Thalyss ; La Elegida de las sombras

Capítulo 12: Las Ruinas del Origen

El mundo al otro lado de la grieta no se parecía a nada que hubiera visto antes.

El aire era denso, con un brillo dorado suspendido en cada partícula, y el suelo estaba cubierto de símbolos que ardían suavemente bajo sus pies, reconociendo su presencia. Los cielos se dividían en dos colores: azul profundo por un lado, rojo encendido por el otro, como si el día y la noche convivieran en una misma eternidad.

Las ruinas se alzaban frente a ella, majestuosas y tristes: columnas blancas resquebrajadas, estatuas sin rostro y un enorme arco caído, sobre el cual brillaba un nombre que nunca había pronunciado en voz alta:

Thalyss.

Las grietas de la tierra parecían latir al ritmo de su corazón, y las runas en el suelo le quemaban suavemente la piel, como si quisieran recordarle algo que su mente aún no alcanzaba a comprender.

Un murmullo recorrió las piedras cuando dio un paso más.

—Bienvenida, Hija Perdida —dijo una voz suave y gutural a la vez.

De entre las sombras surgieron figuras vestidas con túnicas de hilo dorado, sus ojos cubiertos por vendas blancas, cada uno portando un báculo de cristal quebrado. Eran hombres y mujeres de distintas edades, pero todos se arrodillaron ante ella en cuanto la vieron.

—¿Quiénes son? —preguntó Lyara, la garganta seca.

—Somos los Custodios del Thalyss —respondió uno, inclinando la cabeza—. Hemos esperado por ti desde que la última torre cayó. Tu sangre es la llave y el juicio. Solo tú puedes decidir.

El suelo tembló cuando una enorme puerta circular, grabada de símbolos antiguos, se abrió lentamente. Más allá, un vasto salón de piedra, con un altar en el centro, la esperaba. En el altar estaba el Thalyss, no como un simple libro… sino como una enorme losa de cristal y luz, cuyas páginas flotaban como espectros y susurraban a la vez en mil lenguas.

Lyara dio un paso hacia él y sintió un escalofrío cuando las marcas en su piel —las que siempre creyó cicatrices— comenzaron a encenderse, revelando patrones de fuego y luna.

Uno de los Custodios habló con reverencia:

—El Thalyss no es solo la historia de este mundo. Es el mapa y el arma. La memoria de los que fueron y la condena de los que vendrán. En tus manos, puede ser salvación… o ruina.

Las páginas giraron solas, mostrando escenas que la rodeaban como una tormenta de magia:

✨ Su pueblo, alto y orgulloso, siendo arrasado por una oscuridad sin rostro.

✨ Una niña —ella— oculta en una cuna de luz, mientras las llamas devoraban su hogar.

✨ Dos ejércitos, uno de sombras y otro de estrellas, enfrentándose sobre campos ennegrecidos.

La voz de los Custodios retumbó:

—La profecía nunca habló de bien o mal. El Thalyss cuenta la historia verdadera: no de elegir entre la luz o la oscuridad… sino de decidir quién eres, y hacia dónde llevarás al mundo.

Lyara apretó los puños mientras las imágenes la inundaban.

—¿Por qué no me lo dijeron antes? —exigió, sintiendo la ira y el miedo mezclarse—. ¿Por qué nadie me dijo quién soy?

—Porque nadie puede decirte quién eres —respondió el Custodio—. Solo tú puedes decidirlo.

Entonces, las ruinas se estremecieron, y una grieta negra se abrió a sus espaldas. De allí emergieron criaturas de sombra y fuego, con garras y colmillos, arrojándose hacia ella con un rugido que hizo temblar las columnas.

—¡Protegedla! —gritó uno de los Custodios.

Pero las criaturas eran demasiadas. Lyara sintió el calor en su pecho y supo que la sangre en sus venas era más que herencia: era un arma.

Alzó la mano hacia el Thalyss, que respondió con un estallido de luz. De su piel brotaron los mismos símbolos que cubrían el altar, y la magia fluyó por ella como un río imposible.

En un instante, las sombras fueron arrasadas por un círculo de fuego blanco que brotó de su cuerpo.

Cuando el polvo se asentó, Lyara estaba de rodillas, jadeando, las manos apoyadas en el suelo ardiente.

Las palabras del Thalyss resonaron en su mente:

Tu destino no es ser obedecida, ni obedecer. Tu destino es elegir. Y con tu elección, vendrá la ruina… o el renacer.

De pronto, la figura de la Reina apareció, etérea, proyectada entre las columnas, con su corona brillando como cuchillas.

—Has visto demasiado —susurró, y su sonrisa era tan dulce como venenosa—. Vuelve, Lyara, antes de que termines de romperlo todo.

Pero también apareció Ashar, como un remolino de sombras, y Gareth, envuelto en luz, ambos en extremos opuestos de la sala, llamándola con la mirada.

—Lyara —gruñó Ashar—. No dejes que te encierren otra vez.

—Lyara —dijo Gareth, con voz firme—. No la dejes ganar.

Y por un instante, el mundo entero pareció contener el aliento, esperando su decisión.

Ella se puso de pie lentamente, con las marcas de su linaje ardiendo en su piel, el poder del Thalyss latiendo en su pecho, y las ruinas del pasado temblando bajo sus pies.

Sabía que aún no tenía todas las respuestas.

Pero también sabía que su tiempo para elegir había comenzado.




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