El ambiente dentro de su recamara era parecido al de un hospital, los olores de los diferentes medicamentos, el alcohol y las pócimas de los Wartald. Pasó sus ojos por la habitación hasta centrarse en la cama, donde se encontraba una Loewen sin sentido, recostada en la cama, con las sabanas negras tapándole hasta la mitad de su torso. Eiden dio unos pasos para acercarse un poco más, lo suficiente para ver con claridad las vendas que rodeaban casi todo el cuerpo de la joven a excepción de su rostro. La cara de Loewen parecía inmaculado y atractivo a la vista, no recibió muchos daños en esa zona, por increíble que pareciera.
La tenue luz de las velas apenas y le dejaba ver algo, pero Eiden percibió en seguida la presencia de la otra mujer, la enfermera que Selia había dicho que se quedaría esa noche en compañía de la joven.
—Príncipe— se inclinó la enfermera ante Eiden.
—¿Cómo está?
—Hemos logrado salvar todo su tejido y se está recuperando bastante rápido. Su cara como podrá ver, es la que resulto menos afectada y al ponerle la pomada de la segunda dimensión, ha curado instantáneamente.
—Bien — dijo mirando a Loewen nuevamente.
—Si me disculpa señor, estaré en la habitación contigua. No dudé en llamar si algo se presentara— la joven salió rápidamente de la habitación, dejando a Eiden en una situación que no sabía sobrellevar.
No era la primera herida que veía, ni tampoco el primer cuerpo sin vida que cargaba, pero normalmente él no veía como los torturaban hasta la muerte. Simplemente llegaba, tomaba el pulso y, en caso de que la persona hubiese fallecido, la llevaba en sus brazos. Pero Loewen… sí, con Loewen todo parecía ser nuevo. Tomar su cuerpo desfallecido provocó una sensación extraña en él. Incluso ahora, cuando ella simplemente estaba dormida y terriblemente malherida, le daba la sensación de culpabilidad.
Después de un rato de permanecer parado junto al cuerpo de la joven, Eiden optó por acercar una silla hasta el costado de la cama, y sentarse a ver a Loewen. Únicamente se dedicó a observarla dormir, verificando cuidadosamente sus gestos, atento por si estos cambiaban a uno de dolor.
Pero no, Loewen dormía profundamente y su cara lucia relajada.
Cuando vio que aparentemente no estaba teniendo problemas para dormir, se reclinó hacia atrás, dejando que su espalda se relajara en el respaldo del sofá. Estaba cansado de todo el día. No solo porque discutió toda la semana con su padre en petición de que la joven que dormía en su cama no se quedara a vivir para siempre con ellos, sino que ahora, como valor agregado, él era el único que había viso esa extraña marca de Loewen, aquella que le salvó la vida, no encontraba otra explicación de que la joven se encontrara sana y salva, solo con algunas quemaduras que se quitaron rápidamente con una pomada del dos.
Loewen soltó un suspiro que hizo que Eiden volviera a ponerle atención, se relajó al notar que no era para nada serio, Loewen únicamente intentaba cambiarse de posición, pero como era obvio, le dolía el intentarlo.
El muchacho se acercó lentamente a su oído y susurro:
—No te muevas princesa— Loewen no respondió, pero dejo de intentar moverse.
Eiden se puso en pie, y con sumo cuidado ayudó a Loewen a cambiarse de posición, supuso que era algo incómodo no poder moverse y permanecer en la misma postura por un tiempo prolongado.
Con eso resuelto, Eiden volvió a lo de antes, le daba vueltas a todo una y otra vez. Hasta que le vino a la mente, algo que había dejado de lado, que idiota ¿Cómo lo había podido olvidar?
Salió de la recamara al hall que había en su habitación, donde momentos antes habían estado todos sus familiares esperando noticias. Miró alrededor, buscando la habitación en donde le había dicho la mujer que dormiría. Caminó hacia una de las puertas cercanas y toco varias veces haciendo notar la desesperación.
—¿Príncipe? — abrió la puerta la enfermera que había visto antes en su habitación no se veía adormecida ni nada parecido, estaba completamente vestida y parecía estar leyendo algo, ya que traía puestas unas gafas redondas bastantes grandes para su cara. Lo observaba con atención, esperando noticias del estado de la muchacha que aun dormía en su habitación.
—Necesito que se quede en mi habitación hasta que regrese— la mujer asintió sin decir preguntas. Entró en la recamara, tomó un libro que estaba en la mesita de noche y salió en dirección a la habitación del muchacho.
Con ese problema resuelto, Eiden se dirigió a su despacho, el cual también se encontraba en su alcoba, entró sin pensarlo y fue a sentarse en su silla de cuero, miró a la nada por unos momentos simplemente pensando, analizando y recordando.
Dio un suspiro brusco antes de ponerse en pie e ir hacia una de sus estanterías, removió algunos libros, aventándolos sin cuidado sobre el sofá cercano antes de sacar el ejemplar que quería. Lo observó por largo tiempo, tocó sus bordes y sus hojas antes de abrirlo con un movimiento de su brazo. El libro, como cuando se abre mucho tiempo en una misma página, pasó sus hojas hasta abrirse en la indicada. Eiden observó aquellas dos hojas que continuaban marcadas con crayola roja en la parte superior, donde las letras no estorbaban, simples palabras, escritas de forma perfecta:
“No olvides quien eres, y por qué has venido al mundo, encuéntrate, encuéntrame, encuéntranos— J.K Lewin”