the boy of the stars

Parte tres

3
La Dama de Hierro
O cuando la cura del dolor
es una sonrisa sin ánimo de lucro.
Escuchar es una de las cosas más difíciles del mundo.
Faltan clases de aprender a escuchar y nos sobran horas de
matemáticas.
La Dama de Hierro no tiene ni idea de trigonometría, pero da vida.
Porque sabe escuchar.
¡Y gracias al cielo que escucha!, que salva, que existe. Porque sin ella,
yo no.
¿Lo tienes? Vamos con La Dama de Hierro.
Pensaba en cómo escribir a mi personaje favorito de la historia (y de
mi vida). Y pensaba en ella. He decidido llamarla La Dama de Hierro por
su firme oposición a las injusticias. De la misma forma que llamaron así a
Margaret Thatcher, primera ministra del Reino Unido desde 1979 hasta
1990, por su antagonismo con la Unión Soviética. No comparto ideales
políticos con la señora Thatcher, pero las cosas como son: qué pedazo de
nombre. Y por eso.
Pensaba en ella, que transforma su vida en rutina para dedicársela a los
demás. Y que parece que esto no tiene importancia y tiene la importancia
más bonita del mundo.
Si algo tengo claro es que La Dama de Hierro terminará la vida sin
condecoraciones, sin alfombra roja y sin rueda de prensa a pesar de
haberme salvado la vida. A mí y a toda la quinta planta del hospital
Gregorio Marañón, la de enfermos terminales.
Piernas cansadas, oídos alerta y respuestas suaves para el dolor que
aterriza en este mundo extranjero paralelo al tuyo, donde te mueves con tus
propios problemas.
Ella es voluntaria. Y maneja voluntad. Tú la encuentras cuando quieres
adelgazar o aprobar un examen.
Maneja conciencia. La de la vida, la del sol, la de mirar a la luna, la de
los paseos frente al mar, la de los pasillos del hospital donde te enzarzas
cuando la enfermedad llama a la puerta para no marcharse nunca más.
Calentar de nuevo el café del desayuno, mullir la almohada por cuarta
vez, el teléfono cerca y las gafas más cerquita aún. Otro tubo de palabras
suaves para una familia que soporta las horas de unos días semi-infinitos, la
que al final se va, mientras ella se queda ahí. Sujetando otra mano,
ayudando a otro enfermo, pintando su corazón de impermeable. El último
faro de ese mar azul oscuro, casi negro.
La Dama de Hierro le dijo una vez al Chico de las Estrellas que la
mejor medicina es una silla y escuchar al enfermo. Que es lo que ella hace.
Dolores a los que la anestesia no alcanza, pero su sonrisa sí. Esa alcanza a
todas partes.
Sale del hospital, cuelga la bata, llega a casa y lo abraza. Y por eso las
abuelas tienen que ser gorditas, para abrazarlas mejor.
Los grandes héroes son los que arreglan el mundo
mientras el mundo no está mirando.
Los que te hacen sonreír aun teniendo
una vida de mierda.
Mi Mary Poppins, la que llegó para salvarme cuando cambiaron los
vientos.
Pensaba en escribir sobre mi persona favorita. Y en que si puedo amar
a alguien, es a alguien como ella.
El Chico de las Estrellas se marchó de casa a los diecisiete años.
Aquella noche granizaba tanto que no granizaba, se caía el cielo a trozos.
Una llamada a la policía, una mochila de tela y el adiós más esperado
de toda su vida. Después de tantos novios, casas y hostias, por fin se
despidió de su madre.
Iba a contarte que fue entonces cuando La Dama de Hierro le abrió las
puertas de su casa, pero sería mentira. Lleva con su capa enredada en la
guerra contra su madre desde esa vez que te dije que gritó tanto que le contó
que le pegaba.
Sin bachillerato, padres ni expectativas de vida, llegó.
Llegó a una casa blanca donde los miedos se quedaban en el umbral de
la puerta. Fíjate en ellos, querido lector, ahí están. En fila india, no se
atreven.
La Dama de Hierro perdió sus miedos hace demasiado tiempo, tanto
que en su casa no entran ni los suyos ni los míos. Lleva ganándole guerras a
este mundo muerto donde los sueños llegan descalzos y despeinados a
Ninguna Parte desde el franquismo de piedra.
Es la chica de cabello corto e ideas largas en la manifestación. La de
los pelotazos de goma en las piernas. Esa, esa.
La que cruzó el país de punta a punta cuando la maltrataron en casa.
Escapaba de los demonios y sus trampas del amor (eso que la madre de El
Chico de las Estrellas nunca hizo). Holanda, Francia… tuvo hijos pronto y
fue demasiado valiente.
Cambiándose el apellido, como en una película de detectives, para
esquivar los cinturones en la espalda. Apellido que hoy envuelve a El Chico
de las Estrellas, orgulloso de llevar en su nombre un resquicio del valor de
los valientes. Ella es la heroína de mi vida. «Pueyo.»
Ella me enseñó a conservar la capacidad
de alejarme de las cosas que me hacen
daño.
Salvó a su primer hijo de las drogas. Se enemistó contra toda clase de
injusticias que empapaban España (y que a día de hoy, aún quedan).
Injusticias ante las que no se callará jamás. Cuidando a su marido hasta el
último aliento de leucemia. Tratando de entender a una hija incomprensible.
A concebir a El Chico de las Estrellas.
Y por si todo esto no fuera suficiente… a salvarlo a él también. A
cuidar del hijo que nunca tuvo pero que es suyo.
Ella es una de esas abuelas a las que les ha tocado cuidar de su nieto
por la inmadurez de su hija. La Dama de Hierro acogió en su casa blanca
donde los miedos se quedan en la puerta al Chico de las Estrellas,
acompañando el perchero donde cuelga su bata nada más llegar del
hospital.
De volver de ayudar.
Y escuchar.
Y salvar.
Y discúlpame, querido lector, si notas salpicadas estas páginas.
Confieso que estas lágrimas son mías.
Que mis ojos la admiran.
Y que si alguna vez soy alguien, será gracias a ella.
Fue ella la que decidió que necesitaba un psicólogo tras abandonar a
mi madre. Tenía muchísimo odio acumulado a La Mujer Que en Vez de
Respirar, Fuma. Odio que no podía traer nada bueno. Fracasos que asumir,
traumas de doble fondo y ese secreto que contar.
Ese secreto que yo siempre he creído que La Dama de Hierro siempre
ha sabido sobre El Chico de las Estrellas. El secreto que lo hace ser quien
es. El que guarda en el cajón, al lado del corazón.
Ese secreto,
ese.

 



#12115 en Fantasía

En el texto hay: lbgt, fantasia tristesa

Editado: 07.08.2022

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