Capítulo: 19–
El sol del último día de la excursión brillaba como si supiera que algo extraño estaba ocurriendo entre Ha-eun y Kang Min-jae.
Y era verdad.
Desde el incidente en el lago, Kang actuaba raro.
Raro-raro.
Raro nivel "no sé si mirarte o salir corriendo hacia otra dimensión".
Ha-eun tampoco era la personificación de la calma.
Cada vez que Kang pasaba cerca, ella giraba la cabeza tan rápido que parecía un búho en modo defensa.
Cuando estaban a menos de tres metros, Ha-eun fingía buscar algo: el cielo, una piedra, el viento, una mariposa inexistente, su propio zapato.
Kang, por su parte, la evitaba como si ella fuera una señal de Wi-Fi débil: la veía, dudaba, se ponía nervioso y se iba.
Era ridículo.
Y toda la familia lo notaba... especialmente la abuela.
La Señal de Alarma de la Abuela
Durante la tarde, mientras todos preparaban la cena final al aire libre, la abuela los observaba desde la distancia con los ojos entrecerrados, como una detective profesional.
Ha-eun estaba ayudando a cortar verduras, mirando hacia el suelo como si le hubieran pegado los ojos ahí.
Kang estaba detrás de ella, intentando encender una fogata... pero cada vez que Ha-eun movía el brazo, él desviaba la mirada tan rápido que casi se cae hacia atrás.
La abuela murmuró:
—Estos dos esconden algo.
Uno de los tíos asintió.
—Tal vez pelearon.
—Tal vez Kang le propuso matrimonio .
—Tal vez se ca...
—Tal vez se callan ya —interrumpió la abuela golpeando la mesa con su bastón—. ¡Hoy lo descubro!
La familia tragó saliva.
La abuela estaba oficialmente en Modo Operación Cupido.
La mesa estaba llena de comida deliciosa: bulgogi, arroz, verduras, pescado fresco —aunque ninguno provenía del "accidente acuático"— y té caliente.
Todos se sentaron.
Ha-eun se sentó justo frente a Kang.
Ella bajó la mirada.
Kang miró hacia el costado.
Ambos parecían en una misión de evitar contacto visual a toda costa.
La abuela sonrió peligrosamente.
—Bueno, niños... —dijo tomando su taza—. Como es la última noche, ¡hablaremos de cosas importantes!
Kang tensó la mandíbula.
Ha-eun parpadeó muy rápido.
El tío mayor preguntó sin ninguna piedad:
—¿Y cuándo piensan casarse?
Ha-eun tosió tan fuerte que casi se atraganta con el agua.
Kang la miró preocupado, pero cuando ella levantó la vista, él giró la cabeza como si hubiera visto un fantasma.
—N-nosotros no... no estamos... —murmuró Kang.
La tía intervino:
—¿Y cuántos hijos piensan tener? Yo creo que les quedarían lindos.
—¡Sí! —dijo otra tía emocionada—. Ella tiene la cara dulce y él la estructura fuerte. ¡Serán hermosos!
Ha-eun estaba roja como un tomate.
Kang tragó saliva.
La abuela golpeó la mesa con autoridad.
—Yo quiero mínimo cinco bisnietos. ¡Mínimo!
—¿CINCO? —soltaron ambos al mismo tiempo.
La abuela asintió muy orgullosa de sí misma.
—Sí. Cinco pequeñitos corriendo por el bakery. O siete, si pueden. Creo que Kang tiene buen material para eso.
Kang se cubrió la cara con la mano.
Ha-eun deseó que la tierra la tragara viva.
Y la incomodidad sube al máximo
Durante la comida, cada vez que alguno intentaba tomar agua, chocaban torpemente las manos.
Ha-eun dejó caer los palillos dos veces.
Kang se atragantó con el arroz después de que un tío dijera:
—¿Y Kang besa bien?
El silencio que siguió pudo haber encendido la fogata.
—¡YA BASTA! —exclamó Kang, totalmente rojo.
—¿Pero sí? —preguntó la abuela.
—¡NO QUEREMOS HABLAR DE ESO! —gritaron los dos.
La abuela sonrió.
—Qué lástima. A mi me encanta hablar de estos temas.
Cuando la familia se dispersó, Ha-eun salió a caminar hacia el pequeño puente de madera que daba al río.
La brisa fresca movía su cabello suavemente.
Se sentía agotada mental y emocionalmente.
Escuchó pasos detrás de ella.
Era Kang.
—Ah... eh... —dijo él torpemente—. Hola.
—Hola... —respondió ella sin mirarlo.
Ambos se quedaron ahí, parados, a un metro de distancia, sin saber qué hacer.
Hasta que Kang carraspeó.
—Lo siento... por hoy. Por la cena. Fue incómoda.
—No fue su culpa —respondió por fin mirándolo un segundo—. Solo... fue mucho. Su familia es intensa.
Él se rió, bajando la mirada.
—Sí. A veces quiero huir de ellos también.
Ha-eun soltó una pequeña risa.
Y eso rompió el hielo.
Kang se sentó en la baranda del puente.
Ella se sentó a su lado.
—¿Sabe? —comenzó Ha-eun—. Una vez, cuando era chica, intenté pescar con mi papá y tiré la caña tan fuerte que enganché su sombrero. Lo jalé y él cayó al agua. Me regañó tres días.
Kang rió de verdad.
—Eso explica muchas cosas.
—¿Qué cosas? —preguntó ella indignada.
—Su talento para empujar gente al agua.
Ella le dio un golpe suave en el brazo.
Él sonrió.
Ella también.
—Cuando era niño —dijo Kang—, intenté impresionar a mi abuelo atrapando un pez grande. Pero olvidé asegurar el bote. La corriente lo llevó y terminé flotando río abajo. Casi termino en otra aldea.
Ha-eun soltó una carcajada brillante.
—¡Era un desastre!
—Sigo siéndolo, al parecer.
Ella lo miró.
Él la miró.
Y ese espacio entre ellos se llenó de algo que no existía la semana pasada.
Algo suave, cálido, difícil de ignorar.
—Ha-eun... —dijo Kang en voz baja—. Lo de hoy en el agua... fue...
Ella bajó la mirada, pero no se apartó.
—Yo... No, se preocupe no le diré a nadie—murmuró en una tenue sonrisa.
Kang respiró hondo, y aunque no era la respuesta que esperaba fue como si algo dentro de él cayera en su lugar.
Se quedaron así, uno al lado del otro, sin tocarse... pero más cerca que nunca antes.