Thalyss ; La Elegida de las sombras

Capítulo 18: El corazón de la grieta

El mundo se había roto.

La grieta los engulló a todos: Lyara, Gareth, Ashar… y también a la Reina.

Pero no los devoró; los llevó.

Al otro lado.

Cuando Lyara abrió los ojos, lo primero que sintió fue calor y frío al mismo tiempo.

El suelo bajo sus pies parecía hecho de cristal líquido, como un lago de espejos, y sobre su cabeza el cielo se partía en dos: la mitad era una tormenta de fuego, la otra mitad un vacío estrellado.

Los habitantes del reino, resguardados detrás del portal que Lyara había sellado, miraban desde lejos, incapaces de atravesar la grieta.

Ella los había salvado.

Pero ahora, era su turno de pelear.

Gareth cayó junto a ella, su armadura ya agrietada por la violencia de la magia.

Ashar emergió del humo con una carcajada feroz, sus tatuajes brillando más intensos que nunca.

Y entonces, la Reina apareció al borde del campo: su vestido convertido en alas negras, su rostro surcado por venas de sombra, los ojos convertidos en brasas rojas.

—Bienvenidos —dijo, su voz retumbando por toda la grieta—. Aquí termina tu resistencia, Lyara. Aquí empieza mi reino.

Las criaturas de la Reina —gárgolas de obsidiana y serpientes hechas de luz corrupta— comenzaron a salir de las grietas del suelo.

Pero esta vez Lyara no tembló.

Se enderezó, la marca del Thalyss ardiendo en su piel, sus manos chisporroteando con una energía dorada y azul que parecía desear escapar de ella.

—No es tu reino —replicó Lyara—. Ni tu destino.

Con un gesto, lanzó un rayo de luz que atravesó a las primeras criaturas como si fueran de papel.

Gareth se adelantó a su derecha, espada desenvainada, y sus ojos claros ya no mostraban dudas:

—No dejaré que te toque —le prometió, y con un rugido, su espada se llenó de fuego plateado mientras cargaba contra el ejército de sombras.

Cada golpe suyo dejaba un halo de estrellas.

Ashar apareció a su izquierda, riendo como un demonio, rodeado de un torbellino de fuego negro y cadenas incandescentes.

—Si vas a destruirla —le gritó a Lyara—, por favor, que sea con estilo.

Las sombras de la Reina chillaban ante él, retrocediendo al calor de su poder.

—Tu sangre es mía —vociferó la Reina mientras se elevaba por los aires, desplegando alas infinitas de oscuridad—. Tu vida y tu muerte también.

Pero Lyara cerró los puños y en un estallido de luz, saltó tras ella, dejando una estela de oro.

—Ya no —le gritó mientras embestía, sus dos manos en llamas.

El choque fue monumental.

La grieta tembló, astillándose aún más, lanzando fragmentos de cristal ardiente en todas direcciones.

Gareth defendía a Lyara cuando caía, cortando las garras de las criaturas antes de que la alcanzaran, cada uno de sus movimientos limpio y decidido.

Ashar giraba entre enemigos con fuego y cadenas, arrancando gritos de las bestias y carcajadas de su propia boca.

Las fuerzas del bien y la oscuridad bailaban en un equilibrio frágil mientras la grieta se deshacía.

La Reina trató de envolver a Lyara con un manto de sombra, sus manos intentando alcanzar la marca brillante en su pecho.

—Dámelo —susurró con odio—. Tu poder. Tu nombre. Todo.

Pero Lyara, jadeando, la miró con una sonrisa de desafío y respondió:

—Ven por él.

Un último estallido de luz bañó el escenario.

El suelo se partió, columnas de fuego y hielo emergieron.

Las alas de la Reina se desgarraron mientras caía, chillando, envuelta en humo negro.

Lyara se mantuvo firme en el centro del caos, con el cabello ondeando y las manos aún encendidas, respirando hondo.

Gareth se acercó, cubierto de sangre y polvo, inclinándose apenas.

Ashar apareció un segundo después, apoyándose en un muro quebrado con su media sonrisa intacta.

Ambos la miraron.

Ella bajó la mirada a sus propias manos, que todavía chisporroteaban, y sintió el eco de la grieta temblando a su alrededor, como si ahora todo el destino del mundo estuviera contenido allí, en el hueco de su palma.

Y por primera vez, comprendió que no solo tenía el poder de salvarlos… sino también de destruirlo todo.

La grieta seguía abierta.

La Reina no había sido vencida del todo.

Y tanto Gareth como Ashar sabían que, tarde o temprano, ella tendría que decidir qué hacer con ese poder.

El silencio que quedó tras la batalla era más pesado que el rugido del combate.

Y en los bordes de la grieta, la Reina, medio rota, la observaba aún… sonriendo.




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