Thantia

I

Hay un montón de razones por las que debería estar trabajando en vez de estar afuera del local fumando un cigarrillo, pero dejo que la preocupación se esfume junto al humo que sale de mis labios.

Es un día de esos en los que el calor hace que quieras ponerte frente al ventilador y no moverte de ahí en todo el día, quizá ese es el motivo por el que las calles están desiertas, todos prefieren quedarse en casa que derretirse en el exterior.

  —¿No deberías estar ordenando los estantes de la tienda?—el señor Webber me mira desde la puerta trasera de la tienda y se cruza de brazos con una expresión que intenta ser mortífera.

Me reiría de él si mi comida y renta del siguiente mes no dependiera de este empleo.

  —Si, lo lamento, solo estaba...

  —Perdiendo el tiempo, ya, lo he notado—se acerca a mí y toma el cigarrillo para tirarlo por el drenaje de la calle—, ponte a trabajar de una vez.

Vuelve a entrar al local dejándome a solas de nuevo. Tengo que cerrar los ojos y respirar profundo para calmarme un poco.

No puedo reclamarle demasiado al señor Webber, la realidad es que me dio una oportunidad cuando nadie más lo hizo.

Para ser justos con todos los demás, mi historial no me hace una persona especialmente confiable, por lo que no pude evitar sentirme en deuda con él cuando me dio el empleo.

Regreso a la tienda y me pongo a trabajar, ordeno los víveres por sección y luego los de cada sección por color, suena demasiado obsesivo, pero yo solo obedezco las órdenes que me dan.

El señor Webber tiene encendido su viejo radio que parece solo poder sintonizar una estación, la misma que se dedica a pasar las mismas tres canciones todo el día aunque él insista en que no es así.

La campanilla de la puerta principal suena y mis ojos se dirigen enseguida a las dos personas que acaban de entrar, parecen tener más o menos la misma edad que yo, sin embargo, ambos son demasiado altos, aunque también puede ser que mi 1.65 de estatura me impida ser objetiva al respecto.

Mi ceño se frunce al notar que no están interesados en la mercancía, de hecho ni siquiera la notan y apenas le dan un vistazo a la tienda, parecen más ocupados en esconderse detrás de los estantes.

  —¿Disculpen?—intento llamar su atención, pero ninguno de los dos me mira—, ¿puedo ayudarles en algo?

Mi estómago se revuelve, igual a cuando era pequeña y estaba a punto de escaparme de alguno de mis hogares de acogida, solo que esta vez es diferente porque en vez de miedo siento algo de curiosidad.

Los muchachos parecen dividirse las tareas, al menos eso creo al ver que uno de ellos vuelve a la entrada para vigilar y el otro se pone en cuclillas cerca del mostrador mientras coloca su palma sobre el suelo.

  —Sí no están aquí para comprar algo, tengo que pedirles que se marchen—el que está cerca de mí me mira con la expresión más seria que alguna vez me ha dirigido alguien.

Trago saliva y él vuelve a ignorarme cuando se asegura de que me ha intimidado lo suficiente como para que vuelva a hablar.

Un ligero temblor recorre el lugar. Mis ojos se abren exageradamente al ver que el suelo se abre y de el comienza a emanar agua a borbotones, como si hubiesen roto una tubería.

  —¿Qué?¿cómo hiciste eso?

  —Está hecho, ¿crees que va a venir por su propio pie?—el de la puerta me mira de arriba abajo y ladea la cabeza—, ya, yo tampoco lo creo así que ven a ayudarme.

Ambos se mueven hacia mí y entonces mis alarmas mentales se encienden. No tengo mucho tiempo para pensar, así que tomo un desarmador que el señor Webber dejó en la tienda hace una semana y lo levanto hacia ellos.

  —Si dan un paso más, les juro que...

Ambos se ríen de mí, seguramente piensan que no sería capaz de lastimarlos.

Pero lo haría sin dudarlo para sobrevivir, como lo he hecho toda mi vida.

Doy unos pasos hacia atrás dándoles oportunidad de hacer lo mismo y alejarse de mí, pero no lo hacen, en cambio uno de ellos hace un movimiento extraño con las manos y, para mi sorpresa, el desarmador se dobla en mi mano dejándolo, básicamente, inútil.

Lo siguiente pasa como en un parpadeo, en un segundo están lejos de mí y al siguiente cada uno me sujeta de un brazo y me levantan con la misma facilidad que a una hoja de papel.

Nos acercamos al lugar del que sale el agua, antes de que pueda intentar zafarme, me hacen saltar sobre el agua, solo que al momento de caer, el suelo desaparece bajo nuestros pies haciendo que un grito se escape de mi garganta.

De todas las formas en las que pensé que moriría, que el suelo me tragara por culpa de dos extraños no era precisamente la más fuerte.

Siento un golpe fuerte contra mi brazo al terminar de caer, apesar de que es bastante más leve de lo que creí, aún así duele demasiado.

  —Vamos, levántate, la directora quiere verte—abro los ojos, pero la luz del sol hace que parpadee un par de veces hasta que al fin me acostumbro a mi entorno.

Estamos en el centro de un campus, hay personas pasando a nuestro alrededor, pero nadie nos presta atención, como si fuera de lo más normal que alguien caiga de la nada del cielo.



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En el texto hay: elementos, academia, thantia

Editado: 11.10.2019

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