Loewen quedo parada en frente de una estructura gigante, que bien podría confundirse con el coliseo Romano, era tan alto que simplemente no alcanzaba a elevar lo suficientemente la cabeza, considerando claro que estaba al pie de la estructura. Tenía una como era obvio por la semejanza con la pasada construcción, redonda. Solo que había unas diferencias significativas.
Como, por ejemplo, el hecho de que todo estuviera construido meramente de cristal, las altas y monumentales paredes estaban reforzadas con hermosos pedazos grandes de cristal cortados específicamente en forma hexagonal, se compenetraban unos con otros hasta formar perfectamente la estructura, provocando a su vez que la luz del sol se reflejara sobre aquellos vidrios y cayeran de manera horrible sobre la cara, quedando parcialmente ciega si te descuidabas.
Otra de las diferencias, era que, a comparación del castillo, que era más bien del estilo virreinal, el coliseo de cristal parecía estar basado en los mejores avances tecnológicos.
En la cabeza de Loewen lucía más bien como un artilugio de museo que específicamente indicaba: “Loewen no lo toques”, o al menos eso sería lo correcto, ella tendía a romper todo lo que tocaba, y viendo una cosa totalmente hecha del fino material del cristal… no, era mejor que no se acercara demasiado. Pero algo le decía que no era posible que esa cosa estuviera hecha de algo tan frágil como para derrumbarse con una piedra.
—¿Qué no vas a entrar? — Laia habló impaciente al notar el estupor de la joven.
—Sí, pero… ¿Qué diablos es esto?
—Es la chancha de entrenamientos —rodó los ojos exasperadamente, por la ausencia de atención de la chica–. Ya te lo había dicho.
—Si lo sé— remarcó Loewen con exasperación.
Era obvio que sabía el dichoso nombre del lugar, pero esto no parecía una cancha normal, era como entrar a la nave espacial. Las “canchas” que ella conocía eran hechas de sementó, al aire libre, con redes y personas sudorosas.
Laia la miró unos segundos como si no entendiera de a que iba todo su asombro, y al parecer no le dio tanta importancia porque se inclinó de hombros y le hizo una señal con la mano para que la siguiera.
—Bien, entra después de mi —caminó segura hacia el coliseo de cristal.
Se posicionó justo en frente, mas Loewen no veía la forma en la que se pudiera entrar, no había atisbo de puerta, si quiera una moldura que indicara que existía. Pero como si la casa de ovnis se burlara de ella, un diseño de unas puertas se sumió en el cristal, como si alguien acabara de presionar un botón y, segundos después, abrirse de forma corrediza en presencia de Laia.
La chica entro despreocupada y espero a que las puertas de cristal se cerraran, aparentemente acostumbrada a que las puertas aparecieran de la nada. Loewen la observaba atentamente. Prácticamente Laia se metió al lugar, mas no se movió, lograba verla parada dándole la cara, como si esperara que algo ocurriese, y vaya que ocurrió, de la nada un tubo del mismo material de cristal bajo lentamente hasta cubrir por completo el cuerpo de la joven, para ese momento Loewen estaba pegada al vidrio de las puertas de entrada, Laia la miró desde el interior de una forma extraña, levantó la oscura ceja hacia ella y le dio una mirada sarcástica para después ser succionada hacia alguna parte.
La joven profirió un giro y se tapó la boca, no cabía de la impresión ¿Qué demonios era toda esa cosa? ¿A dónde se había ido su guía? movió sus ojos de un lado a otro esperando que fuera solo una mala pasada y alguien le estuviera haciendo una broma. Pero a su alrededor no había nada, solo los grandes árboles que parecían que se la iban a comer si se descuidaba. Respiro hondo tratando de tranquilizarse, Laia saldría de nuevo por ella ¿No es así? Era obvio que no sabía usar estas cosas y Laia lo sabía ¿Verdad?
—¿Qué haces? —Loewen dio un bote y gritó bastante fuerte al escuchar una voz– ¿Estas bien? —dijo el chico que acababa de llegar, intentando aguantar la risa.
—Si…—Loewen suspiró aliviada al ver que era solo un muchacho y no algún ser extraño que quisiera tragársela.
—Tú eres la nueva ¿No? La chica que deambula por la mansión —sonrió amistosamente. Bien hasta ahora era la primera persona le agradaba a Loewen.
Tenía unos cálidos ojos mieles, su cara era masculina y refinada, posiblemente unos años mayor, con un aura era pacífica y su sonrisa bondadosa. Al mismo tiempo, tenía un cuerpo poderoso denotando horas de entrenamiento, su cabello era de un color canela y estaba un poco largo. A pesar de que todo en el muchacho indicara una buena persona, tenía algo oculto, una fuerza que Loewen era capaz de percibir.
—Supongo que pude que tenga ese calificativo — sonrió de vuelta al joven quién la miraba con aquellos ojos compasivos.
—¿Y qué haces aquí afuera?
—Pues, Laia me guiaba hasta Eiden, pero luego me dejo aquí mientras a ella la succionaba un tubo raro —miró con desconfianza al coliseo de cristal.
—Claro —volvió a soltar aquella contagiosa risa—. Bueno te enseñare como usar ese tubo raro— sonrió de nuevo, a Loewen le comenzaba a fascinar esa sonrisa despreocupada y afable.
—Gracias.
El muchacho hizo una seña para que se adelantara junto a él.