El silencio que siguió al enfrentamiento fue espeso, casi insoportable. La Reina, Gareth y Ashar la miraban como si dependieran de su próxima respiración.
Pero fue el Libro de Luz el que decidió por ella.
Las páginas se agitaron solas, como movidas por un viento invisible, y un haz de luz surgió de ellas, directo a su pecho. Aria sintió un calor y un frío al mismo tiempo, como si su propia sangre ardiera y se congelara a la vez.
Las voces de los tres se diluyeron en un murmullo mientras el bosque y el castillo se desvanecían alrededor, reemplazados por un destello cegador.
Y después, un silencio gélido.
Cuando pudo abrir los ojos, estaba en otro lugar.
Bajo sus pies, un suelo cristalino, de hielo vivo, reflejaba las dos lunas. El aire era tan frío que se clavaba en su piel como agujas, pero extrañamente no le dolía. La nieve caía despacio, pero no era blanca: destellaba en tonos azules y plateados, como polvo de estrellas.
Frente a ella se levantaban torres de hielo retorcido, puentes de cristal y esculturas de criaturas extrañas, todas congeladas en el momento exacto de un movimiento. Parecía un reino atrapado entre un suspiro y una lágrima.
Un murmullo la rodeó, susurrando en una lengua que entendía sin comprender.
“Lyara…”
Su nombre flotó entre la nieve. Y entonces lo vio.
Una figura alta se formó frente a ella, hecha de luz y hielo. Tenía ojos del mismo ámbar que Ashar, pero llenos de tristeza, y en su pecho brillaba un símbolo idéntico al que ardía en el libro.
Era… ella. O algo que se parecía demasiado a ella, vestida con una corona de escarcha y un vestido tejido de cristales.
—¿Quién eres? —preguntó Aria, con un hilo de voz.
—Lo que fuiste. Lo que serás. —La figura sonrió con una melancolía helada—. Y lo que intentaron borrar.
Las paredes del hielo comenzaron a mostrar imágenes: una niña de cabellos oscuros y ojos ámbar, corriendo por este mismo reino. Un ejército de sombras invadiendo. La niña siendo arrancada de brazos de su madre, llevada al reino del bosque y sellada con un nombre falso.
“Para protegerla de sí misma…”, susurró el eco de una voz femenina.
Aria cayó de rodillas, sintiendo que el hielo debajo de ella latía con su propio pulso. Su sangre cantaba, caliente y fría a la vez. En su interior algo despertaba, como una memoria sellada demasiado tiempo.
Las imágenes mostraban a la Reina con el libro en sus manos, arrancando un pedazo de luz y encerrándolo en sus páginas: su poder. Su nombre. Su verdad.
—Tú eres hija de la escarcha y el fuego —continuó la figura de hielo—. Ni de ellos… ni de él. Este reino de nieve fue tu cuna. La guerra comenzó por ti. Y terminará contigo.
Aria temblaba, pero no de frío.
—¿Por qué? —preguntó con la voz rota—. ¿Por qué me arrancaron de aquí? ¿Por qué me mintieron?
La figura bajó la mirada.
—Porque tu destino… no es salvarlos. Sino elegir a quién destruir.
En ese momento, el suelo bajo sus pies crujió y una grieta de luz se abrió.
Voces a lo lejos gritaban su nombre —Lyara, Lyara— unas con súplica, otras con miedo. Vio el bosque del que había venido, la Reina con el libro en alto, Gareth con la espada lista, y Ashar, de pie con los brazos cruzados, mirándola con una mezcla de desafío y orgullo.
El hielo comenzó a romperse. La figura la miró por última vez.
—Recuerda quién eres. Y qué sangre corre por tus venas.
Lyara—porque ya no podía negarlo más—cerró los ojos y extendió la mano hacia la grieta de luz. El aire a su alrededor estalló en una tormenta de nieve azul, y el suelo desapareció bajo ella.
Cuando volvió a abrir los ojos, estaba de nuevo en el bosque… pero ya no era la misma.
El hielo seguía en su piel, una corona de escarcha rodeaba su frente, y su sangre cantaba más fuerte que nunca. Todos la miraban. Nadie se atrevía a hablar.
Por fin, ella levantó la cabeza y dijo, con voz firme:
—Ya no soy su prisionera. Ni su salvadora. Soy Lyara. Y decidiré mi propio destino.
Las dos lunas ardieron sobre su cabeza mientras, en silencio, la nieve empezó a caer sobre el bosque.
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Editado: 25.07.2025