El claro donde la grieta se cerró seguía ardiendo con un resplandor tenue, como brasas ocultas bajo la tierra. La Reina había desaparecido en el momento de la explosión, tragada por la misma oscuridad que ella despertó. Nadie supo hacia dónde, ni si seguía viva.
El reino entero —ahora desprovisto de su soberana— estaba en vilo.
Lyara caminó junto a Gareth y Ashar a través de las puertas del reino de luz, con las lunas bañando las murallas de blanco y azul. El aire estaba lleno de murmullos: soldados, doncellas, consejeros, incluso niños que se asomaban tras las columnas para mirarla. Todos la observaban con mezcla de temor y fascinación.
El reino parecía una pintura imposible: torres cubiertas de hiedra luminosa, fuentes de agua que fluía como cristal líquido, jardines donde las flores cantaban en susurros y las estatuas parecían a punto de despertar. Criaturas etéreas danzaban en los patios, y mariposas negras —como las que salieron de la grieta— revoloteaban en lo alto, recordando a todos que no había victoria todavía.
Los tres avanzaron entre los pasillos del palacio, donde las fuerzas de luz y sombra se mezclaban incómodas. Algunos saludaban a Lyara con cortesía; otros apartaban la mirada. Algunos murmuraban que era una salvadora; otros, que era el principio del fin.
Un consejero anciano con barba de plata la guió a una estancia privada, donde una cena ligera la esperaba.
—Los reinos esperan su decisión, Alteza —dijo, sin mirarla directamente, antes de retirarse.
Lyara se quedó sola… solo por un instante.
La puerta se abrió y Gareth entró, su armadura ya despojada, vestido con una túnica oscura que le marcaba la anchura de los hombros. Se acercó en silencio y dejó una daga envainada sobre la mesa.
—Para ti —dijo, sin demasiada emoción en la voz, pero sin apartar los ojos de ella.
Lyara tomó la daga, sintiendo el frío del metal contra su piel.
—Por si vuelven las sombras —explicó él—. O alguien más.
Por primera vez esa noche, ella notó cansancio en su expresión. Parecía querer decir algo, pero se limitó a inclinar la cabeza y susurrar:
—No tienes por qué cargar todo esto sola, Lyara. Yo… estaré aquí cuando lo necesites. Siempre. Aunque no lo digas.
Durante un segundo, sus dedos rozaron los de ella al entregarle la daga, y fue como un latido silencioso entre ambos. Después, se apartó y salió, sin decir nada más.
Cuando la puerta volvió a cerrarse, Lyara respiró hondo. No tuvo tiempo de calmarse: otro sonido detrás de ella. Esta vez, fue una risa baja, irónica.
Ashar estaba apoyado contra el alféizar de la ventana, con los brazos cruzados y sus tatuajes ardiendo débilmente en la penumbra.
—El perfecto soldado —dijo, señalando hacia la puerta por donde se había ido Gareth—. Promesas, juramentos, honor… qué aburrido.
Ella lo miró con el ceño fruncido.
—¿Y tú qué propones? —preguntó.
Ashar se acercó, con esa calma peligrosa que lo envolvía, y la miró de cerca, sus ojos ámbar brillando como brasas.
—Yo no quiero que me necesites. Quiero que me elijas —susurró, cerca de su oído—. No porque debas… sino porque quieras.
Ella sintió un escalofrío recorrerle la columna, y no supo si era miedo o algo más. Ashar esbozó una sonrisa ladeada, luego se alejó hacia la ventana y saltó hacia la noche, dejándola con el corazón latiendo demasiado rápido.
Lyara se dejó caer en el diván, incapaz de encontrar descanso. Su mente estaba llena de las imágenes del Abismo, de la Reina desaparecida, de las promesas de Gareth y las insinuaciones de Ashar.
Afuera, en los jardines, soldados de ambos bandos discutían, y nuevos consejeros habían llegado desde otros confines: un príncipe de alas de vidrio, una mujer de piel cubierta de escamas que se decía heredera de las aguas, un niño que hablaba con las estrellas. Figuras de la luz y de la sombra, reclamando un lugar en la historia que se estaba escribiendo.
Todos querían algo de ella.
Ella cerró los ojos, apoyando la frente sobre la daga que Gareth le había dejado.
En su mente, la voz de la Reina resonó por última vez como un susurro:
“No eres más que una llave. Elijan lo que elijan, todos abrirán la misma puerta.”
Y, mientras las lunas descendían, Lyara abrió los ojos y se prometió algo en silencio:
Sea lo que sea lo que quieren de mí… no lo tendrán tan fácil.
En la distancia, entre las torres del reino, las grietas del Abismo brillaban débilmente, como si esperaran a que ella las reclamara.
El destino estaba allí, acechando. Y ella, por primera vez, no tenía miedo de mirarlo.
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Editado: 25.07.2025