Thalyss; El Ojo Del Abismo

Prólogo: La última de su linaje

El aire era denso y frío, impregnado de un hedor metálico que se clavaba en la garganta.

Lyara abrió los ojos apenas para descubrir que estaba suspendida en el vacío, atada por cadenas oscuras que se retorcían como serpientes alrededor de sus muñecas y tobillos. Cada eslabón brillaba con runas rojas que ardían contra su piel, arrancándole gemidos de dolor a cada movimiento.

Intentó reunir luz en sus manos, pero el poder se dispersaba en cuanto tocaba las cadenas, como si fueran un pozo sin fondo, absorbiendo todo lo que ella era.

Un grito desgarrador escapó de su garganta cuando una descarga recorrió su cuerpo, haciéndola estremecerse hasta el último músculo.

—Ah… —la voz surgió desde la nada, cavernosa y venenosa, llenando la oscuridad a su alrededor—. Esa música… la he estado esperando tanto tiempo.

Frente a ella, la sombra se condensó, formando una silueta alta y amorfa, con ojos que se encendían como carbones ardiendo.

Sôrhael.

—No tienes derecho… —jadeó Lyara, sus ojos chispeando de furia incluso entre lágrimas—. Este poder no es tuyo.

El ser se rió, y el sonido fue tan frío que le heló hasta los huesos.

—Todo es mío, pequeña. Tú, más que nadie, deberías saberlo. —Su voz se volvió un susurro que parecía perforarle el cráneo—. He esperado siglos para arrancarlo de tus venas.

Sôrhael se inclinó hacia ella, y aunque no tenía rostro, Lyara sintió su aliento como una ventisca letal.

—Eres de mi propiedad —continuó, con cada palabra goteando veneno—. Tu poder… tu luz… tus malditos gritos. Todo me pertenece.

Las cadenas se apretaron, y un nuevo grito escapó de Lyara mientras la oscuridad se enroscaba alrededor de su cuello, como una serpiente victoriosa.

—¿Crees que eres especial? —rió él, con desprecio—. ¿Que eres la elegida? Solo eres la última de un linaje podrido que intentó desafiarme.

Una garra formada de sombra rozó su mejilla, fría y repulsiva.

—Yo los destruí a todos. A tus padres… a tu pueblo… a cada uno de ellos, mientras tú llorabas en silencio, demasiado pequeña para entenderlo.

Lyara apretó los dientes, y a pesar de las lágrimas que corrían por sus mejillas, lo miró con odio.

—Ellos… lucharon. Y yo también lo haré.

Sôrhael soltó una carcajada que retumbó en la vasta oscuridad.

—Sí, sí. Lucha, grita, maldice. Eso es lo que más me gusta. Verte romperte mientras intento arrancarte lo que es mío. —Se inclinó más cerca, y su voz bajó hasta un susurro aterrador—. Porque no hay mayor placer para mí que destruir a la última de tu linaje… saboreando cada segundo antes de devorarte.

Lyara cerró los ojos, concentrándose en no sollozar mientras las cadenas ardían en su piel y el poder dentro de ella seguía latiendo, como si se negara a rendirse.

—No lo tendrás… —murmuró, apenas audible.

Sôrhael se irguió, con una risa baja y cruel.

—Oh, lo tendré. Todo llega a quien sabe esperar.

El eco de su risa llenó la oscuridad mientras las cadenas se tensaban aún más, arrancándole otro grito a Lyara, resonando como un presagio en aquel abismo sin nombre.

Y en la distancia, aunque ella no pudiera verlo, dos figuras —una envuelta en sombra, la otra en luz— ya se adentraban en lo desconocido, siguiendo el rastro de su alma.




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