Thalyss ; La Elegida de las sombras

Capítulo 14: La que no obedece

Las marcas en la piel de Lyara ardían como un incendio mientras daba un paso al frente, dejando atrás la sombra de lo que alguna vez fue Aria.

Los soldados de luz y de oscuridad, dispuestos alrededor del claro, callaron al verla. Incluso las criaturas del bosque parecieron contener la respiración cuando la nueva Lyara —la verdadera— levantó el rostro hacia las lunas.

Las lunas, que antes le parecían heridas abiertas en el cielo, ahora brillaban como coronas sobre su cabeza.

Gareth la miraba con asombro, su espada bajando lentamente, como si por primera vez no supiera qué hacer.

Ashar sonreía con esa mezcla de burla y admiración, sus ojos ámbar atentos a cada movimiento de ella.

Y la Reina… la Reina por fin parecía inquieta. Su compostura se resquebrajaba, y sus dedos se crispaban sobre su cetro.

—¿Qué crees que haces? —la voz de la Reina sonó más afilada que nunca, su dulzura rota.

Lyara la miró con calma y dio un paso más, la marca sobre su frente encendiéndose como una estrella.

—Lo que nadie tuvo el valor de hacer —respondió—. Recordarles quién soy… y quiénes son ustedes.

El aire crepitó. Las grietas en el suelo se encendieron con la misma luz del Thalyss, extendiéndose como raíces por el bosque. Bajo sus pies, las memorias de los reinos despertaron, proyectando imágenes sobre los árboles: el linaje de Lyara asesinado en su cuna, su madre y su padre entregando su vida para salvarla, las ciudades de su pueblo reducidas a cenizas mientras la Reina se alzaba entre la traición.

Los soldados miraban con horror las escenas: la Reina alzando su cetro sobre los exiliados, ordenando la masacre de quienes no doblaron la rodilla, condenando a Ashar y a los suyos a la oscuridad. La Reina gobernando con mentiras mientras moldeaba la profecía a su conveniencia.

Las voces del bosque murmuraban en coro: “Mentira… mentira… mentira…”

Las lunas se alinearon sobre el claro, bañando a Lyara con una luz blanquecina. Ella abrió los brazos y la energía del Thalyss se derramó desde su pecho, uniendo las marcas de todos los presentes en un mapa viviente. Todos podían ver ahora lo mismo que ella.

Ashar rió, un sonido oscuro y triunfante.

—Siempre supe que no eras de nadie.

—Nunca lo fui —dijo Lyara, su voz retumbando entre los árboles.

Los soldados retrocedieron, confundidos, mientras la Reina avanzaba, desesperada por mantener el control.

—¡Tú eres mía! —gritó la Reina, su máscara bondadosa completamente rota—. ¡Tu sangre me pertenece, tu destino me pertenece, tus reinos son míos!

Pero Lyara alzó la mano y, con un gesto, las cadenas invisibles que la Reina había tejido en torno a ella se quebraron, estallando en un resplandor que derribó a todos en el claro.

—No soy de nadie —repitió Lyara, más fuerte esta vez—. Ni tuya… ni de ellos… ni siquiera del destino.

Las sombras y la luz se agitaban a su alrededor como si el mundo entero estuviera tomando partido. El claro temblaba, la tierra se agrietaba, y el viento ululaba con una mezcla de miedo y júbilo.

La Reina retrocedió, por primera vez en siglos sin palabras.

—Tu reinado termina —anunció Lyara, avanzando un paso más.

Pero en ese momento, un rugido profundo, ancestral, reverberó desde las grietas del suelo. Un poder que ninguno de ellos había sentido antes comenzó a emanar desde las profundidades, negro como la nada, retorciéndose y hambriento.

Lyara se detuvo en seco, sus ojos centelleando, y supo que esa presencia no era de la Reina ni de los exiliados. Era algo más antiguo. Algo que llevaba esperando mucho más que ella. Algo que ni siquiera el Thalyss había mostrado del todo.

Ashar frunció el ceño, su burla desvaneciéndose al percibirlo.

—Eso… eso no eres tú. Eso es lo que ella despertó —murmuró, señalando a la Reina—. Y ahora… viene por todos.

Las grietas se ensancharon, devorando los bordes del claro, y un brazo hecho de oscuridad pura surgió de la tierra, extendiéndose hacia la Reina y hacia Lyara por igual.

Lyara sintió el frío de esa presencia reptando por su piel, y un eco en su mente la llamaba: «Marca… Sangre… Trono…»

Las lunas parpadearon como si fuesen a apagarse.

—¡Lyara! —gritó Gareth, corriendo hacia ella.

—¡No lo toques! —advirtió Ashar al mismo tiempo.

Pero Lyara se quedó quieta. Su respiración era calmada, su mirada fija en esa grieta que prometía respuestas… y destrucción.

Y antes de que ninguno pudiera detenerla, dio un paso al frente y tocó la oscuridad.

El mundo se quebró en un estallido de luz y sombra, y todos fueron derribados por la fuerza de la explosión.

Cuando el polvo se asentó, Lyara estaba arrodillada en el centro del claro, su vestido y su piel cubiertos de las marcas ardientes y negras de esa grieta.

Pero su mirada seguía firme.

—Que lo intenten —susurró, con un brillo desafiante en los ojos—. Estoy lista para los dos.

Y entonces, la grieta se cerró con un rugido ensordecedor, dejando tras de sí un silencio ominoso y expectante.

El claro temblaba todavía, las lunas temblaban… y la batalla apenas comenzaba.




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