El libro seguía allí, brillando en el altar como una herida abierta, pero Aria ya no podía mirarlo. Sentía la piel ardiéndole, como si las palabras que Gareth había dicho hubieran quedado tatuadas en su carne.
Las miradas. Los murmullos. Lyara.
No podía respirar en esa habitación. Cada paso en la ciudadela la sentía grabado en su mente, cada mirada se le clavaba como espinas.
La conversación con Gareth giraba una y otra vez en su memoria. Reclamar lo que es tuyo. Pero ¿Qué era suyo? ¿y porque el nunca decía mas?
Se levantó de la cama en la que la habían instalado —una estancia alta y fría, con cortinas que parecían susurrar su nombre en la penumbra— y caminó hasta la ventana. La ciudadela dormía bajo las dos lunas, con las murallas recortadas contra el cielo y los soldados quietos como estatuas.
No podía quedarse allí ni un segundo más.
No soportaba las medias verdades de Gareth, ni las sonrisas contenidas de los guardias, ni esa sensación de que todo el mundo sabía algo que ella ignoraba.
No era Lyara. Y si lo era… no quería serlo todavía.
Se cubrió con la manta que él le había dado, abrió la ventana y dejó que el frío del bosque le cortara la respiración. Luego se deslizó fuera, apoyándose en los muros, y comenzó a correr hacia el bosque plateado.
Sin pensar en el peligro, sin analizar lo que se podría encontrar o incluso si volvería esa sombra que la ataco, solo necesitaba ir al lugar donde llego. Buscar verdades o encontrar lo que realmente es en realidad. Lyara. Una y otra vez ese nombre siempre estaba en su mente.
Cuanto más se adentraba, más oscuro y profundo se volvía. El aire olía a tierra mojada y a peligro. Entre los troncos altos y retorcidos, una neblina espesa se enredaba en sus pies como dedos intentando sujetarla.
Fue entonces cuando lo sintió.
Las sombras.
Primero, un susurro. Luego, un roce helado en su nuca. Y después, otra vez esos ojos rojos, encendidos en la oscuridad.
Aria corrió.
Las ramas la arañaban, las raíces la hacían tropezar, pero no se detuvo. Los gruñidos crecían detrás de ella, más cerca, más hambrientos. El bosque parecía inclinarse hacia ella, cruel y expectante.
—¡Gareth! —gritó sin pensarlo, su voz quebrada.
Pero esta vez no apareció Gareth.
Del silencio emergió una carcajada baja y peligrosa.
—Típico. —dijo una voz desconocida, burlona y cálida a la vez—. Corres hacia tus cazadores, Lyara, sin darte cuenta.
Aria se giró y lo vio.
Un hombre estaba apoyado tranquilamente en un árbol, como si las sombras no lo tocaran. Sus ojos ámbar brillaban en la penumbra como brasas, y sobre su piel palida corrían tatuajes que parecían hechos de fuego líquido, resplandeciendo en la oscuridad.
Incluso con su aspecto de malo y todo poderoso a Aria le intrigo su aspecto, era una belleza diferente a la que había visto en el reino, esa altura incluso más alto que Gareth, era todo lo contrario, su pelo rebelde colgando en su bello rostro y esas marcas que hacían lucir su aspecto elegante y oscuro.
Las sombras, que la habían perseguido con ferocidad, se detenían a su alrededor, temblando, sin atreverse a acercarse.
Él chasqueó los dedos, y la oscuridad retrocedió como un animal asustado.
—¿Quién eres? —preguntó Aria, jadeando. Su cuerpo dividido entre el impulso de huir o acercarse.
—Ashar —respondió con una sonrisa ladeada—. Para ti, por ahora, sólo Ashar.
—¿Por qué me sigues? —exigió ella, aunque su voz sonó más débil de lo que hubiera querido.
Ashar soltó una risa corta, cargada de ironía.
—¿Yo? Tú eres la que se metió aquí solita. —La miró de arriba abajo, con una mezcla de burla y curiosidad—. Las cadenas que te han puesto brillan bonito, ¿verdad, Lyara? Pero siguen siendo cadenas.
Aria frunció el ceño.
—No entiendo de qué hablas.
—No, todavía no. —Ashar dio un paso hacia ella, y su calor resultó casi insoportable en medio del frío del bosque—. Pero lo harás. Cuando estés harta de que te den órdenes y te cuenten la mitad de la historia… búscame.
Ashar comenzó a desvanecerse, pero antes lanzo una última mirada a Aria cargada de una intensidad feroz.
Solo quedó su voz, flotando en el aire, profunda y burlona:
—Despierta, Lyara. O alguien más decidirá por ti. — las cadenas brillan, si. Pero yo sé cómo romperlas.
Su sonrisa fue la última chispa que quedo antes de que las sombras lo tragaran por completo.
Y cuando se quedó sola, el silencio del bosque parecía aún más pesado que antes.
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Editado: 25.07.2025