The Dimensions

Capítulo 9

Eiden debía de admitir que Loewen era muy hermosa, había atrapado su mirada desde que se abrieron las puertas, pero se esforzó por no mantenerse en su ensoñación por demasiado tiempo. La había visto y escuchado lo suficiente, y, aunque se viera preciosa, no haría que su opinión sobre ella cambiara. Aun deseaba que no viviera con ellos.

Por el momento era más relevante en su cerebro descubrir el por qué su padre la quiere tener en el castillo, debía ser importante.

—Gracias señor— sonrió dulcemente Loewen.

—Ella es mi esposa: Lana. — A su lado izquierdo había una hermosa mujer (una a la que Loewen reconocía como la madre de Eiden, la cual intercedió por ella cuando el bruto de su hijo entro cargándola como un costal de papas); su melena café caía recogida en una elegante y larga trenza, sus ojos almendrados tenían bondad impregnada, aunque su cara era severa, cosa normal en una reina y madre. Además, mantenía un esbelto cuerpo a pesar de los tres hijos que estaban presentes.

—Se bienvenida muchacha. Y siéntete con la confianza de venir a mí y preguntar lo que desees—. Añadió la reina, pero Loewen estaba casi segura de que no se acercaría a ella a menos que no tuviera opción. A todas luces se notaba que era de mano dura, y Loewen, era una torpe empedernida.

La joven simplemente asintió con una sonrisa y volvió los ojos al rey que comenzaba a hablar nuevamente:

—Mis tres hijos: Jilett —el rey apuntó el lado izquierdo de la reina, donde se encontraban una pecosa y preciosa réplica de la reina, —Mi hijo más pequeño Archibald—el pequeño Archie, a su corta edad, tenía el porte y rasgos de su padre, con la única diferencia en su cabello, ya que el pequeño tenía una melena rizada asombrosamente despeinada. Su mirada aún era inocente y traviesa como la de cualquier niño de siete años. —Y a mi hijo mayor, Eiden, ya lo conoces. — Loewen dirigió con desdén una mirada hacia el muchacho que ni siquiera la miraba.

El hombre parado a mano derecha del rey era un mundo diferente al resto de su familia. Loewen debía admitir que era el hombre más guapo que había visto, aunque no es que hubiera visto tantos: El príncipe Eiden, desgraciadamente conocido para sus ojos. Un hombre orgulloso a juzgar por su postura firme que, hacia lucir su poderoso cuerpo, se denotaba rígido, como si no quisiera estar ahí (lo que era más que obvio y cosa mutua).

Eiden, a diferencia de sus padres y hermanos, tenía el cabello tan oscuro como la noche, cejas tupidas del mismo color, una quijada poderosa y unos labios voluptuosos y masculinos. Aunque era diferente al resto de su familia, a Loewen no le pareció excesivo, no todos tenían que salir con el mismo color de cabello, o las mismas facciones. Eso pensaba hasta que por fin el príncipe le dirigió la mirada, sus ojos eran de un azul tan diferente a todos los que había visto… era azul eléctrico. Cuando le dirigió la mirada, sintió como si un rayo le cayera encima y la deshiciera ahí frente a todos. ¿Cómo no los había podido notar en el pasado? en ellos casi se podía apreciar la llama tintineando o la electricidad de un rayo. Era raro pensar que era el único de su familia que presumiera esa clase de ojos, hasta se atrevió a pensar que podría ser adoptado.

—¡Pero qué bonita eres! — exclamó Archie sin importar el tiempo y el lugar.

Loewen se sonrojó notablemente ante ese pequeño gritó que volvió a atraer todas las miradas sobre ella.

—¿Te sonrojas por lo que te dice un niño de siete? — se burló Eiden. —¿Debo entender que nunca estuviste en contacto con hombre? ¿O quizá no estas acostumbrada a los halagos?

Loewen entrecerró los ojos. No respondió porque en parte llevaba razón; pero también porque estaba en su casa, y por el momento no se sentía lo suficiente cómoda como para escupirle a ese bribón en la cara.

—Yo creo que si ha recibido mucha atención masculina— defendió la dulce Jilett. —Es verdad que eres muy bonita.

—Comparada con una piedra— susurró el príncipe.

—¿Qué edad tienes, cinco? — le preguntó Loewen a Eiden sin poder resistirse más.

—Aunque tuviera esa edad, yo no me sonrojo con las adulaciones de un niño que ni siquiera le atraen las mujeres.

Loewen enrojeció de furia al escuchar aquello, plegó sus manos en un puño que le quitaba el color y las dejaba blanquecinas por el esfuerzo.

—Entremos al banquete— invitó alegremente el rey Richard, intentando que esa pequeña disputa quedara en el pasado y todos comenzaran a pasar al gran comedor.

Loewen soltó un resoplido nada femenino, vio con odio como Eiden le sonreía y comenzaba a caminar hacia el dichoso comedor con esa aura de superioridad. Lo asesinaría un día, estaba segura de eso, al menos lo intentaría.

Con el orgullo remarcado en su interior, se dignó a dar la espalda al príncipe del fuego y se concentró en enlistar todas las posibles muertes que le brindo su imaginación para el príncipe idiota. Lástima que cuando se dio cuenta, el lugar se había vaciado. No había nadie en el lugar. La pelirroja comenzó a mirar hacia todos lados, se sintió algo desorientada en el inmenso lugar y cerró los ojos ante su estupidez.

Después de la rápida presentación, todos habían seguido las órdenes del rey y ella, nuevamente, sería la que llamara la atención al llegar al último. ¡Maldición!




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