Despertó en silencio.
El bosque había desaparecido. Ahora estaba recostada sobre un lecho de seda blanca en una habitación inmensa, las paredes cubiertas de espejos y luz tenue. Un perfume dulce impregnaba el aire, y su cuerpo, vendado y débil, se sentía pesado como piedra.
A su alrededor, sombras se movían: doncellas desconocidas, con ropas etéreas y ojos vacíos, que cambiaban sus vendas y susurraban oraciones que no entendía.
Cuando por fin se incorporó, Gareth estaba allí. Sentado en una esquina, cubierto de heridas también, con su espada apoyada a un lado. Al verla despertar, se levantó de golpe, aliviado, aunque su rostro seguía sombrío.
—No te muevas —dijo, acercándose—. Has perdido mucha sangre.
Ella intentó hablar, pero la voz le salió quebrada.
—¿Qué… pasó?
—Ganamos tiempo —respondió con dureza—. Nada más.
En ese momento, la puerta se abrió. Una ráfaga de aire frío entró con Ashar, apoyado en el marco como si el palacio entero le perteneciera, con su sonrisa de siempre, aunque sus ojos ámbar esta vez parecían más oscuros.
—Ganaron tiempo —repitió, con burla—. Qué noble forma de decir que casi la matan.
—Cállate —gruñó Gareth, poniéndose frente a él.
Pero Lyara los apartó con la mirada.
—Basta… los dos.
Ashar le sostuvo la mirada con un destello de orgullo y algo más difícil de nombrar. Gareth apretó los labios, tragándose palabras que ella no quería escuchar.
Fue entonces cuando otra figura entró a la habitación.
Era una mujer alta, cubierta con un manto de plata, su rostro sereno y hermoso como el hielo. La Reina. Con el Libro de Luz en las manos y un gesto de dulce preocupación en el rostro.
—Mi querida Lyara —dijo, con voz suave—. Has sufrido tanto por nosotros… y aun así sigues en pie. Qué fuerza hay en ti. El reino está orgulloso.
La Reina se inclinó y colocó una mano sobre su frente. Al contacto, una quemazón recorrió su piel, y un hilo de luz blanca se encendió en sus venas, desde su cuello hasta sus manos.
Los murmullos de las doncellas llenaron la sala: “la sangre… la sangre ha despertado…”
Las vendas en sus brazos se abrieron solas, y bajo la piel podían verse símbolos incandescentes: marcas que no habían estado allí antes, latiendo con el mismo ritmo del libro.
—Tu linaje es más antiguo que este reino —susurró la Reina, con una sonrisa demasiado dulce—. Sangre de los dos mundos. De nosotros… y de ellos.
Ashar dio un paso al frente, los tatuajes en su piel resplandeciendo con rabia.
—Dile la verdad, serpiente —espetó—. Que no la cuidas por amor al pueblo. Que no quieres que el reino se salve… sino mantenerlo encadenado bajo tu corona.
—No escuches sus mentiras —replicó la Reina, sin perder la calma, aunque sus ojos centellearon con una frialdad asesina por un instante.
Lyara los miró a ambos, el pecho apretado por algo que no sabía si era miedo o tristeza.
Gareth bajó la cabeza, pero no negó nada. Solo murmuró:
—Tu sangre es lo que mantiene este mundo entero unido, Lyara. Si se derrama, el equilibrio se rompe.
Las doncellas comenzaron a retirarse, murmurando su nombre. Un par de ellas lloraban.
La Reina entonces extendió el libro hacia ella. Las páginas se abrieron solas, mostrando palabras escritas con su propia sangre.
“Lyara: quien sostenga la balanza entre la luz y la sombra. Si jura a uno, el otro caerá. Si se aparta de ambos, el mundo muere.”
Un silencio pesado llenó la habitación. Incluso Ashar bajó la mirada por un instante.
—Y ahora —dijo la Reina con dulzura—, debes elegir con quién estás.
Las palabras colgaron en el aire como cuchillas.
Lyara tragó saliva, incapaz de apartar los ojos de los símbolos que ardían en su piel. Dentro de ella, una pena inmensa comenzó a crecer, como si recordara un millón de vidas anteriores, un millón de pérdidas.
Las lágrimas se le escaparon sin permiso. Ashar la miró con algo que no era burla esta vez, sino una tristeza cruda. Gareth cerró los puños, como si también sintiera la herida.
Y la Reina… la Reina sonrió.
Pero en sus ojos, Lyara lo vio al fin: la malicia bien disfrazada de compasión. La posesión disfrazada de protección. El hambre disfrazada de amor.
El dolor en su pecho se volvió insoportable. Su respiración se quebró. El poder en su sangre empezó a retumbar, a suplicar salir.
Cuando las lágrimas cayeron sobre el libro, las letras se encendieron y la habitación entera tembló.
Las velas estallaron. Las doncellas gritaron. La Reina se apartó de un salto.
Las marcas en su piel se encendieron con un rojo profundo. Y entonces supo, con una certeza devastadora, que ya no había vuelta atrás.
Que su destino había comenzado.
Y que nadie… ni Gareth, ni Ashar, ni la Reina… la controlaría.
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Editado: 25.07.2025