Thalyss ; La Elegida de las sombras

Capítulo 19: Si yo no lo tengo

El silencio tras la batalla era solo un preludio.

Las sombras que quedaban en pie comenzaron a retorcerse, agrietándose como vidrio antes de romperse.

La Reina, de pie en el centro de la grieta, alzó la cabeza con una sonrisa torcida, y su verdadero poder —el que había estado ocultando— se desató.

Su vestido se deshizo en una marea de oscuridad líquida que cubrió el cielo como alas. Su cuerpo se tornó más alto, casi espectral, y de su frente surgió una corona de espinas de sombra.

Sus ojos ya no eran rojos: ahora eran vacíos, como dos abismos.

—¿De verdad creíste, Lyara… —su voz retumbaba por toda la grieta— …que esto era todo lo que yo era?

Las criaturas que quedaban se arrodillaron ante ella. Incluso el aire parecía inclinarse.

Pero Lyara no retrocedió.

La luz del Thalyss la envolvía por completo. En su pecho ardía la marca, extendiéndose por su piel como raíces de fuego y hielo.

El cabello flotaba alrededor de su rostro, y sus manos parecían sostener el mismo amanecer.

—No importa cuánto te escondas detrás de tu magia —dijo, con voz firme—. No es tuyo. Ni yo lo soy.

La Reina lanzó un grito y descendió sobre ella con un torbellino de sombras, tan rápido que ni Gareth ni Ashar pudieron alcanzarlas.

El impacto levantó una explosión de cristal y humo.

Las alas de la Reina chocaron contra la luz de Lyara, la sombra y la aurora enredándose, luchando, retorciéndose.

Por un instante, pareció que el cielo se quebraba.

Lyara gritó cuando las garras de la Reina lograron rozarla, dejando tres profundas marcas negras en su brazo. La herida ardió con un veneno helado, y su luz vaciló.

Pero no cayó.

En cambio, cerró los ojos y dejó que el Thalyss hablara.

El suelo tembló, el fuego y la luz estallaron de sus manos, y un pilar de energía pura atravesó a la Reina de lado a lado.

Por primera vez, la Reina gritó de verdad.

Su corona de espinas se hizo polvo, sus alas se desgarraron, y la oscuridad que la formaba se dispersó en un millar de chispas negras.

Lyara jadeó, arrodillándose, su brazo herido humeando, pero aún con fuego en la mirada.

Se puso en pie mientras la Reina caía de rodillas, derrotada, deshecha, sus manos temblando mientras se desvanecía.

Pero antes de desaparecer, la Reina levantó la vista y, con una sonrisa cruel, susurró:

—Si yo no lo tengo… él vendrá por ti.

Y con esa última promesa, la Reina estalló en un millar de fragmentos de sombra que se evaporaron como humo.

La grieta rugió una vez más, y las estrellas volvieron a brillar sobre sus cabezas.

Las criaturas de oscuridad se derritieron en el suelo como cera, y los muros de luz se cerraron lentamente alrededor de todos.

Gareth corrió a ella, atrapándola antes de que cayera, su espada aun humeando.

Ashar se acercó despacio, con la sonrisa ladeada, pero por primera vez sin rastro de burla en los ojos.

Lyara, herida, con las manos todavía ardiendo, miró el lugar donde la Reina había desaparecido.

En su pecho, el Thalyss seguía brillando… y por debajo de ese brillo, un frío desconocido le susurraba un nombre que no entendía.

Ella levantó la cabeza, con una mueca entre dolor y decisión, y les dijo a ambos, con voz ronca pero segura:

—Sea quien sea “él”… que venga.

Y en el horizonte de la grieta, mientras el mundo volvía a su sitio, algo —algo enorme y desconocido— pareció abrir un ojo.

El silencio volvió.

Pero no era un silencio de paz.

Era un silencio de espera.

—Esto… apenas empieza —murmuró Ashar.

Y Lyara, con una sonrisa desafiante, se dejó sostener mientras las estrellas volvían a iluminar la grieta rota.




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