Después de un largo viaje en el que Loewen intentó orientarse y por supuesto fracaso terriblemente, el carro atranco frente a un gran portón de fuertes varillas de color negro espeso, en las cuales se formaban dibujos referentes o dando la sensación de una llama encendida, bastante hermosa, y demasiado grande como para cualquier cosa, animal, persona, dios griego, o lo que creara tu imaginación, era colosal.
Solo tardaron unos segundos en abrir con un estruendo poderoso aquellas puertas que le obstruían la vista del interior de la casa del adonis… bueno más bien de Eiden.
Loewen abrió los ojos de manera desmesurada cuando el carro volvió a ponerse a andar, abriéndose paso entre el hermoso lugar al que las puertas le daba acceso. No lo podía creer. El lugar era indescriptible, esa era la palabra.
Era como estar en un castillo de una princesa, no, aún más grande, incluso la estructura era parecida a la de un castillo de la antigüedad, con todas esas cúspides puntiagudas e impetuosas, las paredes hechas de piedra pulida y aparentemente estrictamente seleccionada, los enormes y preciosos ventanales que se extendían petulantes y alargados en diferentes partes de los muros, esa imponente altura que rebasaba lo imaginable.
Todo indicaba a Loewen que tenía que salir corriendo de ahí antes de bajar del carro, porque si no, justo como dijo Eiden, jamás saldría de ahí.
El caminó por donde pasaba la limosina, estaba pavimentado, a ambos lados de la calzada se extendían kilómetros de césped completamente verde, adornado con flores de los colores vivaces del fuego, arbustos con figuras referentes por alguna razón a flamas, fuentes pulidas en lo que parecía ser mármol, bancas de jardín posicionadas debajo de altos y fuertes arboles donde la gente descansaba campantemente mientras leían algún libro, unos inclusive durmiendo.
El carro estaba haciendo lo que parecía una “U” para dejarlos en frente de la fachada de la hermosa casa, justo a la mitad de la letra el carro se detuvo, parando debajo de un techo y lo que parecía la entrada a la enorme mansión, o más bien del castillo.
Eiden se bajó en cuanto el auto estuvo en frente de lo que eran unas grandes puertas que se encontraban abiertas, dejando a la vista el increíble interior de la mansión ¿Quién dejaba su casa abierta?, aunque que tenían que perder con esa enorme puerta impositora de la entrada, hacía falta un asedio para derrumbar esa cosa.
Loewen más que por otra cosa, bajo sin rechistar por lo impactada que estaba. El lugar era como sacado de un cuento de hadas, se sentía dentro de no desde hacía ya unas horas. Pero no se tenía que desenfocar.
Había sido secuestrada.
—¿A qué esperas? — le regaño el muchacho ya parado en la entrada de su casa.
Pero ella se cruzó de brazos testaruda.
—No estoy aquí por voluntad, así que hago lo que quiero.
Eiden soltó una exclamación de desesperación bajando las escaleras hasta quedar al nivel de Loewen, acercándose peligrosamente a ella. La chica no se amedrentó y le mantuvo la mirada de forma caprichosa.
—¿Todo lo quieres hacer a la fuerza cierto?
La joven iba a responder sarcásticamente, ¿Quién hacia las cosas a la fuerza?, para su lastima, Eiden tomo su cintura nuevamente, subiéndola con una facilidad asombrosa a su hombro mientras subía las escaleras de esa forma.
—¡Eres un bruto! — gritó la chica —¡¿Por qué me has traído?!— el hombre no contesto, únicamente siguió caminando, intentando tolerar el constante gritoneo de la chica.
Se introdujo en la mansión que ya le era tan conocida al ser su hogar de toda la vida, caminó por los pasillos recibiendo las miradas interrogativas de parte de las personas que vivían ahí, como las del servicio, aun así, no bajo la cabeza, no se apeno, ni tampoco bajo a Loewen.
—¡Hijo! — gritó la voz que Eiden conoció como la de su madre, se acercaba a paso apresurado hacia él —Pero qué… — miró a la chica en el hombro de Eiden —¿Quién es?
—¿Dónde está mi padre? — ignoro la pregunta de su madre por completo, sin llegar a ser grosero, más bien apurado.
—En su despacho. Pero…— la dejo con la palabra en la boca, comenzando a caminar lejos de la mujer que le dio la vida. Dándole la oportunidad a Loewen de observar a la hermosa mujer de la que Eiden había pasado.
No tendría más de unos cuarenta años, tenía una figura exquisita, delgada, alta y tonificada, tenía el cabello largo y de un castaño obscuro, sus ojos cafés intenso, cara dura y pálida, como la de cualquier madre.
—Bien, tal parece que eres igual con todas las mujeres, hasta con tu madre— Loewen habló aun colgada de la espalda del chico.
—No es asunto tuyo— contesto simplemente, la joven ya comenzaba a acostumbrarse a las contestaciones cortantes y groseras de su secuestrador. Cansada de todo el jaleo, dejo caer su cabeza holgadamente, provocando que su cabello callera largo y libre hasta la cadera de Eiden.
Tardaron unos minutos en los que Loewen parecía una piel de cacería en vez de una persona. Le impresiono mucho que las personas no detuvieran al chico para hacerle preguntas. Lo que no sabía era que la cara que Eiden tenía plasmada sobre su rostro no dejaba acceso a preguntas. Más bien indicaba un apártate de mí caminó.