La noche no caía en el mundo de Ashar.
Era un reino sin sol ni luna, suspendido en un crepúsculo perpetuo, con cielos de un negro profundo atravesados por ríos de luz carmesí. Las montañas parecían grietas abiertas en la tierra, y los lagos, espejos oscuros que devolvían reflejos distorsionados. Allí no crecían flores: crecían brasas. Allí no soplaba el viento: soplaban murmullos.
Lyara estaba allí. Ashar la había llevado sin pedir permiso, apenas rozándola con los dedos para abrir un umbral en el aire, un filo de oscuridad que devoró el mundo a su alrededor y los depositó en este otro lado.
Cuando por fin ella logró alzar la vista, él estaba de pie a su lado, observándola en silencio. Por primera vez, en su mirada no había burla, solo algo parecido a resignación… o melancolía.
—Este —dijo él finalmente— es mi reino. El último refugio de los exiliados. Y la primera cicatriz del Abismo.
Avanzó unos pasos, y la tierra a sus pies se encendió con sus tatuajes. Lyara lo siguió, tragando saliva, sintiendo cómo cada respiración le quemaba los pulmones.
—Creí que eras uno de ellos —murmuró ella—. Un hombre de las sombras. Un enemigo.
Ashar soltó una carcajada breve, pero vacía.
—Lo soy. Y no lo soy. —Se volvió hacia ella, con sus ojos ámbar brillando—. Soy hijo del Abismo. Nacido de una madre que vendió su alma para abrir la Puerta y de un padre que la cerró con su sangre. Soy el último testigo de lo que hicieron contigo… y con nosotros.
—¿Conmigo? —preguntó ella, con el corazón martillándole en las costillas.
Ashar se detuvo, bajó la vista y murmuró, casi para sí mismo:
—Porque no eras una niña cualquiera, Lyara. —Levantó la mano y, con un gesto, invocó un muro de humo donde se proyectaron imágenes como memorias atrapadas—. Eras la llave que no debió existir. Cuando tu madre dio a luz, la Reina de la Luz ya había firmado tu sentencia. El reino de tu sangre fue traicionado, su gente masacrada, su nombre borrado de todos los libros. Todo… para que ella pudiera controlarte cuando llegara este día.
Lyara se estremeció. Ante sus ojos aparecieron escenas de guerra: un castillo en ruinas, cuerpos caídos, estandartes arrancados, y al fondo, la Reina sonriendo, vestida de blanco y bañada en sangre ajena.
—Ella… sabía. —Lyara sintió un nudo en la garganta—. Todo este tiempo…
Ashar asintió, su rostro endurecido.
—Sabía que el Abismo se abriría de nuevo. Sabía que el poder de tu linaje era el único capaz de cerrar —o abrir— la Puerta. Así que mató a tu familia, selló tu memoria y te convirtió en su peón. Nos convirtió a todos en sus piezas de ajedrez.
Lyara apenas podía respirar. Dio un paso atrás, pero Ashar la sostuvo por el brazo, firme.
—¿Sabes cómo se abre la Puerta? —preguntó, su voz baja, peligrosa.
Ella negó con la cabeza, temblando.
—Con una sola palabra. Tu nombre verdadero. No el que ella te dio. Ni el que crees recordar. —Ashar se inclinó hasta que su frente casi tocó la de ella—. Y en cuanto lo pronuncies, Lyara… el Abismo no volverá a cerrarse. Para bien o para mal.
Las grietas en el suelo empezaron a iluminarse, como si la tierra misma respondiera a sus palabras. En el horizonte, una grieta gigantesca se abría poco a poco, arrojando destellos rojos y dorados.
—Esa… es la Puerta —susurró ella.
—No. —Ashar sonrió con tristeza—. Esa eres tú.
Las memorias proyectadas detrás de él mostraron un último instante: la Reina, de pie ante la Puerta, con lágrimas falsas en los ojos, murmurando algo que Lyara no alcanzaba a entender. Y entonces lo supo. La Reina no la quería viva por bondad, ni por amor. La quería viva porque solo ella podía abrir lo que la Reina deseaba: el poder absoluto.
Lyara cerró los ojos, sintiendo el calor y el frío del Abismo mezclándose en sus venas. Comprendió que nada la ataba realmente. Ni Gareth, ni Ashar, ni la Reina.
El silencio se volvió pesado, roto únicamente por la respiración contenida de Ashar.
Cuando por fin abrió los ojos, sus pupilas brillaban con una luz que no era ni de la luz ni de la sombra.
Y en lo más hondo del Abismo, la Puerta palpitó… esperando que ella la cruzara.
—Elige bien, Lyara —murmuró Ashar, apartándose lentamente—. Porque cuando lo hagas, no habrá vuelta atrás.
Y así, con un rugido profundo y antiguo, las grietas se extendieron como venas encendidas a través del reino entero, mientras la Reina —en algún lugar entre mundos— sonreía en la oscuridad, segura de que su plan seguía en marcha.
Pero Lyara… ya no estaba tan segura de que quisiera seguir el guion de nadie.
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Editado: 25.07.2025