The Dimensions

Capítulo 21

Eiden tomó la mano de Archie y tiró con fuerza de él. El niño no hizo nada por detenerlo, sobre todo porque tenía una duda un poco más grande que el constante tironeo de su hermano mayor.

—Eiden —lo llamó—, ¿qué quiso decir esa Dragonar con que Loewen era especial?

—Ella dijo “portadora” —lo miró Jilett intrigada—. Jamás había oído algo parecido de ninguna dimensión.

Eiden apretó los labios y miró hacia el frente, por donde Loewen había desaparecido.

—No tengo ni idea —sinceró—. Pero voy a averiguarlo.

Loewen no paró hasta que piso la entrada de la mansión de los Winsterneed. No saludó a nadie en absoluto, iba con la mirada puesta en el suelo y la mochila colada a sus espaldas.

—¡Eh Loewen! —gritó Ashvend— ¡Eh, Loewen! ¿Por qué me ignores?

—No te ignoro, solo caminó muy rápido.

—Claro, y dime —dijo el hombre mientras caminaba junto a ella— ¿De quién escapamos?

—¡LOEWEN! —gritó Eiden entrando a la casa con una mirada furibunda y algunas llamas saliendo de su cuerpo.

—Oh, ahora entiendo —se rio Ashvend justo en el momento en el que Loewen lo jalaba por uno de los pasillos para desaparecer de la mirada de Eiden.

La joven giró unas cuantas veces, escondiéndose de detrás de unas grandes cortinas, atrayendo a Ashvend a los problemas que ahora ella tenía.

—Sabes que esto no va a funcionar, ¿Verdad? —susurró Ashvend.

—Si no te callas, seguro que no.

—Loewen, al fin te encuentro —abrió la cortina Richard Winsterneed.

La joven alcanzó a ver que Eiden se encontraba detrás de su padre, con un semblante de pocos amigos y los brazos cruzados. La pelirroja miró a Ashvend con suplica, pero, bien sabía que su amigo nada podía hacer contra el Rey de los amos del fuego, solo le quedaba obedecer.

—Ah, hola señor Winsterneed, yo solo estaba…

—¡Escondiéndose, como siempre! —la delató Eiden.

—No, no —dijo la joven con tranquilidad— es… es una práctica sí.

—¿Una práctica? —se extrañó el rey.

Loewen, al verse acorralada por sus propias mentiras se inclinó de hombros y dejó salir el aire con pesadez, para después soltar la verdad:

—No, en realidad si me escondía de Eiden, ¡Pero solo porque pensé que me carbonizaría!

—¡Te lo mereces!

—Bien chicos, en realidad necesito hablar con ambos —acallantó el rey antes de que empezara una nueva discusión.

—No me suena nada bien —se quejó Eiden—. La última vez que me dijiste eso, asignaste a ese adefesio a mi recamara y me hiciste su protector.

—Resulta que es algo parecido.

—¡Ah no! ¿Ahora qué? ¿Quiere que nos cacemos? —dijo Loewen sin pensar.

—Eso quisieras tu — Eiden sonrió con burla.

—¡Claro que no!

—Entonces por qué lo dijiste —Eiden levantó una oscura ceja.

—Bien, basta ya —habló el padre—. Y no Loewen, no es nada relacionado con una boda.

Loewen se puso casi tan colorada como su mismo cabello. Bajó la mirada y esperó sin decir más lo que el padre de Eiden tenía que decir.

—A mi despacho —miró el rey—. Los tres.

Ashvend levantó la mirada. Estaba a punto de escabullirse del asunto.

—¿Yo tío? —preguntó el joven, casi deseando que le diera una negativa.

—Si Ashvend, creo que eres de los pocos que controlas a las dos bestias.

Tanto Eiden como Loewen lanzaron una mirada sarcástica que fue recibida por Richard con una sonrisa amistosa.

—¿Vamos?

Los chicos caminaron detrás del rey entre pequeñas y susurrantes discusiones. Richard hacia como que no las escuchaba, aunque la sonrisilla que tenía en sus labios lo delataba.

—Como siempre, esto es tu culpa —dijo Eiden.

—¿Mia?, ni siquiera sabes que ha pasado —susurró la joven.

—No importa, a mi jamás me mandaban hablar hasta que llegaste a mi vida.

—Entonces tu papá te quería tan lejos como yo te quiero ahora —le sacó la lengua como una niña pequeña.

—Basta ustedes dos —regañó Ashvend alejándolos.

—¡No te metas! —le gritaron al tiempo los muchachos.

—Ustedes se callan —advirtió Ashvend—. El único embarrado en todo esto soy yo.

Con ese argumento logró que los dos peleoneros se quedaran callados por lo menos tres minutos, antes de reanudar sus constantes discusiones. Por tal razón Ashvend maldijo el castillo por ser tan grande y bendijo el momento en el que entraron al despacho.

—Siéntense —ordenó el rey del fuego.

Los tres se sentaron en las sillas que estaban alrededor de una mesa de forma rectangular. Loewen y Eiden tomaron especial cuidado en quedar lo más separados posibles, lo cual era una buena idea si se tomaba en cuenta lo que Richard estaba a punto de decirles.




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