El eco de la voz de Ashar aún flotaba en el aire cuando Aria sintió un tirón en el pecho. Su cuerpo temblaba, y por un momento pensó en volver al castillo, en buscar a Gareth… pero en vez de eso, sus pasos siguieron la dirección en la que Ashar había desaparecido.
El bosque parecía abrirse ante ella, guiándola. Como si una fuerza desconocida la arrastrara hacia él.
Finalmente, lo encontró.
Ashar estaba sentado sobre una roca cubierta de líquenes, con los brazos cruzados y los ojos ámbar brillando en la penumbra. La miró con una sonrisa perezosa, como si la hubiera estado esperando.
—Así me gusta —murmuró—. Sabía que no podías quedarte allí jugando a ser su pequeña reina.
—No soy ninguna reina —replicó ella, más brava de lo que se sentía—. Y tú no sabes nada de mí.
—Sé más de lo que crees —dijo él, poniéndose en pie con un movimiento fluido—. Sé que tienes miedo. Que odias que todos te miren como un símbolo en lugar de una persona. Y sé que tienes preguntas. —Se inclinó hacia ella, con su voz baja y peligrosa—. Preguntas que él nunca contestará.
Aria tragó saliva.
—¿Por qué me sigues? —preguntó finalmente—. ¿Qué quieres de mí?
Ashar dio un par de pasos, girando a su alrededor como un lobo midiendo a su presa.
—Lo que quiero no importa. Lo que importa es lo que tú quieras. —Se detuvo, y sus tatuajes centellearon como brasas—. ¿Quieres seguir siendo su peón? Una pieza bonita en su tablero… o quieres entender por qué eres realmente temida aquí.
Ella lo miró con desconfianza.
—Según tú, ¿por qué estoy aquí?
—Porque ellos te necesitan. Porque sin ti su precioso reino se derrumba. —Su voz se volvió un susurro feroz—. La profecía es una mentira. Un cuento de hadas para que hagas lo que esperan.
—¿Mentira? —repitió ella, incrédula.
Ashar asintió con lentitud, sus ojos ardiendo.
—No eres una salvadora. Eres un arma. Y si sigues obedeciendo, sólo serás una herramienta más en su guerra. Hasta que se rompas.
Las palabras le cayeron como un mazazo. Parte de ella quería creerle, otra parte quería taparse los oídos.
—¿Y qué pasaría si decido… no obedecer? —preguntó, con la voz quebrada.
Ashar sonrió, con esa sonrisa peligrosa que le revolvía el estómago.
—Ah, ahí es donde la historia se pone interesante. Si eliges por ti misma… entonces el poder también será tuyo. Y no de ellos.
Aria no supo qué responder. El calor de su mirada la enredaba, haciéndola sentir viva y aterrada a la vez.
Ashar inclinó la cabeza, su voz baja y burlona.
—Te gusta la idea, ¿verdad? Puedes sentirlo… aquí —y alzó una mano, rozando apenas su pecho, justo sobre donde su corazón latía desbocado—. El fuego esperando a encenderse.
Ella dio un paso atrás, con el corazón en la garganta. Algo en él la fascinaba y la repelía al mismo tiempo.
—No sé si puedo confiar en ti —susurró.
—No deberías —contestó Ashar, sin perder la sonrisa—. Pero al menos yo no te miento.
Antes de que pudiera responder, un sonido metálico cortó el aire. Una presencia fría y severa emergió del bosque.
—¡Aléjate de ella! —tronó la voz de Gareth.
Ashar giró lentamente, sin sorpresa. Allí estaba él, espada desenvainada, sus ojos tan azules como hielo, brillando de furia.
Aria sintió cómo el aire del bosque se tensaba, como si incluso los árboles contuvieran el aliento.
—Vaya, vaya… —dijo Ashar, con una carcajada baja—. Llegaste más rápido de lo que pensaba.
Gareth no apartó la vista de él.
—No vuelvas a tocarla —advirtió, con la espada temblando en su mano.
Ashar alzó las manos, fingiendo inocencia, aunque sus ojos seguían fijos en Aria, como si la amenaza de Gareth no le importara.
—Ya veremos si ella quiere que me aleje —replicó, burlón.
Aria los miró a ambos, el corazón desbocado, sintiendo que estaba atrapada entre dos fuegos… y sin saber aún cuál de los dos la quemaría más.
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Editado: 25.07.2025