CAPÍTULO 1 –
La vida de Ha-eun, reina del desastre
Ha-eun caminaba arrastrando los pies por la calle, con el uniforme arrugado, el cabello hecho un nudo triste y la expresión de alguien que acababa de perder su última esperanza en la humanidad.
Otra vez.
—No es mi culpa... —murmuró, mirando sus pies con indignación—. ¡Ustedes son los culpables! ¿Por qué siempre deciden trabajar por cuenta propia?
Sus pies, por supuesto, no respondieron. Pero sí la habían delatado esa mañana cuando, en plena cafetería donde trabajaba, se habían enredado con la pata de una silla y ella había terminado cayendo con una bandeja llena de cafés directamente encima del jefe.
Justo el jefe que nunca sonreía.
Justo el jefe que tenía un traje que valía más que todo su salario mensual.
Justo ese jefe.
Su despido fue tan rápido que ni siquiera tuvo tiempo de parpadear.
Cuando llegó a su departamento, abrió la puerta y se dejó caer en el piso de madera como una princesita dramática.
—Estoy exhausta... derrotada... destruida... —dijo al techo, como si este pudiera consolarla.
Desde la cocina asomó Jisoo, su mejor amiga y compañera de apartamento, con una mascarilla de pepino en la cara.
—¿Otra vez? —preguntó, ya acostumbrada a ese estado trágico.
—Sí... y esta vez es peor. Si no pago la renta mañana, ¡me van a echar! —gimió Ha-eun, levantando los brazos al cielo—. ¡No estoy lista para ser una vagabunda!
En su mente apareció la imagen de ella misma: cabello sucio, ropa hecha jirones, cargando un saco enorme al hombro mientras se arrastraba por la calle como un personaje de caricatura triste. Casi podía oír violines de fondo.
Las lágrimas salieron inmediatamente.
—¡No quiero vivir bajo un puente! ¡Las palomas me van a robar la comida!
—Ay por favor... —Jisoo corrió a abrazarla con fuerza—. No digas tonterías, Ha-eun. Siempre hay una solución.
—¿Sí? ¿Me vas a dar dinero? —preguntó Ha-eun con ojos brillantes.
—Claro que no —respondió Jisoo sin dudar ni un segundo—. Sabes que no tengo dinero ni para comprarme un bubble tea ahora mismo.
Ha-eun se dejó caer hacia atrás otra vez, derrotada. Pero de pronto, Jisoo dio un salto dramático, como si acabara de ser poseída por una revelación divina.
—¡Claro, Ha-eun! ¡Ya tengo la solución!
—¿Ah, sí? ¿Ahora sí me vas a dar dinero?
—¡Que no! —Jisoo se golpeó la frente con la palma—. Escucha: abrieron una nueva bakery a cinco calles. Se ve preciosa desde afuera y seguro necesitan personal. Podemos preparar tu currículum ahora mismo.
Los ojos de Ha-eun se iluminaron. De pronto, en su mente aparecieron imágenes de ella misma con un sombrero enorme de chef repostera, decorando pasteles perfectos, girando en cámara lenta mientras harina brillante caía del cielo como nieve mágica.
Sonreía con la boca abierta, completamente perdida en la fantasía.
—Ha-eun... —Jisoo agitó la mano frente a su rostro—. Ha-eun... ¡Ha-eun!
Ella pegó un salto.
—¡Vamos, Jisoo! ¡Tenemos que ir de inmediato!
Y así, con energía renovada, se sentaron a preparar un currículum que intentaba hacer ver sus pequeños desastres laborales como "habilidades únicas".
Una hora después, salieron llenas de optimismo hacia la panadería.
La fachada de la bakery era tan bonita que parecía salida de un drama romántico: luces cálidas, vitrinas brillantes, olor a pan recién horneado.
—¡Este lugar es precioso! —susurró Ha-eun con los ojos brillando.
Dio un paso hacia la entrada pero—
¡FRENOS!
Un auto de lujo se detuvo a centímetros de ella.
Ha-eun parpadeó. Una, dos, tres veces.
Luego frunció el ceño.
—¡Oiga! ¿Está ciego o qué? ¡Mire por dónde va, tonto! —exclamó, golpeando el capó con la mano abierta.
La puerta se abrió lentamente.
Y bajó un hombre.
Alto. Elegante. Con un traje que olía a dinero. Gafas de sol negras. Mandíbula perfecta.
Ha-eun se quedó paralizada.
—Oh... wow... —susurró, sin querer.
El hombre se quitó las gafas de sol... y su expresión cambió como si hubiera visto basura en la calle. La miró de arriba abajo sin decir una palabra y luego simplemente la ignoró, caminando hacia la entrada.
—¿Perdona? —murmuró Ha-eun, ofendida—. Qué h o r r i b l e m e n t e grosero.
—Vamos, antes de que termines peleándote con un millonario —susurró Jisoo, arrastrándola del brazo. Mientras Ha-eun echaba humo por las orejas, no soportaba a la gente grosera.
Cuando entraron, Ha-eun casi gritó.
Era aún más bonita por dentro. Maderas claras, vitrinas impecables, olor a café y bollos recién hechos. Le hizo señales emocionadas a Jisoo, que estaba igual de fascinada.
—¿Podría hablar con el gerente? —preguntó Ha-eun en el mostrador, apretando su currículum con manos temblorosas.
Salió un joven alto y de sonrisa amable. Era tan guapo que Jisoo se quedó rígida, con la boca ligeramente abierta.
—Hola, bienvenidas. Soy Lee Dohan, el gerente —dijo con una reverencia suave.
Jisoo sonrió tanto que parecía un anuncio de pasta dental.
—V-v-v-v-v-vale... digo, hola —balbuceó.
Dohan tomó el currículum y lo revisó con gesto amable.
—Podemos considerarlo, pero primero debe hablar con el dueño.
—¡Perfecto! —dijo Ha-eun.
Justo cuando iban a retirarse para esperar afuera...
Se toparon con él.
El tipo del auto.
Ese tipo.
El grosero.
Él pasó a su lado sin mirarlas siquiera.
—Grosero... —murmuró Ha-eun entre dientes.
Iba a seguir quejándose cuando escuchó la voz del gerente detrás de ellas.
—Kang Min-jae, aquí está la solicitante. Señor Kang, ella quiere aplicar para el puesto.
Jisoo y Ha-eun se giraron al mismo tiempo.
Dohan sonreía con naturalidad.
Kang Min-jae las observó con expresión aburrida.
Y Ha-eun sintió cómo su alma se desmoronaba dramáticamente dentro de su pecho.