El temblor en la sala no se apagó de inmediato. Las llamas de las antorchas parpadeaban, el libro seguía latiendo en el altar, y las marcas en la piel de Lyara no dejaban de arder.
La Reina, más pálida que nunca, se irguió con dignidad forzada y ordenó que la dejaran sola con ellos tres. Las doncellas desaparecieron en silencio, dejando tras de sí un aire espeso y eléctrico.
—Ya no podemos seguir ocultándolo —dijo finalmente, con la voz más fría que dulce esta vez—. Si vas a destruirnos, al menos entiende primero qué eres.
Ella se acercó al libro y posó las manos sobre él. Las páginas se volvieron oscuras, mostrando escenas que no eran escritas, sino vivas: imágenes que parecían grabadas en humo y ceniza.
—Hace mil años —comenzó— existía un reino más allá de este. El verdadero origen de todo. Un lugar donde la luz y la sombra convivían, donde los dos poderes eran uno, y las puertas al resto de los mundos permanecían abiertas. Lo llamaban Cyntheris.
Las imágenes mostraron un valle inmenso de cristales, mares dorados y montañas de ónix, bajo un cielo con tres lunas. Entre sus gentes caminaban seres alados, de ojos ardientes y piel marcada con las mismas runas que ahora brillaban en Lyara.
—Eran tu pueblo —añadió la Reina, con un dejo de envidia venenosa en su voz—. Hijos de la Balanza. Custodios del equilibrio.
Lyara sintió que la sangre le hervía, como si cada palabra despertara memorias dormidas.
Pero la Reina continuó:
—Pero no todos en Cyntheris aceptaron el equilibrio. Uno de los suyos—un ser llamado Kaelth, el Primero Caído—codició el poder completo de la sombra, y en su arrogancia abrió una grieta… un abismo por donde algo más antiguo, más hambriento, se deslizó a este mundo.
Las imágenes se volvieron más oscuras. Se veían criaturas enormes, deformes, que devoraban los cristales, que arrancaban la piel a los hijos de la luz y la sombra, consumiéndolos en fuego negro.
—Así comenzó el final de Cyntheris —prosiguió la Reina—. Tus ancestros lucharon durante siglos, y finalmente sacrificaron su propia sangre para sellar el abismo. El precio fue terrible: el reino entero cayó en ruinas, su gente fue aniquilada… hasta quedar sólo una portadora. Tú.
Las imágenes mostraron un bebé envuelto en vendas rojas, colocado sobre una barca de cristal, flotando lejos mientras la ciudad ardía y las tres lunas caían una a una.
Lyara respiró hondo, una lágrima caliente resbaló por su mejilla.
Ashar se acercó desde la penumbra, cruzando los brazos, con el ceño fruncido.
—El abismo… no está cerrado del todo —dijo en voz baja—. Las grietas siguen abiertas en el norte. Tú no eres sólo la clave para salvar este reino… sino para evitar que eso —y señaló la página, donde Kaelth se erguía con alas de sombra— regrese.
Gareth, que había permanecido en silencio, finalmente habló:
—Es por eso que debes elegir sabiamente. Si la balanza se inclina, todo se repetirá.
Pero Ashar soltó una carcajada seca.
—No seas ingenuo, Gareth. La grieta ya se está abriendo. Mírala. Siente su sangre. La oscuridad ya la llama.
Las marcas en la piel de Lyara comenzaron a quemar otra vez, más intensamente que nunca. En el libro, la figura de Kaelth sonrió con dientes negros y extendió una garra hacia ella, como si pudiera verla a través de los siglos.
—Las cadenas de tu linaje no son sólo para mantenerte en tu sitio —añadió Ashar, acercándose tanto que Lyara sintió su calor—. Son para evitar que ella despierte lo que duerme en las grietas.
La Reina lo miró con una rabia mal contenida.
—Basta. Ya sabe demasiado.
Pero Lyara los apartó con un gesto y puso ambas manos sobre el libro. En cuanto lo hizo, las imágenes se iluminaron aún más, y escuchó… algo. Una voz profunda, femenina, que provenía del abismo mismo y decía su nombre con un amor cruel: Lyara… ven… termina lo que empezamos…
La sala entera tembló. La grieta en la página se abrió un poco más. Un frío imposible se deslizó por la estancia.
Ashar retrocedió instintivamente. Gareth desenvainó su espada.
Y Lyara sintió, por primera vez, que había algo más allá de todo esto. Algo todavía más grande que el reino, más antiguo que la Reina, más oscuro que las sombras y más brillante que la luz.
Algo que ya la había marcado antes de nacer.
El libro se cerró de golpe, expulsando un viento de cenizas que apagó todas las velas.
Y cuando la Reina recuperó el aliento, murmuró con los ojos entrecerrados:
—Si sigues buscando, niña… no quedará nada que salvar.
Pero Lyara levantó la mirada, con lágrimas ardientes en sus mejillas, y dijo, con una voz que ni ella reconocía:
—Que se queme, entonces.
Y la grieta en el libro… sonrió.
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Editado: 25.07.2025