El bosque estaba cubierto de silencio, roto solo por el crujido de la nieve azul bajo sus pies. La corona de escarcha todavía se derretía lentamente sobre su frente, pero Lyara ya no se sentía fría. Por primera vez en su vida, estaba caliente por dentro: rabia, poder y miedo enredándose en su pecho como serpientes.
A su alrededor, las sombras se agitaron. Cientos de ojos brillaban entre los árboles: soldados de la Reina, envueltos en armaduras de plata y luz, y soldados de Ashar, cubiertos de oscuridad y tatuajes ardientes, con espadas negras y dientes afilados.
Ambos ejércitos se inclinaban hacia ella como lobos acechando un mismo corazón.
Ashar estaba de pie a su derecha, con los brazos cruzados y su sonrisa cruel en los labios.
Gareth, a su izquierda, sostenía su espada con ambas manos, mirándola como si con su mirada intentara sostenerla en pie.
Y la Reina, más adelante, con el Libro de Luz abierto en sus manos, su silueta luminosa como un relámpago en la noche.
—Por fin —dijo la Reina con voz serena, aunque sus ojos relucían con un hambre apenas disimulada—. Has recordado quién eres. Ahora… cumple tu destino.
Lyara no respondió. Su respiración formaba nubes en el aire helado mientras sentía que la sangre le hervía y la escarcha le partía la piel al mismo tiempo.
Ashar soltó una carcajada baja y peligrosa.
—No la presiones, Alteza —dijo, dando un paso hacia la Reina—. Quizá a ella no le gustan las cadenas disfrazadas de coronas.
Gareth alzó la espada.
—No juegues con esto, Ashar —gruñó—. No es un juego.
Pero las palabras no importaron, porque en cuanto la Reina avanzó con el libro extendido y los soldados de luz dieron un paso, los de Ashar lo dieron también. El suelo tembló cuando las espadas chocaron, la nieve se tiñó de rojo y la noche se llenó de gritos.
Lyara sintió cómo la empujaban hacia adelante, al centro del caos. El libro lanzaba destellos de luz como cuchillas, las sombras de Ashar saltaban sobre los soldados, y Gareth estaba allí, protegiéndola con su espada y su cuerpo, derribando enemigos a cada lado.
Pero no había ningún lugar seguro.
Las dos lunas ardían sobre ellos, y ella sentía que todo el bosque estaba latiendo con un solo propósito: obligarla a elegir.
Y ella aún no podía.
Las criaturas de sombra se abalanzaron sobre ella, y sintió las garras rozándole el brazo. Un calor viscoso le recorrió la piel: sangre. Las armaduras de luz la cegaron por un instante, y otra lanza de energía la golpeó en el costado, arrancándole un grito.
—¡Lyara! —la voz de Gareth, en medio del rugido del combate, sonó desesperada.
Pero también estaba Ashar, arrancando con sus manos las lanzas de luz que intentaban alcanzarla, abriendo un pasillo en el ejército de la Reina.
—¡Muévete, maldita sea! —le gritó, la furia y el miedo mezclados en su voz.
Lyara tropezó hacia atrás, sus piernas temblaban. El aire estaba tan lleno de luz y oscuridad que no podía respirar. Cada golpe de su corazón dolía como fuego. La herida en su brazo seguía sangrando, el costado quemaba donde la lanza la había alcanzado.
Por un momento, los dos ejércitos se detuvieron, como si el mundo contuviera el aliento.
Todos los ojos se volvieron a ella.
Ashar, manchado de sangre y con una sonrisa amarga.
Gareth, con su espada en alto y los labios apretados, como si rezara.
La Reina, con el libro abierto y las palabras de la profecía ardiendo sobre las páginas.
Y Lyara, en medio, con la corona de hielo agrietándose sobre su frente, la sangre tiñéndole las manos, y el bosque girando alrededor.
Abrió la boca para decir algo… y un dolor agudo la atravesó desde dentro, más profundo que cualquier herida. Se dobló sobre sí misma, jadeando, sintiendo cómo el poder latía en su interior, desgarrándola por dentro, como si el hielo y el fuego de su sangre se odiaran entre sí.
Cayó de rodillas. El suelo se abrió bajo sus dedos, dejando escapar una ráfaga de luz y sombras.
Gareth gritó su nombre.
Ashar también.
Pero ya no los escuchaba. Solo sentía su sangre rugiendo en sus oídos, y el bosque inclinándose sobre ella.
Antes de que alguien pudiera alcanzarla, Lyara se desplomó, con la nieve azul tiñéndose de rojo a su alrededor y las dos lunas ardiendo como testigos en el cielo.
La oscuridad la envolvió mientras una última palabra escapaba de sus labios:
—Basta…
Y el mundo se apagó.
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Editado: 25.07.2025