Thalyss ; La Elegida de las sombras

Epílogo: El susurro de la grieta

La noche era más oscura de lo habitual, incluso para un reino donde la luna se partía en dos y las estrellas parecían heridas.

En lo alto de una torre abandonada, alguien —algo— observaba el mundo que Lyara acababa de salvar… o condenar.

La figura estaba envuelta en sombras densas, demasiado negras para ser naturales, y su forma era difícil de percibir. Parecía humano… hasta que las grietas a su alrededor se abrieron con un crujido, y se adivinó una silueta inmensa, coronada por cuernos retorcidos y ojos tan antiguos como el vacío.

El Ojo del Abismo.

El verdadero enemigo.

Sus labios se curvaron en una sonrisa, aunque no tenía boca visible.

Su voz —profunda, seca, cargada de malicia y hambre— se derramó a través de las grietas, recorriendo la tierra, deslizándose hasta el corazón de Lyara, dormida y soñando en su estancia.

—Por fin… ha elegido.

Las grietas se expandieron lentamente, como si el suelo se rindiera ante ellas. Desde esa fisura, criaturas alargadas y retorcidas comenzaron a arrastrarse, sin hacer ruido, tanteando el mundo como dedos buscando grietas en una presa.

—Que disfruten su pequeña victoria… —dijo la sombra—. El verdadero juego apenas comienza.

En el bosque, bajo las raíces de los árboles de plata, el Thalyss —ahora separado brevemente de Lyara, custodiado por sellos— palpitó con una luz agónica. Cada latido del libro hacía que las runas del suelo se quebraran un poco más, incapaces de contener la oscuridad que se filtraba.

Y en la ciudadela, en los pasillos más profundos del castillo, donde ni la Reina ni los soldados se habían atrevido a entrar jamás, dos voces se encontraron en la penumbra.

—¿Está preparada? —preguntó una.

—No —contestó la otra, con un deje de placer en su tono—. Y eso es… perfecto.

En la cama, Lyara se removió. En su sueño, veía un reino nuevo: más allá de montañas rojas, un cielo sin lunas, y la grieta que se abría como un ojo, llamándola.

Al despertar, el aire estaba frío.

En su puerta, una carta sin remitente la esperaba, con un sello que no había visto jamás: un círculo de plata y una lágrima de obsidiana.

La abrió.

Solo contenía cinco palabras, escritas en tinta que parecía sangre:

Nos vemos en el otro lado.

Lyara sintió cómo el Thalyss —dondequiera que estuviera— respondía con un destello de calor en su pecho.

Y supo, sin necesidad de más palabras, que el próximo movimiento era suyo.

Que el segundo juego acababa de comenzar.




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