Gulf no prestaba atención a nada a su alrededor; excepto a aquel jovencito que dejaba ahora varios defensores tirados por el campo de tierra y corría directo al arco.
No era su técnica excelente, ni su altura envidiable, ni su sonrisa, ni su fair play lo que mantenía a Gulf hipnotizado.
Era aquella mirada severa, sería, hasta con un dejo de intimidación con la que había visto a uno de sus compañeros de equipo cuando este había empujado a Gulf y le había susurrado marica, bajo pero audible, que le hizo temblar todo el cuerpo, de rabia ... de miedo ...
Pero luego, mientras su mano fuerte levantaba a Gulf, éste vio como aquel que lo estaba ayudando a ponerse de pie miraba a su compañero de equipo de esa forma, forma de la que Gulf jamás se olvidaría.
Con el silbatazo final, el árbitro acabó el juego. La liga juvenil de fútbol terminaba aquella tarde su último partido de temporada. La época del Monzón llegaría y eran muy pocas las actividades que en aquellas montañas rurales se podía hacer.
Gulf apenas oyó lo que su entrenador les decía mientras tomaba su mochila y bebía un trago de agua. Guardó su pequeña botella casi vacía, sin quitar su mirada del otro equipo que ahora con sus bicicletas tomaban el camino sur, aplaudiendo y riendo.
Apenas el entrenador se despidió, Gulf salió disparado hacia el camino de piedra. No sabía quién era aquel jugador; nunca lo había visto, aún así sentía la necesidad de agradecerle por aquel gesto de ayudarlo, de defenderlo.
Comenzó a seguir al grupo sin prestar demasiada atención al camino, tratando de que no lo vieran, al menos antes de que pudiera pensar en una excusa, y tratando de escuchar alguna parte de sus conversaciones.
Así supo que su nombre era Mew, que había llegado al pueblo hacía muy poco Aunque había nacido allí y se había marchado con su familia cuando tenía tres; que era fanático del Manchester United y que al parecer todas las jovencitas del pueblo estaban locas por él.
Gulf absorto lo seguía de cerca y sin perderse nada. Era una suerte que anduvieran despacio, era una suerte que el día que había empezado caluroso se estaba convirtiendo ahora en una tarde fresca.
Gulf vio que el grupo entraba por un camino que se abría a la izquierda. Era el camino de Tham Luang. Se mordió el labio. Nunca había pasado de aquella entrada. Se decían muchas cosas de aquellas montañas. Se contaban muchas extrañas historias. Se habían perdido muchos entre sus cuevas y recovecos. La piedra tallada con rostro de mujer, con una expresión de severa advertencia, a la entrada solo hizo que su piel se le erizara y se frenó en seco.
Gulf ya no veía al grupo pero aún podía oír sus voces y sus risas. Una lluvia repentina se desató mientras pensaba qué hacer. Y eso hizo que precipitara su decisión. Debía avisarles que no entraran allí, que era peligroso, que los túneles podrían inundarse.
Comenzó a avanzar nervioso; la lluvia se hizo más fuerte y su sonido tapó todo lo demás. Las risas y las voces ya no se oían. Entonces Gulf comenzó a correr y a llamarlo con desesperación, con una extraña y paralizante sensación de miedo : no lo vería nunca más, pensó temblando.
—¡Mew!— comenzó a gritar— ¡¡¡MEW!!! ¡No entres allí!
Su voz era desgarradora y fuerte, pero aunque gritó varias veces, nadie respondió...
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Editado: 15.11.2023