las fuerzas chocaron con tal violencia que el techo se resquebrajó y el suelo se abrió bajo sus pies.
Por un instante, creyeron haber contenido al ser.
Pero Sôrhael rió. Una risa baja, fría, siniestra.
—Míos —murmuró, y el mundo se desgarró.
En un parpadeo, una ola de sombra los empujó a ambos hacia atrás, estrellándolos contra las paredes.
Y antes de que pudieran reaccionar, antes de que pudieran alcanzarla, la oscuridad rodeó a Lyara como un manto… y la arrancó de su lado.
Ella apenas tuvo tiempo de gritar sus nombres antes de que la oscuridad se cerrara sobre ella y desapareciera, como si nunca hubiera estado allí.
El salón quedó en ruinas. Ashar y Gareth se levantaron a duras penas, con los ojos clavados en el vacío donde ella había estado.
Un silencio mortal reinó por un instante.
Y en ese silencio, la voz de Sôrhael resonó una última vez, desde la nada, burlona y terrible:
—Venid por ella… si os atrevéis.
Las sombras se disiparon lentamente, dejando solo el eco de su nombre en el aire, y a dos hombres de pie en medio del desastre, con el mismo pensamiento grabado en sus corazones:
“No importa a qué precio… la traeremos de vuelta.”
Y así, con el salón reducido a escombros, y el nombre del abismo aún retumbando en las paredes, el destino de Lyara se perdía en un lugar desconocido, mientras Ashar y Gareth intercambiaban una mirada feroz.
Y sin decir nada, juraron guerra.