Mi nombre... es Anna Topsons y tengo veinte años.
Una chica como yo debería estar ahora mismo estudiando para los exámenes finales de la Universidad, sin embargo... ¿Sabes dónde me encuentro ahora? En el Instituto Psiquiátrico del Estado de New York.
Vamos... en un Manicomio.
Llevo un año encerrada en este lugar después de lo ocurrido en la Mansión Ravenforst. La desaparición de mi hermana me afectó grandemente por lo que tuve un pequeño desequilibrio mental, pero no estoy aquí por eso.
Ese día me llevaron a la comisaría para hacerme un interrogatorio y dar testimonio de lo ocurrido en aquel lugar. No debí confiar demasiado en la policía. En cuanto comencé a hablar de las cosas extrañas que me habían ocurrido allí, dedujeron que yo estaba loca. No me creyeron, no me quisieron creer.
También denuncié a Jake por los cargos de acoso y asesinato. Hasta ahora no se han dado noticias de el.
Simplemente desapareció, como si la tierra le hubiese tragado.
El oficial Mike me comentó que después de mi llamada para saber noticias de Victoria, Jake pidió el licenciamiento y se fué de la comisaría. Es mejor ser un fugitivo de la ley que un policía corrupto, supongo.
He estado aquí por mucho tiempo, quiero irme de este lugar, si me quedo por más tiempo acabaré como una maníaca. Yo estoy bien, y no gracias a las inyecciones que le ponen a los enfermos mentales para calmarlos sino gracias a la esperanza, quiero volver a ver a mi hermana, no dejaré que le suceda lo mismo que le sucedió a Victoria.
De cierta forma creo que el universo me está dando una segunda oportunidad. No puedo desperdiciarla. Debo encontrarla, debo encontrar a Sara.
Pero ¿cómo? No puedo salir de aquí. Al menos, no yo sola.
La puerta se abre y de ella sale una enfermera.
— Buenos días Srita Topsons. Es hora de su medicina. — Me dice enseñándome unas cuantas pastillas y un vaso de agua.
— No, por favor. No me des esas pastillas. — Le suplicaba.
— Son necesarias para que sienta mejor. — Decía intentando meterme las pastillas en la boca obligatoriamente.
— ¡No! — Digo y la lanzo al suelo.
La enfermera se levanta y toma una jeringa. Quiere ponerme a dormir.
— Creo que lo que usted necesita es descansar. — Me dice y sin darme cuenta, me pone la inyección en el brazo.
La habitación me da vueltas. Esa droga es demasiado fuerte. ¡Yo no estoy loca! De repente caigo al suelo y me quedo mirando sus zapatos hasta que me quedo dormida.
Puedo oír... un sonido, es la alarma. ¿Qué pasa? ¿Aún estoy dormida?
Siento como alguien me coge en brazos, me levanta y empieza a correr.
— ¿Quién... eres? — Digo somnolienta.
— Un amigo. — Dice jadeando y yo caigo nuevamente, inconsciente.
Creo que ha pasado una hora o más. Me duele mucho la cabeza, un efecto secundario. Al menos ya estoy consciente. Pero... ¿Dónde estoy? ¿Y por qué siento que me muevo?
— Al fin despiertas. — Escucho la voz de un hombre quien me habla.
Giro mi cabeza a la derecha y veo a un chico el cual está sentado en una esquina. Me está mirando fijamente.
— ¿Dónde estoy? — Le pregunto pasándome una mano por la cabeza.
— En una ambulancia.
Me levanto poco a poco de la camilla en la que descansaba.
— ¿Me estás secuestrando? — Le pregunto con el ceño fruncido.
— ¿Secuestrando? ¿Que droga te han inyectado? — Dice sonriendo y le pongo los ojos en blanco. — Deberías agradecerme. Te he sacado de ese lugar.
— Gracias. — Digo en un tono reseco. — ¿Quién eres? ¿y por qué me estás ayudado?
— Eso es algo que discutiremos luego, ¿vale? Cuando lleguemos.
— ¿Cuándo lleguemos? ¿A dónde me estás llevando?
— A un lugar seguro. — Dice recostando su cabeza a la pared de la ambulancia y cierra los ojos.
Lo miro de arriba a abajo. Soy un poco indiscreta.
— ¿Eres paramédico? — Le pregunto al ver su atuendo.
— No lo soy. Es sólo un disfráz.
— Ah. — Me quedo en silencio por unos segundos — ¿Falta mucho para llegar?
— ¿Siempre haces tantas preguntas? — Dice abriendo los ojos y pestañeando un par de veces.
Lo miro insatisfecha. — Lo siento.
Creo que me quedaré callada por un rato. Al fin y al cabo, me están ayudando. ¿Debería confiar en el? Mmm... Últimamente todo me pasa por confiar tanto en la gente. Me mantendré alerta, por si acaso.
UNA HORA DESPUÉS.
— Despierta chica durmiente. Hemos llegado — Me dice aquel chico.
— Estoy despierta, sólo descansaba los ojos. Además, querrás decir, "bella durmiente", ¿no?
— Te lo diría. — Hace una pausa. — Si fueses bonita.
Abro la boca en forma de o y me le quedo mirando. Se acerca a las puertas de la ambulancia y las abre, baja y se voltea hacia a mi ofreciéndome una mano.
Apoyo ambas manos en el marco de la puerta y bajo de la ambulancia rechazando su ayuda.
— Como quieras. — Dice sacudiéndose las manos. Camina hacia la parte delantera de la ambulancia y mira por la ventana del conductor.
Está hablando con alguien, debe de ser quien nos trajo hasta aquí.
— Gracias, te debo una. — Le dice a esa persona y se estrechan la mano.
— De todas formas, no creo que puedas regresarme el favor, jajaja. — Le responde el conductor. ¿Qué quiso decir con eso?
El chico le sonríe y da un paso hacia atrás. La ambulancia comienza a moverse y se aleja rápidamente.
— Vamos. — Me dice y comienza a caminar. Me dirige hacia un callejón sin salida ya que hay un gran muro de piedra bloqueando el camino.
El se agacha un poco y entrelaza los dedos.
— ¿Qué haces? — Le pregunto confundida.
— No pretenderás subir ese muro tu sola, ¿no? — Dice y coloco mi pie en sus manos, me sube y salto hacia el otro lado.
Pasan unos segundos y el aún no ha pasado a este lado del muro. Doy unos pasos hacia atrás para poder ver por encima de este y ver que sucede.
De pronto siento a alguien corriendo desde el otro lado y en un abrir y cerrar de ojos el chico salta el muro apoyándose sólo con su mano derecha.
Lo miro sorprendida. Parece muy fuerte y se ve extremadamente sexy.