Las grietas del mundo no se cerraron del todo.
Incluso después de la derrota de la Reina, el aire seguía cargado de electricidad, como si algo mucho mayor acechara detrás del velo.
Lyara, aún herida, permanecía de pie sobre el suelo agrietado, con el Thalyss brillando en su pecho y las marcas de la Reina aún negras sobre su brazo. Podía sentir la oscuridad de esa herida reptar por sus venas, y al mismo tiempo una fuerza desconocida y brutal que comenzaba a despertarse dentro de ella.
Los soldados de luz y los exiliados, que habían sido testigos de la batalla, se habían retirado a una distancia prudente. Nadie se atrevía a acercarse demasiado.
Pero Gareth y Ashar no se movieron de su lado.
El primero, con la espada envainada pero los hombros tensos, la miraba con una mezcla de orgullo y preocupación.
El segundo, apoyado en un fragmento de roca, con los brazos cruzados y su sonrisa ladeada, no le quitaba los ojos de encima, aunque esta vez su mirada estaba cargada de algo más oscuro.
—No te dejes engañar por el silencio —dijo Ashar, con voz baja—. Esto no ha terminado.
—Cállate —gruñó Gareth, mirándolo de reojo—. No la confundas más.
—¿Confundirla? —repitió Ashar, divertido—. Gareth, tú mismo le has mentido más que nadie. ¿Quieres que le diga yo quién viene? ¿O vas a decírselo tú?
Gareth apretó los puños, pero no contestó.
Lyara los miró a ambos, con las sombras de la Reina aun desvaneciéndose tras de sí, y se sintió más sola que nunca.
Ambos estaban aquí, los dos la miraban como si les perteneciera de alguna forma… y sin embargo, no podía confiar en ninguno.
La grieta a su espalda volvió a rugir, un susurro como un aliento frío recorrió la arena y un temblor sacudió el suelo.
Un sonido lejano, como un corazón latiendo en las profundidades del mundo, empezó a marcar el ritmo.
Y entonces lo sintió.
Algo —alguien— desde más allá de las estrellas, más allá de la grieta, la estaba mirando.
Un ojo enorme y antiguo se abría en la nada, fijo en ella, tan pesado y vasto que por un momento su propia luz vaciló.
La voz de la Reina, ahora apenas un eco, resonó en su mente:
—Si yo no lo tengo… él vendrá por ti.
Lyara cayó de rodillas, apretando el pecho, jadeando por el dolor y la revelación.
El Thalyss ardía como nunca, y sus heridas parecían abrirse más.
Las marcas en su piel brillaron, extendiéndose en filigranas que le cubrieron el cuello, los brazos, las piernas.
Ashar dio un paso adelante, mirándola con intensidad.
—Ahí lo tienes —susurró—. El verdadero enemigo. Y él no juega con coronas ni profecías. Él juega con mundos.
Gareth por fin se movió, poniéndose entre ella y la grieta.
—No la tendrás —dijo con voz helada, apuntando su espada hacia el abismo invisible—. No mientras yo respire.
Ashar soltó una carcajada breve y amarga.
—Qué noble… y qué ingenuo.
Las grietas comenzaron a cerrarse lentamente, pero la sensación de que algo inmenso y oscuro se estaba preparando al otro lado no se desvaneció.
Lyara, con la respiración entrecortada y los ojos vidriosos, los miró a ambos.
En su mirada ya no había miedo, sino una decisión naciente, fría y ardiente a la vez.
—Díganme la verdad —exigió—. Toda la verdad.
—No ahora —contestó Gareth, bajando la vista.
—Cuando estés lista —añadió Ashar, con una sonrisa apenas perceptible.
Ella se puso en pie con dificultad, con las marcas todavía brillando en su piel.
Las grietas terminaron de cerrarse, pero antes de que la última centella desapareciera, un susurro casi inaudible la alcanzó:
—Te estoy esperando, Lyara…
El aire se volvió denso otra vez, pero solo por un instante.
Los soldados regresaron, los cielos se despejaron, el reino se mostró, hermoso y devastado a la vez.
A lo lejos, se levantaba la ciudadela, envuelta en una nueva quietud.
Lyara miró a Gareth y luego a Ashar.
Ambos sostenían su mirada, ambos ocultaban más de lo que decían, y en sus ojos brillaba no solo deseo y devoción, sino también una amenaza sutil.
Una elección. Una guerra. Un destino que todavía no entendía del todo.
Respiró hondo, sintiendo el peso de todos los reinos sobre sus hombros, y por primera vez en mucho tiempo, sonrió levemente.
—Entonces, que venga —susurró.
Y mientras las campanas del reino sonaban a lo lejos, y el cielo se teñía con los últimos brasas de la batalla, el Thalyss en su pecho palpitó, como si celebrara su decisión.
El horizonte seguía oscuro.
El ojo seguía abierto.
Pero Lyara ya no era Aria.
Era Lyara.
Y su historia apenas comenzaba.
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Editado: 25.07.2025