Eiden caminaba por el pasillo que conducía a su alcoba. No podía dejar pasar más tiempo. Necesitaba saber que era lo que había pasado aquel día con Loewen.
Ella se mostraba reacia a soltar palabra, sacaba tontas excusas que lograban librarla momentáneamente del asunto, a veces le decía cosas como que se sentía mal, o que simplemente no lo recordaba. Pero Eiden sabía perfectamente que mentía, en su mirada podía notar que no quería hablar del tema, porque, de alguna forma, le causaba dolor.
No la había presionado demasiado, pero ya era hora de saber lo que pasaba, había del accidente ya hacían tres semanas y estaba bastante mejorada, así que no habría excusa para escapar esta vez.
Tenía eso decidido y en mente cuando iba a su habitación. Apenas se estaba acercando a la puerta cuando los gritos de dos mujeres se hicieron sonar. La verdad, escuchar esa clase de griterío ya era una situación que rozaba lo común. Las dos mujeres se la pasaban discutiendo por una u otra cosa.
Loewen trataba como igual a Amanda, no le hacía notar que era una doncella que debía servirla en lo que se le ofreciera. Eso le gustaba de ella… bueno, no gustar, solo le agradaba esa actitud, como persona, no como otra cosa.
Abrió la puerta de entrada y se encontró con el hall totalmente vacío, normalmente, las dos chicas se encontraban sentadas en alguno de los sofás, simplemente leyendo, o viendo la televisión, tal vez estuvieran en uno de esos momentos en los que se peleaban por la vestimenta de Loewen.
De lo más normal considerando los gustos de su nueva compañera de recamara.
Se distrajo al oír uno gritos diferentes a los normales, se le hizo extraño que estos carecieran de palabras.
Eiden corrió hacia la puerta de la recamara de Loewen, abriendo la puerta con estruendo, dejando que chocara con libertad contra el mueble que estaba junto.
La escena que observo lo dejo en shock por un momento.
Loewen estaba arrodillada en el piso, agarrándose fuertemente la cabeza mientras gritaba y una pobre Amanda trataba por todos los medios de calmarla.
Eiden corrió a su lado y se dejó caer sobre el piso, sin pensarlo abrazo a Loewen con fuerza e intentaba llamarla para hacerla entrar en razón. Loewen era incontrolable y sus gritos, desmedidos. Eiden se dio cuenta rápidamente que no la haría regresar con la facilidad de sus palabras, por lo cual se dedicó a abrazarla y dejar que ella misma volviera a ellos.
Parecieron horas cuando la muchacha logró dejar de gritar como maniaca y se aferró a la camisa de Eiden, por fin, comenzando a llorar.
—¿Loewen? ¿Qué pasa? Dímelo ahora —exigió Eiden aun con ella en brazos.
Amanda solo estaba parada a un lado sin poder emitir palabra, se había asustado, como todas las veces que le pasaba eso a Loewen.
—¿Qué le pasa? —esta vez Eiden miró a Amanda, buscando una explicación.
—Yo… yo no lo sé —comenzó a llorar ella también—. Le pasa a veces.
—Amanda, cálmate, no estoy molesto. ¿Dices que esto ya había sucedido?
La doncella solo asintió.
—¡Maldición!, Loewen ¡Ya tranquilízate! —no quiso sonar tan duro, pero estaba confundido ¿Qué diablos era todo esto?
Loewen apenas entendía que era él, no planeaba hacerle caso.
Eiden puso los brazos de la muchacha en su cuello para luego tomarla en brazos, la recostó con suavidad en su cama, pero al quererse alejar de ella, la muchacha lo sostuvo, aferrándose con fuerza a él.
—¿Qué pasa Loewen? —la separo tomándole los hombros con sus manos, pudiendo así verla a los ojos, dándose cuenta que ya se encontraba mejor.
—Nada —volteó la cara para cortar la conexión de miradas.
—Loewen basta de esta tontería, ¿me oyes? Dime que te paso ahora, dime que paso aquel día en la escuela —la muchacha estaba decidida a no regresar la mirada hacia Eiden, y no lo hizo—. No me iré hasta que me digas.
—No me importa, quédate ahí todo lo que quieras.
—¡Te comportas como una niña! ¡Simplemente dime!
Ella levantó una sarcástica ceja y sonrió.
—¿Es acaso una orden?
—Sí, lo es —afirmó el muchacho, ya cansado de la situación.
—Pues no eres nadie para dármelas —lo ignoro nuevamente—, además ¿a qué debo tu preocupación?
Esa pregunta llamo la atención de la otra mujer en la habitación, que hasta el momento se había mantenido muda.
—No me preocupo por ti, sino por todo aquel Elementarista o humano que se encuentre en peligro. No te creas tan importante Loewen, hay más personas aparte de ti en este mundo —la chica se puso roja de enojo.
—¡Eso lo sé! —se sentó de golpe, para después tomar adolorida sus costillas.
—Tonta ¡¿Qué haces?! ¡No te muevas así! —la recostó de nuevo.
Eiden dejo que se le pasara el dolor para después continuar hablando con ella. Pero parecía que Loewen había terminado de hablar, ya que se estaba quedando dormida.