The Dark Sky: Los Dos Mundos

Capítulo 2 - Robo Casi Perfecto

Llegaba el amanecer. El frío se sentía pesado en el ambiente, junto con la tristeza que invadía a los presentes en este día tan lamentable. Amigos, familiares y colegas se habían reunido para despedir a un hombre que siempre amó su trabajo, que era un buen hombre… Un hombre ejemplar.

Estas palabras hicieron que Moonmore sintiera como cientos de agujas se le clavaban en el corazón; a este sentimiento se le conocía como culpa. Al dirigir su mirada al féretro rojizo, otro sentimiento lo invadió: una especie de sed que se saciaría con sangre. Esto era rabia…

Al presenciar a la familia de su compañero, Ziehen no paró de pedirles disculpas, ya que él fue la última persona con la que habló su esposa.

—Lo último que me dijo fue que regresaría a casa sin contratiempos…— Sollozó la ahora viuda—. Dijo que llegando arroparía a nuestra pequeña…

El féretro descendió, casi al igual que el corazón del joven. Veía cómo la tierra poco a poco tapaba el enorme hueco donde yacía en paz el sargento Eddy J. Johnson. Los presentes, tras haber presentado su pésame, regresaron a sus labores cotidianas, exceptuando a aquel novato que mantenía una mirada inexpresiva, deseando que el día terminase lo más pronto posible.
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Mientras tanto, en otra parte de Scarlet Red, un auto color negro se estacionaba frente al Hospital General. Del vehículo descendió un joven de aproximadamente 25 años de edad, alto, cabello ligeramente largo y oscuro, con un bronceado perfecto, y vistiendo con ropa algo formal. Caminó a la recepción del hospital y preguntó por la chica que salió de la nada e impactó con su auto. Sintiéndose preocupado por la salud de la muchacha, decidió llevarla para que recibiera los cuidados necesarios. Pero gracias a los cuchicheos de las enfermeras, se enteró de que aquella misteriosa mujer fue dada de alta.

Incrédulo, el joven corrió por el pasillo que llevaba a las escaleras, las subió rápidamente y llegó al tercer piso; se encaminó por otro pasillo hasta llegar a la habitación 303. Abrió la puerta de golpe y solamente confirmó lo dicho por las enfermeras. La cama perfectamente tendida, la bata sobre la cama igualmente acomodada y la ventana abierta de par en par, dejando que el aire entrara por la habitación.
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El tiempo había transcurrido y el sol de la tarde golpeaba fuertemente con su calor. Tanto la ciudad como la zona obrera no pararon sus actividades —aunque había unos más privilegiados que podían darse el lujo de salir temprano—. Pasando los límites del Distrito B se encontraba el Distrito C, conocido como la zona del comercio. Se le llamaba así debido a que los antiguos pobladores de este lugar vivían de vender lo que fuera: vegetales, carne, ganado, servicios y un largo etcétera.

Además, el Distrito C es uno de los distritos más tranquilos y seguros para vivir, ya que todos los habitantes se conocían y cuidaban sin excepción.
Por las calles de este distrito, caminaba la fugitiva Kitty. Aun con su máscara, eran notorios los golpes en su rostro, así como los moretones en sus brazos. Caminó y caminó hasta llegar a la zona más residencial del distrito; al llegar, solo se detuvo y observó las pocas casas que había. Todas con un aspecto humilde y deteriorado por el paso del tiempo, casas hechas con adobe, piedra, láminas; era lo que se veía. Empezó a caminar por la única calle que daba acceso a ese sitio, ya que estaban bastante alejados del centro del Distrito C. A mitad de camino, fue interceptada por su grupo de amigos y equipo para robos.

—¡Emily! — Exclamó con alegría una chica bajita, cabello castaño, ojos verdes y una actitud muy sobreprotectora. —Pensé que algo malo te había pasado— Agregó la chica.

—Estoy bien, Mel — Respondió Emily con una pequeña sonrisa.

Emily miró con enojo a uno de los chicos, se le acercó y lo abofeteó. El chico retrocedió mientras llevaba ambas manos a su rostro.

—Perdón, Emily— Murmuró el chico mientras se masajeaba la mejilla.

—¿Por qué me abandonaste?— Dijo ella con un enojo sutil.

—Se complicaron las cosas, la policía estaba tras de nosotros y no podíamos caer en prisión, no esta vez—
—¿No podían caer en prisión?— Cuestionó ella.

—Sabes que a la tercera vez que caes en prisión, te condenan a muerte y… — Emily lo interrumpió colocando un dedo en su boca.

—¿Y tú crees que yo no iba a pasar por lo mismo si era arrestada?— Dijo mientras lo miraba fijamente, logrando que bajara la mirada—. Ethan, eres un idiota.

Emily se despidió e inició su camino a casa, pero fue detenida por Ethan, quien mencionó que había logrado dar con una casa llena de cosas valiosas que les ayudaría a vivir bien por un largo tiempo. Todos acordaron verse al anochecer, cerca del puente que conectaba ambos distritos, para así dar el golpe de sus vidas.

Una vez que dejó atrás a sus amigos, Emily llegó a casa y fue recibida por una mujer mayor que estaba colocando dos platos en una pequeña mesa de madera.

—Hola abuela — Dijo ella mientras entraba en la casa.

—Pensé que no llegarías — Habló la anciana con calma.
—Sí, bueno, ya ves cómo se pone todo.

La anciana miró a Emily con sorpresa al notar los golpes que resaltaban en el delicado rostro de la joven.

—Prometiste no hacerlo— Dijo con seriedad la mujer mayor.

— Ya tuvimos esta charla, abuela— Respondió la chica con un gesto de desagrado.

—¿Qué necesitas para aprender que ese no es el camino?

—Abuela, sabes que no tengo opción. El trabajo que ellos nos dan es un asco, por no decir que la paga es una mierda, y con lo que vendes no nos alcanza para sobrevivir y además…— Se quedó en silencio, casi mordiéndose la lengua para no dañar.

—¿Además?— Cuestionó la mujer.

—Desde lo que pasó en el colegio, nada fue igual— Respondió con frustración.

Emily se levantó de la mesa, se dirigió a su habitación donde se dejó caer sobre su cama. Se acomodó mirando al techo y, por un leve momento, miró la pared de enfrente donde una pequeña leyenda decía: “Si lo sueñas, puedes lograrlo”.
Al leerlo, Emily soltó varias lágrimas.
Se sentó en la orilla de su cama y buscó en sus bolsillos lo que había robado la noche anterior, pero nada. No encontró el objeto. Con desesperación, buscaba entre su ropa mientras en su cabeza se repetía varias veces la palabra “mierda” con frustración y molestia. Tras no encontrar aquel objeto, se volvió a recostar en su cama hasta quedar profundamente dormida.




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