Thalyss ; La Elegida de las sombras

Capítulo 11: La grieta y la corona

El libro latía entre sus manos como un corazón maldito.

Las cenizas aún flotaban en la sala, y cada grieta de su cubierta susurraba secretos que solo Lyara podía oír.

Estaba sola… o eso pensaba.

—No deberías estar aquí a solas con eso —murmuró Gareth desde la sombra de la puerta.

Su espada colgaba de su cinto, pero su mirada no era de guerrero, sino de hombre. Había preocupación en sus ojos azules, y también algo que Lyara no podía descifrar: ¿temor, deseo… o ambas?

Ella no respondió. Pasó un dedo por las grietas que cruzaban el libro, sintiendo cómo se ensanchaban apenas al contacto. Las voces la llamaban más fuerte ahora, como si reconocieran en su sangre a una hermana perdida.

—Sigues aquí, Gareth. —Otra voz surgió del fondo del salón.

Ashar apareció apoyado en un arco de piedra, con los brazos cruzados y su sonrisa torcida, los ojos ámbar brillando a la luz espectral.

—Eres más terco de lo que pensaba. Ella no es tuya. Ni de nadie.

—Y tú tampoco la proteges —espetó Gareth, dando un paso al frente—. Solo la quieres para tus propios fines.

Ashar arqueó una ceja y se acercó lentamente, su calor llenando el aire frío del salón.

—Al menos no le miento sobre lo que es —dijo suavemente, sin apartar la mirada de Lyara.

Ella apartó la vista de ambos. No quería escucharlos, no ahora. Las grietas la reclamaban.

Cerró los ojos y dejó que las voces entraran en su mente.

Debajo de la luz, en las ruinas del origen… está tu nombre completo. Allí duerme la verdad. Allí sangra el principio.

Las páginas del libro se abrieron solas, mostrando un mapa desconocido: montañas fracturadas, ríos de sombra, un símbolo al final… uno que brillaba con la misma luz de su sangre.

Pero antes de que pudiera tocarlo, una mano fría y delicada detuvo la suya.

—No tan deprisa —dijo la Reina, que había entrado sin ser notada.

Su expresión seguía siendo serena, dulce incluso, pero sus ojos oscuros ardían con una codicia apenas contenida.

—¿Por qué ocultaste esto? —preguntó Lyara con voz ronca, señalando las grietas.

—Para protegerte, por supuesto —sonrió la Reina, ladeando la cabeza—. Este poder no es para tus manos todavía. No hasta que te doblegues a lo que debes ser.

Lyara la miró a los ojos y, por primera vez, sintió la máscara romperse. Bajo la fachada maternal, la Reina estaba hecha de ambición, un pozo sin fondo disfrazado de corona.

Ashar dio un paso al frente, sin molestarse en disimular su desprecio.

—Te lo advertí, Lyara. Las cadenas de oro son más pesadas que las de hierro. Esta mujer solo quiere una cosa: usar tus venas como llave y tu alma como precio.

La Reina no negó nada. Se limitó a sonreír más ampliamente.

—Y si con ello salvo a mi reino, no me tiembla la mano.

—¡Salvaste tu corona, no tu reino! —gruñó Gareth.

El silencio cayó, pesado y afilado. La grieta en el libro pareció estremecerse, sintiendo la tensión.

Lyara respiró hondo, con las manos aún sobre las páginas calientes.

—Quiero verlo —dijo, apenas un susurro—. Quiero saber quién soy, no lo que ustedes esperan de mí.

La Reina entrecerró los ojos, pero no la detuvo.

Las grietas se abrieron un poco más, exhalando un viento helado que apagó las antorchas. La sala entera se oscureció, y el mapa del libro brilló como un relámpago en la noche.

Las voces del abismo la envolvieron.

Ven. Camina por las ruinas. Deja que tu sangre te lleve.

Las manos de Gareth y Ashar se tensaron al mismo tiempo. Ambos parecían listos para interponerse, para pelear entre sí o contra el abismo, pero los dos se quedaron quietos cuando ella levantó la cabeza.

Sus ojos ya no eran los mismos. La luz de las grietas se reflejaba en ellos, y algo antiguo se despertaba en su pecho.

Lyara dio un paso hacia el altar, y la grieta en las páginas se abrió por completo, proyectando un resplandor oscuro y hermoso a la vez.

—Nadie me va a obligar —dijo, con voz firme—. Ni tú —miró a la Reina—, ni tú —miró a Ashar—, ni siquiera tú —a Gareth—. Esta es mi sangre. Mi verdad.

Y antes de que alguien pudiera detenerla, la grieta la tragó.

Un rugido de viento llenó la sala, las sombras se alzaron como un mar y los tres quedaron paralizados mientras ella desaparecía, arrastrada hacia las profundidades del libro, hacia el mapa… hacia la raíz de su linaje.

Cuando el silencio volvió, la grieta seguía abierta, y la Reina murmuró con una mezcla de rabia y temor:

—Que los dioses nos protejan… si ella regresa con la verdad.




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